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La clase política y la gobernante han venido usando a la democracia como trampolín para instalarse en el poder. Cuyo medio predilecto para conquistarlo son los partidos políticos, los cuales están en crisis porque han dejado de ser funcionales para el Estado mexicano y el interés de todos. Su pegamento predilecto son las ideologías, así como sus principios aglutinadores, los cuales han muerto porque han sido devorados por la incertidumbre, la globalidad y la frivolidad del poder de sus dirigentes.

De instituciones de interés público se han transformado en franquicias o en camarillas de cuates, en el mejor de los casos soñadores de utopías y de privilegios, por eso los vemos saltando de un partido político a otro, como chapulines irredentos para exculpar sus traiciones o engaños y limpiar sus hipocresías para continuar medrando del poder.

La clase política se ha convertido en una verdadera pandilla. Al parecer no hay escapatoria, solo pensar en los menos bribones y en uno que otro soñador.

El político per se, es un ciudadano como tú o como yo, con aciertos o con errores, con virtudes o defectos. Solo los conocemos, tal cual, cuando están en el poder y en el ejercicio de ese poder, sí sus errores son más que sus aciertos, podemos pensar que es un mal político, pero el daño estará hecho. Pero, sí sus aciertos son más que sus errores estaremos frente a un buen político y será bien recordado.

Los ciudadanos conscientes no tenemos opciones más que elegir al menos malo o aquel que nos ofrezca un México lleno de posibilidad y respete el ejercicio de nuestras libertades. El dilema será entre elegir un México autoritario o un México más democrático.