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(DES)MEMORIA

 

El 14 julio de 2024, Gina publicó una columna más extendida que de costumbre – las cifras pueden alcanzar extensiones insospechadas- en su espacio dedicado los domingos, en un diario cuya orientación se asemeja a la del corazón humano. En palabras muy personales dirigidas a la referida prensa digital, enlistó exhaustivamente cualquier tipo de números, contraseñas y códigos de las cerraduras digitales indispensables para desbloquear el acceso, sin detonar alarmas, y permitir penetrar, en un segundo paso, a algún espacio individual resguardado e inicialmente promovido como seguro, de fácil manejo y, sobre todo, anunciado como ahorrador de tiempo. Memorias virtuales consignadas en nubes protegidas por cadenas alfanuméricas: matrícula, número de empleado, servicios públicos, aplicaciones que no retenemos porque no hace falta. Nuestra prótesis informática suple el recuerdo humano. Concede Gina haber delegado la carga memorial de números tanto a su computadora como a su teléfono, a sabiendas del riesgo permanente de perderlo todo en un clic o por la intervención nefasta de un virus intruso.

Recordar lo esencial. A menudo, Gina se recuesta escuchando el canto de las cuijas y de los grillos. Cierra los ojos para regresar a épocas no tan remotas en las que los minutos se registraban mecánicamente y los números se grababan en nuestra mente. Respira hondo, trayendo al presente momentos que no se borraron. A veces se espanta pensando que, con la implementación de la realidad virtual, aquellos instantes también podrían quedar enfrascados para un consumo posterior, sin usar ni memoria ni conciencia. De pronto se acordó que su refrigerador, que todavía no se considera inteligente al no mandar recordatorios de desabasto de algunos alimentos, se encontraba casi sin comida. Salió caminando, disfrutando del paseo hacia la tienda. Estuvo a punto de tropezarse con una señora que llevaba cargando un bebé vestido con un traje de tigre de peluche. De regreso de sus compras emergentes, antes de subirse al autobús, Gina se encontró con una adolescente paseando a su chihuahua vestido con un vestido de holanes coloridos. En lugar de regresar directamente a su casa, optó por sentarse en una banca para disfrutar del atardecer frente a la barranca. Abrió la bolsa de los bolillos y comió la mitad de uno por simple antojo intentando dar sentido a las dos escenas presenciadas. La prisa había desaparecido, Gina se encontraba cerca de su domicilio con la tarde libre para dedicarse a lo indispensable y el tiempo sobrante para elegir en qué emplearlo; tal vez para eliminar los recuerdos innecesarios de su memoria y quedarse con lo valioso y único, economizando así su atención.

En los días posteriores a su publicación periodística más reciente, Gina recibió decenas de mensajes críticos, algunos injuriosos defendiendo acérrimamente la cultura virtual y sus incontables bondades conocidas, por todos, por orden de importancia: liberar tiempo de ocio, descarga mental, información milenaria casi ilimitada, conexión instantánea con otros seres humanos, robots o chatbots. Gina repuso varios argumentos, indignada por la violencia expresada en los mensajes. Tan ocupada que se encontraba ella en contestar los comentarios que olvidó su fecha onomástica. Su red social fue la que se encargó de recordársela hasta entrada la noche cuando descubrió mensajes de felicitación.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM