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La muerte en Cuernavaca del Virrey Marqués de las Amarillas, es un suceso olvidado, pero de importancia en la historia de la Nueva España. A lo largo de tres centurias, sesenta y dos virreyes nos gobernaron, fue una etapa no exenta de dificultades, pero a la vez de consolidación de la nación e identidad mexicana en la que se ha considerado la joya del Imperio Español, que nació con la toma de Tenochtitlan en 1521 y que culminó con la perdida de Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y otros territorios en 1898.

En cuanto a los virreyes novohispanos, los hubo de todo, buenos gobernantes como el primero, Antonio de Mendoza, el vigésimo quinto Antonio de Toledo, Marqués de Mancera o el insigne cuadragésimo sexto Don Antonio María de Bucareli; sátrapas y corruptos como el vigésimo tercero Juan Francisco de Leyva y de la Cerda, diez de ellos fueron altos prelados como el décimo octavo, el afamado Obispo de Puebla, el Beato Juan de Palafox y Mendoza que fue al mismo tiempo virrey, arzobispo primado de México y capitán general de la Nueva España, detentando así el poder político, religioso y militar en una sola persona. El magnífico militar y carismático cuadragésimo noveno, Bernardo de Gálvez incluso ha sido distinguido como uno de los padres fundadores de los Estados Unidos.

Un par de ellos, fueron extranjeros: el cuadragésimo quinto, Carlos Francisco de Croix nacido en Flandes y el quincuagésimo tercero, el marqués de Branciforte, en Sicilia: tres de ellos fueron americanos: Acuña el trigésimo séptimo, nacido en Lima, Díaz de Armendáriz el décimo sexto en Quito y el Segundo Conde de Revillagigedo, el quincuagésimo primero en La Habana. A su vez, Iturrigaray, el quincuagésimo sexto, fue depuesto por un golpe de estado en 1808 y Calleja, el sexagésimo, fue un virrey de guerra, el azote implacable de la insurgencia, por cierto, su mujer, la potosina Francisca de la Gándara, fue la única virreina nacida en la Nueva España.

Entre los virreyes destacados, no se puede pasar por alto al cuadragésimo segundo, el Teniente General Agustín Ahumada y Villalón, Segundo Marqués de las Amarillas, quien nació el 18 de septiembre de 1700 en Ronda, Málaga. El Marqués de las Amarillas tuvo una destacada carrera militar en la cual por riguroso escalafón y méritos en campaña alcanzó el generalato llegando a ser Gobernador y Comandante Militar de Barcelona. Hombre cercano y apreciado por la Corona fue designado Virrey de la Nueva España el 17 de mayo de 1755. Una vez establecido en la Ciudad de México, actuó con energía en la administración virreinal donde puso freno a la corrupción en instancias de gobierno, en hospitales, en la administración de la Nao de China y saneando la Real Hacienda. También a pesar de su talante enérgico no permitió abusos y tratos crueles a indígenas, trabajadores de minas, molinos y haciendas, continuó las obras del desagüe de la Ciudad de México y también ordenó trabajos para higienizar el Puerto de Veracruz donde hasta bien entrado el siglo XIX abundaron las enfermedades tropicales. Durante su mandato se administró con éxito el auge de la minería, fue un activo colonizador del norte de la Nueva España y auxilió a territorios como Texas, Florida, el Caribe y las Filipinas, también durante su periodo se consagró a la Virgen de Guadalupe como Patrona de la Nueva España.

Desafortunadamente, la salud no parecía ser aliada del Marqués de las Amarillas, lo cual sin duda le brindó mayor mérito a la actividad desplegada durante su administración como virrey. En 1755 tuvo que postergar su partida a la Nueva España por unas fiebres que lo mantuvieron postrado en cama. Posteriormente ya en México, sufrió una hemiplejia y después una aparatosa caída de caballo. El deteriorado estado de salud del virrey lo obligó a convalecer por consejo de sus médicos, en Cuernavaca, donde finalmente falleció el 5 de febrero de 1760, día de San Felipe de Jesús, Patrono de la Ciudad de México. El cuerpo del virrey fue trasladado a la capital, sus funerales se celebraron en la Iglesia de Santo Domingo donde fue inhumado, después fue exhumado y enterrado en el Santuario de la Piedad. La virreina volvió a España donde a pesar de su condición noble sufrió posteriormente de penurias económicas.

El Marqués de las Amarillas, fue un buen virrey y administrador, tareas que llevó a cabo con tino a pesar de su mermada salud, en un acto de elemental justicia nuestra ciudad le debe un reconocimiento al único gobernante de México que, en funciones, ha muerto en Cuernavaca, donde ha pasado también a formar parte de nuestra abultada relación de visitantes distinguidos.

*Escritor y cronista morelense.

Marqués de las Amarillas.

Museo Nacional de Historia.