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¿Habremos aprendido algo después de la más reciente pandemia? Más allá del olvido porque a la libertad de libre tránsito con nariz y boca descubiertos, nos acostumbramos velozmente, cierta dosis de memoria resulta indispensable. Estuvimos confinados, la incertidumbre durante más de un año fue constante en nuestras vidas. Antes de las vacunas no éramos capaces de imaginar horizontes de espera ni espacios de experiencia sin desinfectantes, sin las manos limpias. No tuvimos más remedio que adaptarnos, en la medida de lo posible, al miedo, a la posibilidad de ser contagiados o perder a algún ser querido como le ocurrió a cientos de miles de personas. Hoy, después de esa angustia, retomemos algunos aprendizajes que el periodista y editor estadounidense, Fareed Zakaria, expone en su más reciente libro, Diez lecciones para el mundo de la postpandemia.

En primer lugar, el cambio climático hizo más resistentes a los virus que habitan en los animales. Ese desequilibrio, aceptémoslo, ha ocasionado mutaciones de diversas índoles, así como el hecho de que el Covid y los murciélagos fueran una dupla mortal. La segunda advertencia tiene que ver no con la importancia de la actuación de los estados en plena pandemia, sino con la necesidad de la eficacia, ética y calidad de los modos en que cualquier Estado se comporta. Asimismo, se debe admitir que los mercados no bastan, que no lo organizan todo, que no son omnipotentes. Países tan poderosos como Estados Unidos demostraron que capacidad adquisitiva no equivale a un sistema de sanidad pública de primer orden, quizá todo lo contrario, por paradójico que suene.

Una cuarta lección es que, en palabras de Zakaria, la gente debería escuchar a los expertos y los expertos a las personas en medio de crisis globales de grandes magnitudes. No olvidemos la pésima gestión de Donald Trump diciendo que él era su mejor asesor, resistiéndose a usar cubrebocas (como otros “grandes” líderes del mundo) e instando, incluso, a beber cloro porque sí, beber cloro, fue considerada una alternativa en las redes sociales. En esa postal se aceleró el proceso de digitalización de nuestra existencia, el teletrabajo, las clases vía Zoom, las compras, incluso las reuniones familiares y con amigos se efectuaban en pantallas. De tal forma que comprobamos cuánta razón tenía Aristóteles: somos animales sociales, necesitamos de los demás, nuestras relaciones de interdependencia nos signan, nos salvan o nos pierden.

Será por eso que Faeed Zakaria no es optimista, advierte que el periodo postpandémico seguirá caracterizándose por una desigualdad que irá a peor, que las condiciones del reparto justo de la riqueza se volverán cada vez más utópicas. Después de todo, el Covid demostró que los más pobres son los más vulnerables. El confinamiento en una mansión era un sueño de cara a una comuna, un cinturón de miseria, una favela. En México, como vimos, la gente tuvo que seguir saliendo a trabajar, condenada a morir de hambre o por contagio. Una realidad compartida en muchas naciones, pues la globalización tal vez no haya muerto del todo, eso también nos enseñó la emergencia sanitaria que, si bien se cerraron las fronteras, recordemos que ningún país pudo cerrarse enteramente al comercio, al intercambio; las naciones menos favorecidas debieron aceptar ayuda.

No obstante, la escala bipolar del mundo no se detiene: Estados Unidos y China se disputan el liderazgo económico mundial con sus respectivos niveles de influencia, pues se sabe que el tío Sam no puede, ni debería exigir, lo que queda debiendo: democracia, cooperación, solidaridad en un momento en el que nos preguntamos si las éticas de mínimos son cosas del pasado, si no es que las fronteras abiertas a las cosas, pero cada vez más cerradas a las personas, son una broma macabra del presente reacio a recordar que un día, no hace mucho, miles de millones de personas pensaron, al mismo tiempo, que podrían morir mañana.

*Escritora