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Hélène BLOCQUAUX*

Celosa por las muñecas apenas desempacadas de su prima Kenia, Perla azotó a sus muñecos recibidos en la navidad pasada y les recortó con saña la ropa de bebé que vestían ambos. Kenia asustada fue a traer a su tía: “¿Qué te pasa Perla?” gritó la madre irrumpiendo en el cuarto de juegos. Sin contestarle, Perla le enseñó las fotos de la película de Barbie en una revista femenina. “Mira, eso hacen las niñas que no quieren jugar a la mamá con sus bebés feos y sus madres no las regañan como tú”. La mujer recordó la escena cinematográfica y al no saber qué contestarle a su hija le pidió por lo pronto a Kenia compartir sus Barbie y Ken con su prima.

Regresando a la sala donde le esperaba su café con galletas surtidas de colores irreales servidas en un plato publicitario de plástico, se sentó con su hermana a retomar la plática: “No sabía que le habías comprado más muñecas a Kenia. Me hubieras avisado para no tener que lidiar ahora con mi hija. Voy a tener que llevarla al cine a ver el spot publicitario más largo de la historia y créeme que no me causa ninguna gracia”. “Cuando llevé a Perla, que nada más tiene doce años, entendió perfecto el discurso feminista de la Barbie estereotípica” le replicó su hermana. “De hecho, me acaba de pedir de regalo de cumpleaños a la Barbie rara, a Allan y a otro Ken”. “Y por supuesto te percataste de la diferencia antiética que existe entre el personaje de la actriz y lo que vende Mattel, ¿verdad?”, agregó. “Bueno, no se parece tanto, pero qué importa si solo es una muñeca. Mejor cuida de tu hija destructora y violenta”. “Con mesura por favor hermana, yo no he dicho nada de que a Kenia le pintaste el pelo de rubio como la hija de Salma Hayek y eso que tiene dos años menos”.

Desde el cuarto de juegos, Perla y Kenia escuchaban con atención a sus madres. Nunca las habían oído discutir pese a experimentar vidas tan distintas desde la adolescencia. Eran hermanas y mejores amigas. Bianca, la madre de Kenia se había casado muy joven con Kevin, hijo de un empresario de abolengo, mientras que Catarina se había separado de Roberto al poco tiempo de nacer Perla.

Kenia le entregó una de sus muñecas de Ken a su prima:” Prima ¿le puedo cambiar el nombre?” Escéptica, la niña le contestó que a lo mejor no se podía porque todos los masculinos, menos Allan se llamaban igual, lo mismo que para las femeninas. “¿A ti, cual te gusta más?” le preguntó Kenia abriendo la aplicación del catálogo en su tableta y prosiguió: “Las conté; son doscientas muñecas diferentes. Para que se contente tu madre, te voy a ayudar a reparar los bebés rotos, les vamos a poner ropa nueva y luego vamos a la sala para enseñarles las muñecas que queremos pedir. Si no cede mi tía, yo te regalo una de mis Barbie, siempre y cuando no se lo digas a nadie” prometió Kenia.

Afuera, parecía que el sol resplandecía eternamente en su cenit sobre la aldea rosa, mientras que las habitantes de la casa y sus invitadas tomaban gustosas su almuerzo en platos vacíos.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM