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“Nos dio por llorar y maldecir la vida nuestra, que era muy macabra. Eran tiempos desquiciados, difíciles. Zumbaba el dinero, corrían ríos de sangre, estallaban las bombas. La gente ya no sabía quién era ni cómo se llamaba ni lo que tenía que hacer”.

Una buena parte de México puede identificarse con este fragmento de la novela colombiana Leopardo al sol. ¿Recuerdas la llegada del narco?, que en realidad siempre estuvo ahí, pero ¿recuerdas cuando se volvieron populares los cadáveres colgados en los puentes?, ¿recuerdas cuando la gente empezó a migrar para escapar de la violencia de los cárteles cada vez más carniceros?, o cuando los mensajes de las narcomantas se transformaron en memes, porque resultaba más digerible reír que llorar.

Leopardo al sol es la historia de una familia del desierto de La Guajira, al norte de Colombia, que debido a un asesinato entre primos, se divide en dos clanes decididos a exterminarse entre ellos. Así conocemos a los Barragán, con sus características pieles amarillas; y a los Monsalve, con sus inconfundibles pieles verdes, atrapados todos bajo el decreto de la ira familiar.

Ambos clanes se revisten con dinero y poder al adentrarse en negocios ilegales, sin abandonar la guerra que los obsesiona. Son como las dos orillas de un río de sangre y, en medio de esas aguas agitadas, flota la temblorosa barca del pueblo, que queda reducido a “daño colateral” en el enfrentamiento entre los poderosos, que alguna vez fueron pueblo también.

Laura Restrepo* utiliza con maestría un narrador testigo para adentrarnos en la historia. Una voz conformada por los testimonios de quienes quedaron atrapados en el fuego cruzados de los Barragán y los Monsalve. Un pueblo sin piel que sufre directamente sobre los huesos el dolor de la violencia que lo sacude, pero que nunca se atreve a alzar la voz en contra. Este narrador colectivo se debate entre el miedo y la envidia, entre el mito y la historia.

“—Nando Barragán y la rubia se decían cosas, se besaban, entreverados de piernas, cuando les dieron plomo. Lo digo porque yo estaba ahí, en ese bar y lo vi con estos ojos.

No. Esa noche Nando no toca a Milena. La trata con el respeto que le tienen los hombres a las mujeres que los han abandonado”.

Los rumores nos acercan de forma intima a los personajes que son el trauma y la obsesión de los testigos. Así encontramos que, dentro de la familia Monsalve de pieles verdes, predomina una visión masculina, donde la única mujer es también la que se atreve a desertar de la guerra enceguecedora. Los hombres Monsalve desean modernizar la batalla, ganar sin importar los códigos familiares de la muerte. La astucia y la contratación de sicarios serán sus mayores armas.

“Un mundo moderno, urbano, donde la ilegalidad y la violencia fluyen por debajo como caños de aguas negras mientras en la superficie brillan los cocteles de smoking; los acuerdos de beneficio mutuo con altos mandos militares; las mujeres hermosas que gastan fortunas en ropa; los bautismos oficiados por obispos; los tratos de tú a tú con políticos prominentes”.

Encontramos su opuesto en el interior de la casa Barragán de pieles amarillas, donde resalta la participación de la madre, la tía, la hermana. Tienen prohibido tomar las armas en la batalla, porque el decreto familiar impuso una guerra sólo entre hombres, pero bajo tierra son las mujeres quienes rescatan los pedazos de la vida, o se encargan de envenenar los corazones de sus hijos para mantenerlos concentrados en la venganza.

Mientras que los hombres Barragán destacan por ser fieles a la tradición que les impuso fuertes códigos a la hora de matar, sus mujeres subterráneas encuentran la forma de rescatar al más joven de ellos, el único al que se le permite huir del decreto familiar que los condena.

“La sangre de mi hijo fue derramada. La sangre de mi hijo será vengada”.

Laura Restrepo se inspira en la historia real de su país para escribir este libro, retoma anécdotas de la ruidosa guerra que ocurrió entre dos familias de narcotraficantes en Colombia, entre 1970 y 1980. Nos ofrece el retrato de una sociedad marcada por el culto a la violencia y el fetichismo hacia el dinero. Con una narrativa que no abandona sus destellos de poesía y realismo mágico.

Para entender a sus personajes ficticios, la autora fue más allá del tiempo en que nacieron las personas que los inspiraron. Hurgó en la tierra del desierto de La Guajira para descubrir cómo es que aceptaron ahogarse en una guerra de diez años donde el único fin era exterminar a los varones del bando enemigo. Escarbó en las raíces del clan para cuestionar las lealtades familiares y los decretos sociales. Y nos entregó esta épica historia, que recuerda al siguiente fragmento de los antiguos relatos de la cosmovisión Wayúu, que se desarrolló precisamente en el desierto de La Guajira:

“No puedes matar a ningún Wayúu porque será vengado y pagará toda tu familia, no derrames sangre porque en ella está la vida, por eso, cuando la derrames cóbrala. No cojas lo ajeno. No es tuyo, si lo haces tendrán que pagar tres veces más el daño hecho. Esa es la ley de Maleiwa y nosotros la respetaremos y la cumplimos, todos lo han hecho, nuestros antepasados y nosotros ahora”.

*Leopardo al sol

343 pp. Alfaguara, 2016

Laura Restrepo (Bogotá, Colombia, 1950)

Una persona con cabello morado

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Laura Restrepo. Foto: Instituto Cervantes