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VALENTÍA

Hélène BLOCQUAUX*

Afuera un enorme gato pardo caminaba con pasos cuidadosos sobre el muro cercado de alambre de púas, del otro lado de la callejuela. De haberse interesado por lo que sucedía detrás de la ventana en el comedor de los vecinos, el gato hubiera reportado una conversación animosa entre dos humanos haciendo aros de concurso con el humo de sus pipas. Pero sus intereses de gato se encontraban más en problemáticas como, por ejemplo, de qué manera cazar una ardilla refugiada en un árbol para cenar, así que no prestó atención a los hombres sentados frente a frente.

“Y eso que no le he contado todo sobre lo que realmente ocurrió ese día del fatal accidente de la familia Gómez”. “A ver, Edgar”, contestó Miguel: “primero soy tu amigo, pero en segundo lugar soy periodista así que no me puedes dejar con una revelación a medias, entre manos, después de tres horas de entrevista”.

Edgar levantó la vista y sonrió admirando la pericia ágil del gato al evitar los picos metálicos cortantes sembrados a su paso. “Lo que te voy a contar no se puede publicar jamás, así que te pido apagar el dictáfono y guardar tu bolígrafo en el cuarto junto a mi oficina. También deja tu celular apagado ahí. Puedes escucharme, nada más”.

Transcurrió aproximadamente una hora más entre el relato muy detallado de Edgar y las preguntas de Miguel, cuyo asombró se tornaba en pánico.

El gato sigiloso volvió a pasar entonces en sentido contrario sobre el mismo muro, molestado está vez por una ardilla distraída que bajaba del árbol sin dejarse atrapar al principio, aunque su desenlace resultara fatal al terminar en el hocico de su cazador experimentado.

Una semana después de los hechos arriba mencionados, se publicó una esquela en varios periódicos regionales con la siguiente anotación demasiado concisa: “Lamentamos profundamente la desaparición violenta de Miguel, reconocido periodista por más de treinta años dedicados a comunicar la verdad de los hechos”. En un reportaje televisivo ampliaron la nota: en lo que fuera su último reportaje, Miguel Santos denunció a personajes públicos, exponiéndose a represalias por parte de los involucrados.

Aun no se sabe cuál fue el papel de Edgar durante aquella tarde trágica. Algunos rumoran que él mismo le tendió una trampa a su amigo publicando bajo un seudónimo el artículo prohibido, mientras que otros, no tan numerosos, afirman que Edgar huyó de la ciudad y vive ahora rodeado de gatos en una cabaña cuyo acceso permanece restringido a los visitantes comunes.

El caso abierto por Miguel fue cerrado sin ser investigado, no por siempre sino hasta que otro valiente amante de la verdad se aventure sin miedo por su seguridad personal, para exponer nuevamente la historia a los ojos y oídos del público.

Quien supo de los pormenores del asesinato de Miguel es un gato pardo callejero por afición, sin coartada más que la de pertenecer a la categoría de los felinos y tal vez la ardilla que arriesgó su vida bajando del árbol antes de ser devorada.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM