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ESPECTÁCULO 

Hélène Blocquaux

Esteban abordó temprano la unidad de transporte público. Hoy le tocó saludar a Germán, el chofer experto en dejar a los pasajeros sin aliento durante sus recorridos urbanos por su estilo peculiar de conducir sin nunca permitir el paso a nadie, sea de dos o cuatro ruedas, con zapatos o a patas. Sentado a su lado, un joven con audífonos y la mirada perdida en su futuro,repleto de miedo en compañía de su mejor amiga la incertidumbre, se encuentra ausente de su entorno real,aunque conectado al lenguaje musical. Con precauciónpara no manchar su camisa blanca en que se podía apreciar en transparencia una playera superheróica, Esteban tomó a sorbos alargados su café tibio mientras que su otra mano se encontraba dedicada a sostener los apuntes que repasaba antes de impartir sus clases. Un payaso surgió como muñeco de su caja y se abrió paso entre los pasajeros sostenidos de pie. Su maquillaje derritiéndose, entonó sin ánimo ni gracia unos chistes aprendidos de memoria. Terminado el breve espectáculo, recolectó monedas de pequeña denominación y unos cuantos billetes con gestos y agradecimientos mecánicos. El profe hurgó en sus bolsillos para extraer su contribución, pero los apuntes no soportaron el frenazo repentino del vehículo en el alto. El payaso no pudo reprimir un suspiro al recoger los documentos esparcidos en el piso: “Yo fui estudiante, pero de tantas materias reprobadas, me dieron de baja definitiva en la universidad”. Volteando a ver a Esteban prosiguió su discurso trágico: “en la ruta por lo menos recibo risas, a veces porras y algo de sustento”. Al bajar de la unidad, el payaso contó las monedas; hoy iba a ser uno de esos días de desayuno tardío. 

El salón a oscuras con las cortinas recorridas esperaba la llegada de Esteban. Empezó a proyectar el PowerPoint a cuya preparación había dedicado gran parte del fin de semana. Hizo algunas preguntas antes de iniciar la clase a las que contestaron exclusivamente los de la primera fila, mientras los del fondo iniciaban sus conversaciones privadas en el chat de su grupo a base de los nuevos jeroglíficos digitales que son los gifs et emojis. La escasa luz en el salón era sin duda su pretexto favorito para no escribir en sus respectivoscuadernos ninguna palabra. Como se suele disfrutar en una función de cine, degustaban dulces y sodas que les vendía por debajo de las butacas una compañera necesitada de mantenerse sola, al mismo tiempo que veían desfilar las imágenes y algo de texto frente a sus ojos absortos en la pantalla central. Al aparecer la palabra fin en la última diapositiva, un chiste recurrente de Esteban dedicado a amenizar sus clases, retumbóun concierto de aplausos antes de apresurarse a salir del salón para encontrarse en la cafetería. Esteban guardó su material informático, todavía atónito. De camino a casa ya sin presencia del arte cirquero a bordo, se preguntó en qué momento él, y tal vez más colegas suyos, se había vuelto standopero sin querer,parar cautivar a su audiencia espectadora. 

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM

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