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GASLIGHTING

 

“Buenos días, estamos al aire en Radio Nacional con Norma García y éstas son las noticias de las doce del día…” A esta hora fronteriza entre la mañana y la tarde, Gilberto prefiere leer su periódico a su ritmo en la sala de estar, así que suele dejar de sintonizar su estación favorita por el vozarrón de la locutora que le recuerda demasiado al de Anabel su esposa. Acostumbrado al home office desde el confinamiento sanitario, al contador recién entrado al cuarto piso, le gusta tomarse un descanso informativo de papel impreso a mediodía junto con el tentempié de su gusto preparado por su esposa. Anabel le sirve unas aceitunas verdes con jamón y queso cortado en cuadritos. ¿Por qué no te pones uno de los delantales que te regalé para el día de las madres? Mirándola de reojo, prosiguió con el mismo tono dulce amargo anunciador de disgusto: “y prende la luz, que no puedo leer bien con tantos nubarrones afuera” refunfuñó Gilberto. Anabel le contestó que el sol ya había salido desde la mañana. No obstante, su esposo se empecinó a pedir luz eléctrica en la sala. Le tuvo que revelar que ya no contaban con focos de repuesto para poder cumplir su deseo. “Pero yo recuerdo haber comprado dos focos nuevos el día que olvidaste comprarme unos encendedores” subrayó Gilberto. Anabel se refugió en la cocina tratando de recordar el hecho sin lograrlo. La duda quedó instalada en ella. Se disculpó ante Gilberto. ¿Estaré perdiendo la memoria? le escribió la mujer, preocupada, a Santiago, un hombre que conoció en una red social en las semanas anteriores. No le hagas caso y ve la película de Gaslight en internet, contestó Santiago por la misma mensajería de textos. Luego platicamos si quieres.

Con el pretexto de una migraña, Anabel se fue a recostar poniéndole audífonos al celular para disfrutar a hurtadillas del filme con Ingrid Bergman. Se percató entonces de que se sentía igual de atormentada que la protagonista y entendió también que Gilberto nunca iba a reconocer el nivel de presión coercitiva que estaba ejerciendo sobre ella así que decidió ni siquiera intentarlo. Santiago era la voz amable, comprensiva y dulce que ella recibía a diario a contrapunto de los reclamos conyugales insidiosos que cuestionaban su cordura. Atrapada como presa en una telaraña sabiamente tejida por los años, eso definía la situación real de Anabel. Gilberto la había alejado de su familia y de sus amistades más cercanas resultando ser Santiago el ser humano a quien no conocía en persona, quien podía experimentar empatía con ella.

La noche trajo consejos consigo, eso fue la impresión con la que amaneció Anabel al día siguiente. Gilberto se encontraba en el gimnasio con sus amigos cuando recibió un email de Santiago acompañado por un boleto de avión a su nombre. Anabel no pensó que era peligroso alcanzar a un hombre que no conocía más que virtualmente, descartó cualquier pensamiento negativo de su mente al hacer su maleta. Retiró todos los focos de los sockets, bajo el switch y salió de su domicilio hacía un rumbo del que nadie se enteró.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM