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RECUERDOS

 

Mauro daba pasos ansiosos que terminaban formando una elipse en el pasillo que conduce al jardín del café literario plantado en medio del campo tras el panteón, esperando a sus familiares o amigos. Mandaba mensajes para acelerar la llegada los ausentes quienes se presentaron juntos. Tomaron asiento en la mesa amplia, ubicada a unos metros de la de Lisa para iniciar una plática que duró parte de la mañana evocando proyectos y recuerdos. Constanza se levantó para contestar una llamada personal, casi rozando a Lisa. Volteó queriendo disculparse, pero no salió ninguna palabra de su boca más que una mirada inquisitiva.

El día inmediatamente anterior, la misma Lisa, actualmente platicando desenfrenadamente con una amiga de temas intrascendentes como el menú de la carta y el clima excepcionalmente templado de esta mañana, había recibido un mensaje sumamente escueto de un hombre de su pasado sentimental muy lejano, una sola palabra escrita: “recuerdos”. De pronto visualizó dentro de una caja de cartón una cinta magnética con la portada dibujada a mano y grabada una canción compuesta para ella, acompañada con las notas delicadas de guitarra acústica. Brotó también desde su memoria el sabor de un desayuno clandestino. Él llegando minutos antes para esparcir flores silvestres en el mantel blanco, escribir halagos poéticos en la servilleta de papel y dejar junto a los cubiertos un juego de aretes de ámbar chiapaneco. La palabra “recuerdos” extrajo al cabo de las horas incontables, una serie fragmentada, que parecía no tener fin, de momentos breves, aparentemente olvidados por los años transcurridos, aunque resurgiendo en tiempo presente con una nitidez que desconcertaba a Lisa. Un paseo en el jardín de la ciudad para confesar el deseo. La letanía visual continua seguía escapando del baúl de las remembranzas dormidas, enterradas por siempre en su imposibilidad de seguir adelante. Encuentros furtivos, besos robados, sonrisas y felicidad a plena luz del sol y a veces de la luna cuando las agendas lo permitían. Ahora la vida había pasado. ¿Quiénes eran él y ella? Conocidos desconocidos o viceversa. Lisa no supo que contestar a esta palabra tan evocadora. Para empezar ¿qué encerraba la palabra recuerdos para él? Lisa mandó saludos convenidos para entablar la conversación. Recibió entonces palabras más específicas, en las que ella era una mujer mágica que había marcado su vida más allá de lo imaginado cuando la historia tuvo un desenlace digno de una telenovela en manos de un escritor principiante o poco inspirado por el romanticismo.

En los sueños de Lisa la primera noche posterior al mensaje, ella se encuentra sentada en el lugar bucólico acordado con anticipación con una amiga. Ellas se encuentran disfrutando de un sabroso omelette campesino cuando a su lado se instala una familia. Constanza, la mujer más alta entre sus invitados casi roza a la de la mesa de junto. El instante se congela: pasaron más de veinte años, tal vez treinta, pero cómo olvidar el romance de Lisa con quien fuera el padre de Mauro. Lisa despierta sudorosa y espantada con la convicción de que esta escena simplemente no puede ocurrir después de tantos años. Vuelve a conciliar el sueño despejando la pesadilla imposible que ahuyentó su intento de ensoñación con el hombre salido del pasado o del destino. ¿Cómo saberlo? pensó antes de subirse al coche rumbo al café literario.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM