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COBIJO

 

La vida trepidante y alucinante de la capital del país también ocurre debajo de la tierra, donde transitan a diario miles de seres en los vagones del metro, vertiginosamente, en un abrir y cerrar de ojos o en varias horas, dependiendo de la fluidez o estado de contingencia en vigor.

Entró Martin e infló los pulmones, para sacar de un solo soplido el cuento de la Cerillera reducido a su parte esencial: una noche invernal después de la última nevada, tres fósforos encendidos y su viaje a la eternidad con su amada abuela. La brevedad del relato estaba diseñada para ser contado entre dos paradas del metro.

Súbitamente, el vagón se detuvo de un frenazo, tan brusco e inesperado, que propulsó a los enamorados besándose a la mitad del pasillo, tomados de la mano para encontrar un nuevo equilibrio, en medio de los pasajeros que habían encontrado un asiento libre en la parada anterior. La voz grabada emitió un comunicado de disculpas referido a una hipotética lluvia responsable de detener el tráfico habitual.

Martin anunció a continuación sus referencias en canales de video como si la audiencia prestara atención, aunque fuera limitada a sus intentos por conquistarla.

Aparecieron, por ambas entradas, un vendedor de chocolate comercial y una señora promoviendo relojes infantiles al precio de dos barras de chocolate. Martin se fraguó paso entre su público distraído por otros anuncios comerciales, intentando ahora vender separadores de libro sin observar que no se encontraba ningún lector en ese momento del viaje.

Los enamorados, cansados de esperar la reanudación del trayecto a su destino, habían caído temporalmente en brazos de Morfeo. Los niños presentes adquirieron relojes de todos los colores y personajes infantiles disponibles, con la mujer promotora de lo hecho en China a un costo humano inhumano, pero eso sí un precio final inmejorable.

Al parecer, nadie veía a una joven en chanclas de plástico que amenazaban con romperse por los años de usarse. Lucía pálida con sus ojos grandes y tristes. Registró el número de emergencia de la línea de la vida pegada junto a la puerta. La mujer que posó para la fotografía del póster se parecía a ella, en una de esas coincidencias que algunos hubieran calificado de otra forma. Se levantó juntando sus escasas fuerzas. Temblaron sus piernas frágiles, los dedos de su mano derecha tocaron la pared metálica antes de guardarse en su bolsillo. Se estremeció en cuanto la puerta se abrió. Salió rápidamente para fundirse en los brazos de un joven abrigado, quien le entregó enseguida unas botas más apropiadas para el clima y un chal para envolverse en varias cálidas vueltas.

Aquella era una de las últimas tardes del año. Afuera hacía un tremendo frío, sin embargo, el calor humano protegía tanto en el andén como adentro de los vagones a los pasajeros, mejor que cualquier abrigo del que careció la cerillera del cuento de Andersen.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM