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ELECTRICIDAD

 

Existen días especiales en el año, no aquellos festivos, feriados o de asueto, sino algunos otros que se distinguen de los demás porque parece que en ellos el destino busca diversión, no necesariamente con el fin de entretenernos, sino interviniendo como una descarga eléctrica cuya peculiaridad, reportada por la mayoría de los involucrados o simplemente testigos, es de ser completamente inesperada.

Sandra y Rogelio experimentaron uno de esos días perturbados en un tiempo no tan lejano. Hasta ahora, siguen interrogando la veracidad de sus recuerdos. En la madrugada, hora en que Rogelio sale a trabajar, se empezaron a desencadenar los eventos de manera absurda. El tostador quemó las rebanadas de pan antes de echar llamas desde su centro, sin explicación congruente que ofrecer al usuario desconcertado. Acto seguido, Rogelio quedó atrapado varias horas en su coche eléctrico por el sistema cumpliendo con su proceso de actualización. Canceló entonces todas sus citas matutinas salvo la de mediodía a la que alcanzó llegar con un retraso aceptable. Aun ejerciendo una actividad independiente –entiéndase la acotación como un trabajo sin jefe vigilando el desempeño– Rogelio disfrutaba de regresar a la hora de la comida para cerrar su jornada laboral preparando platillos exóticos a compartir con Sandra. Desempacó los ingredientes conseguidos sobre la marcha en una tienda a la que no solía acudir. La dependiente agregó un pilón a la compra: un jitomate del que salió un gusano que Sandra encontró en la ensalada griega. Con una mueca de disgusto, invitó al inoportuno animal a tomar el camino de tierra para regresar con sus semejantes. Sandra retomó a continuación la conversación con Rogelio en torno al giro que había tomado su mañana. Posteriormente a la primera junta, el proyecto de renovar el equipo informático de la empresa había caducado como consecuencia del retiro, sin previo aviso, del accionista mayoritario de todos los negocios. Sandra contaba ya con tener, entre otras adquisiciones, una laptop más veloz. La pareja se dispuso a seleccionar las auroras boreales más impactantes fotografiadas por el mundo para agregarlas al portarretrato digital de la sala, cuando de pronto escucharon ruidos callejeros no identificados. Decidieron salir a comprobar lo ocurrido por la intensidad de los gritos. La puerta principal se cerró. Todavía confiados, aunque con una sombra que oscurecía ambas miradas, se interrogaron mutuamente antes de concluir que la única solución era tocar a la puerta del vecino para pedir apoyo en llamar a un cerrajero. Lograr juntar monedas y billetes conservados en varios lugares no tan estratégicos de la casa resultó ser un momento de felicidad compartida genuina en un abrazo que descargó electricidad estática a la que Sandra es muy sensible.

Faltaba la noche para completar el escenario insospechado. Rogelio revisó sus redes sociales en la oscuridad total para que Sandra no lo sorprendiera haciendo microcheating con sus amigas virtuales, calificado según sus criterios personales como inofensivos. Se delató finalmente expresando su asombro ante un video que revelaba un «extraño y enorme objeto luminoso» desplazándose cerca del volcán, conocido como «Don Goyo». Sandra pensó en una erupción inminente mientras que la mirada de Rogelio se perdía en conjeturas especulativas tales como un meteorito, un reflejo de luz “o un verdadero OVNI” murmuró al oído de Sandra.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM