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Relato de un podcast documental y otras fugas.

 

Estaba chismoseando en las redes sociales, espiando muros ajenos, cuando de pronto me llegó la noticia de que María, mi amiga y alumna que también usa una silla de ruedas y tiene parálisis cerebral como yo había desaparecido. La noticia la vi en el muro de su madre en Facebook, pero cuando intenté contactarla nadie me contestó. El Facebook de mi amiga María aparecía desconectado, y ella tampoco contestaba el teléfono.

Unas semanas después, para mi enorme sorpresa, María me contactó y me dijo: » No creas lo que mi madre dice. No estoy desaparecida, jamás he estado más aparecida. Me fui a vivir con la mujer que amo y que también usa silla de ruedas”. Decidí apoyarlas a contar su historia en un podcast titulado La sorprendente fuga de María Pérez Inmaculada (www.podcastlafuga.com). El podcast incluye mis reflexiones y las de mi talentosísimo equipo, así como poemas que escribieron durante el proceso de creación de su historia de amor. Para este artículo quiero que la protagonista sea la voz de María, sin mis intervenciones, porque en sí misma tiene muchísimo peso.

***

María: Yo estaba aburrida y me metí a una página de citas para solteras. Empecé a escribir que yo buscaba a alguien con quien hablar, una chica con discapacidad en una silla de ruedas. Una muchacha me contestó. Así conversamos:

Fernanda: Me gustaría verte, no sé si se pueda

María: Claro… Oye, y no te importa tener una amiga con discapacidad

Fernanda: no, siempre y cuando sea buena onda… ¿Sabes? Yo también estoy en silla de ruedas. Tengo espina bífida.

María: Yo Parálisis Cerebral. ¡oh! ¿Por qué no me habías dicho?

Fernanda: no lo creí necesario. No me gusta tomarme fotografías y que me vean en silla de ruedas…

María: ¿y qué tiene que ver eso?

Fernanda: no sé… no me gusta…

María: Si eres tú, no te van a ver la silla te van a ver a ti.

Ekiwah: Fernanda y María se encuentran en persona. María admira los brazos fuertes de Fernanda capaz de empujar su silla de ruedas a cualquier parte. Fernanda adora la esencia bohemia de María, sus aspiraciones poéticas. Se enamoran velozmente. Hacen el amor en secreto. Después de varias citas deciden confesarle a la madre de María su verdad:

Fernanda: Señora, pues yo amo a su hija, y me gusta…. Su mamá se paró y se me quedó viendo y me dijo: “¿cómo es posible… que tu seas así, esas chingaderas no me gustan.” Me corrió y eso me dolió tanto que ya no pude decir nada.

María: no te vayas.

Fernanda: Es mejor, para que estar con más problemas. Más adelante yo te escribo o te llamo. Vamos a ver si tu madre se calma o no sé qué piense ya más adelante. Agarré mis cosas y me fui.

María: Mi madre me empezó a tratar mal desde ese momento. Me dijo: “no vas a ir a ningún lado, hija de la chingada.” Yo ya te había dicho que estaba enamorada de Fernanda, pero me sentía decepcionada con mi mamá porque le había dicho, “yo quiero tu apoyo.” Y me respondió: “Es que yo no quiero una hija lesbiana. Quiero nietos. No quiero mujeres aquí en la casa.” Le dije: “Ok. No vas a tener nada de mujeres lesbianas, pero olvídate de mí.” En ese momento empujó, cerró la puerta y me cacheteó otra vez. Yo le agarré la mano y le dije; “es la última vez que me cacheteas. En este momento no me voy a ir, pero cuando menos lo esperes me voy a ir, sea con ella o no sea con ella. ¿Para qué estoy aquí si no tengo tu amor?”

***

María habla de la fuga:

Eran las 2 de la tarde. Un cielo azul y brillante. Mucho calor. Ese día sentía mariposas blancas en el estómago. La vi en el zócalo de Cuernavaca, en el parque lleno de árboles El viento corría y movía sus ramas. Aquella mañana me sentía como un manojo de nervios al pensar qué diría ella, si seguía amándome o ya no. En la plaza de armas nos sentamos a platicar. Entonces saqué una cajita de color rojo, donde había un anillo brillante de plata que puse en su dedo índice. Le dije que era un símbolo para empezar de nuevo. Ella sonrió y me dio un beso. Así nos fuimos de la mano, cada una empujando su silla de ruedas con una sola mano. Nos fuimos a una pizzería y de pronto, al pasar debajo de unas escaleras, se oyó un estallido, una explosión de amor. Así nos empapamos de cerveza porque unos borrachos nos miraban por las escaleras. Seguimos rodando, nos retorcíamos como viboritas en las calles empinadas de piedra, de pronto con ganas de ir al baño. Corrimos sin correr, obviamente volando hacia un elevador, y nos metimos en el baño oscuro de un cine, sin ver la película y casi nos orinamos de la emoción de escaparnos juntas. Ella se dio cuenta que eran las 4. Y me dijo “me tengo que ir” Pero de pronto se quedó pensando “¿y si me voy contigo?”

Cuando íbamos en el autobús para México, todo era felicidad. Cuando miramos nuestras mochilas no nos quedaba ni un peso, pero nos importó nada estábamos juntas, sin pensar en qué nos podría pasar. No habíamos planeado nuestra fuga, pero las dos decidimos salvar nuestro amor. Pasamos la noche sentadas en las bancas de la terminal de la ciudad de México, sin poder dormir. Ella prendía un cigarro y me abrazaba para no sentir el frío. Yo la tapé con un suéter verde de camuflaje que había guardado en mi mochila, mientras ella estaba dormida en esa fría banca y la terminal se sentía como un hielo blanco. El celular sonaba y sonaba. Ella sabía que era su madre. Le dije que lo dejara sonar. Nos van a buscar por mar y tierra, te lo aseguro, pero lo dejo todo por nuestro amor.”

***

Al escuchar esta historia me pareció única. Ahora, lo que me parece más único es que justamente no lo es. Hay muchas mujeres y hombres con discapacidad que al alcanzar el umbral de la adultez necesitan fugarse para elegir la vida que quieren, en un contexto donde madres y padres de familia, con frecuencia bien intencionadamente, los sobreprotegen por sus propios miedos, su propia necesidad de que ellos queden atados una imagen de la infancia asexuada, sin una voluntad y un criterio propio. Celebro el amor y la valentía, y el atrevimiento de las protagonistas de esta historia, que antes de ser mujeres discapacitadas son mujeres libres.

Foto: Amy Adler