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Ser un niño debería parecer un vuelo alegre de mariposa o salto alegre e imparable de tigrillo o, digámoslo en tono más realista, un continuo paseo en triciclo cuidado siempre por mamá, o por papá, si este último no ha sido uno de esos malandrines cobardes que pegó carrera por miedo al crecimiento del vientre femenino. Vamos, ser un niño debería al menos significar más sonrisas que caras tristes, más brillos que sombras, más salud que enfermedad. Sin embargo, no siempre es así. Sucede con ellos que la noticia de su advenimiento es como una especie de señal que activa una ruleta de la suerte. Algunos nacen con puro azul enfrente, otros corren desde el inicio sobre amables prados verdes; a muchos les toca gris cemento entrando a raudales por sus ojos breves, y nadie garantiza que la vida pinte de nuevos colores su mundo; a muchos más, dioses injustos les regalan sombras, o humo, o silencios en donde mueren las canciones infantiles. Nada por sí solos pueden hacer los senos maternos, que por lo general manan amor, no sólo leche, por sus puntas de codiciado anhelo.

A Jesús, por ejemplo, a dos años y dos meses de haber llegado al mundo, no se le ha concedido el privilegio de correr tras una pelota, o de jugar con un peludo cuatro patas sobre el césped. Sus ojos parecen extraviados aún en un ambiente intrauterino y no aflora fácil su sonrisa ante otra mirada que intenta en él un ejercicio de amor. Jesús, por misterios arcanos, empezó a ganar peso al cumplir un año, sin saber por qué los brujos de la pediatría, la endocrinología, la nutrición e incluso los de neurología. A partir de entonces, uno de sus refugios amables ha sido la carriola que lo lleva y lo trae para que pueda él explorar un poco de su entorno.

El primero de abril de la presente anualidad, día aciago que abrió la puerta de un infierno no por todos aceptado casi en el centro de Jiutepec (o “en el cerro verde o de turquesa”, atendiendo a su significado en lengua madre), vino a complicar la situación de salud de nuestro pequeño amigo, quien vive con su joven madre y su abuela prácticamente al pie del averno de cuarenta o cincuenta metros de profundidad, en donde la avaricia y la insensatez han cavado con grandes beneficios para unos cuantos y perjuicios para muchos. Igual que su endeble salud, ha sido gravemente afectada la de muchos buenos ciudadanos jiutepequenses que hasta ese día se sentían afortunados de vivir en esta tierra tan llena de sol, aires limpios y agua buena. Entre los afectados de este siniestro está el ciudadano que esto escribe, amante y seguidor del silencio sólo cuando este no asesina. Jesús, entonces, se volvió amigo íntimo de los hospitales, a los que ha visitado once veces a causa de enfermedades respiratorias causadas por el humo, la más común de ellas: laringotraqueitis aguda, nombre lo suficientemente impactante para dar fe de la gravedad del daño. Los médicos han dicho que sus problemas respiratorios han sido ocasionados por la continua exposición al humo que mana permanentemente del socavón de la antigua mina de tezontle, convertida en desperdicio de desechos de todo tipo, químicos e industriales incluso.

Jesusito cumplió dos años en julio pasado, vive entre nebulizaciones y las congojas de su familia. El verdadero calvario inició el siete de agosto del presente, porque, habiéndose ido su madre junto con él a casa de su hermana para pasar unos días alejados del humo y los aromas tóxicos, empezó a convulsionar severamente durante la noche. Nunca le había sucedido. En natural estado de angustia, su progenitora lo condujo al Hospital del Niño Morelense, donde fue ingresado dada la gravedad de su situación. Al día siguiente le realizaron una punción lumbar y una tomografía. De la primera salió bien, pero en el segundo estudio se observó un coágulo alojado en el lado izquierdo de su cabeza. El galeno concluyó que debía ser operado con urgencia y drenar lo que la tomografía dejaba ver, de lo contrario, las consecuencias serían más que lamentables. Fue intervenido quirúrgicamente el 11 de agosto. Posterior a la operación se le dejó instalada una manguera durante tres días con la finalidad de drenar adecuadamente. Se trató de un hematoma endoparental izquierdo sin causa definida, de acuerdo con el diagnóstico del especialista, aunque este último aventuró que podría deberse a un golpe por alguna caída o a una serie de partículas dañinas que hubieran ingresado en su sistema neurológico. Esta última hipótesis inquieta a su familia y a quienes nos hemos acercado un poco a él. En reciente encuentro con el neurocirujano que lo atendió, y una vez que él ha conocido a detalle la problemática ambiental que se vive alrededor de la ex mina de tezonlte, se atrevió a conjeturar que fueron las emanaciones de esta última las que provocaron el problema que llevó hacia el quirófano al pequeño.

Jesús aún no es capaz de caminar por sí solo, requiere de apoyo para lograrlo; su lenguaje verbal es muy limitado, se comunica sólo con diez palabras y con su gesto corporal, diez palabras que son las únicas alas que posee para andar y comunicarse con el mundo, diez posibilidades que podrían expandirse si lubricamos con acciones a su favor su experiencia de vida. Ángela, su madre, hace lo necesario por honrar su nombre y fortalecer sus propias alas para resistir lo que venga en adelante con su hijo. Por lo pronto no tiene trabajo, estudia Pedagogía en la universidad y ha podido mantenerse en su carrera con el apoyo de su familia y vendiendo lo que puede en su institución educativa para proveerse de algún recurso. No tiene un hombre a su lado, es fácil para todos nosotros imaginar lo que sucedió con aquél en quien confió, es una historia infinitas veces repetida. Quedan la esperanza y las acciones que la sustenten. Queda su palabra, que ha declarado hace poco: “Como madre deseo que el problema ambiental que padecemos se termine. Es horrible vivir tan cerca de este lugar y no poder salir a jugar con mi niño por los olores permanentes e insoportables. Ojalá las autoridades correspondientes den la importancia que merece a este problema de salud ambiental que nos afecta tanto, por el bien de todos.”

Dentro de la negrura, nos acarician ligeros vientos halagüeños: Ángela me ha dicho que después de la operación mejoró la motricidad de su niño, está por empezar a caminar solo, parece más independiente, socializa más y ya no le molestan tanto los ruidos; incluso está bajando de peso, lo que resulta ser una maravilla pues genera mejores expectativas para su estado de salud. Me conmueve que me diga: “Es mi hijo único, mi motivo, lo que me impulsa a luchar y a vivir.” Pronto Jesús recibirá estimulación temprana en el Hospital del Niño y terapia de lenguaje en el CREE.

Termino este escrito inundándome de fe, pero no con descaro, porque me pregunto: ¿cuántos más estaremos padeciendo en nuestro cuerpo las consecuencias de la contaminación del aire en los alrededores de Tezontepec sin que hasta ahora la sintomatología nos lleve graves al hospital?; ¿en qué momento empezaremos a pagar en nuestra salud una factura que no nos corresponde?; ¿qué hace falta para que los indiferentes se sumen y alcen con nosotros la voz ante estas y otras atrocidades ambientales que limitan nuestro derecho a un aire sano y a una agua limpia? En suma, ¿qué nos pasa?, como diría el cómico aquél, maravilloso.

Por lo pronto, recupero un ápice de contento silabeando las diez alas de Jesús: MA-MÁ, y Ángela se hincha de orgullo con agua en su mirada; A-BUE-LA, y doña Celia respira feliz a pesar de tanto humo; NE-GRA, y la perrita mueve la cola en gozosa celebración; A-GUA, y en lo alto se emocionan las nubes; GRA-CIAS, y sabe Jesús sin aún saberlo que ser agradecido te salva, te salva siempre; MI-RA, y sé que el asombro le abrirá todas las puertas; PE-RRO, y conocerá en los lengüetazos las virtudes de la fidelidad; GA-TO, y sabrá de los misterios alojados en mininos ojos; A-LLÁ, y habrá futuro, Chuchín, lo habrá; y PE-LO-TA, y correrá, correrá, correrá, correrá…