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Camino por las calles de Estambul con el invierno asomándose bajo mis manos. El aroma a maíz tostado y nueces se cuela por la ciudad, vendedores, comida callejera, y humo saliendo por las alcantarillas. Hace diez días me paseaba por la mezquita azul, no pude acceder a su interior porque las horas de oración están reservadas a los locales, pero desde fuera observé a sus habitantes postrarse ante Alá, Dios de la cultura musulmán, pensaba en esa forma tan arraigada, natural y fuerte de relacionarse con su religión.

Todos los días a diferentes horas del día se escucha un rezo por toda la ciudad, para ser exactos seis veces al día según los principios del Islam. El Ezan (llamada a la oración) convoca a los fieles a la mezquita para las oraciones, son los cánticos que oímos cerca de las mezquitas a ciertas horas del día:

  • Allahu Ekber Eşhedû en lâ ilâhe illallah Eşhedû enne Muhammeden resulullah
    Hayya ale-salah Hayya alel-felah Allahu Ekber Lâ ilahe illallah
  • Dios es grande. No hay más dios que Dios. Muhammed es el profeta de Dios
    Ven a la oración. Ven a la salvación. Dios es Grande. No hay más dios que Dios.

Postrarse ante lo divino, lo que está afuera de uno y es más grande. Es un recordatorio de sabernos incompletos en la necesidad de mirar al cielo con las manos abiertas para recibir lo que las redes del destino tienden para nosotros. Aceptar lo que venga, y recordar que sólo somos ciervos del porvenir.

Los envidié un poco. A veces creo que me hace falta esa devoción espiritual, por un tiempo la tuve y me sentía mejor conmigo mismo, con el tiempo y los andamios del que hacer la fui perdiendo. Apreciaba más que nada el momento de la oración, que era parar con la rueda de lo cotidiano, comulgar con el silencio, y mirar dentro de uno. Pero sobre todo era silencio, en un mundo que no deja de hacer ruido. Es sólo ahí y en él donde mi conciencia siembra certezas, lo busco desesperadamente porque también en él reconozco que amo ciertas cosas, más de una vez le dije a M. que me gustaba mirarla en silencio mientras trabajaba, hablaba con amigos, o pintaba, momentos que no me incluían y donde podía apreciarla, donde sus gestos se volvían chispazos de felicidad en mi pecho.

¿Algunas vez te has maravillado como alguien que pensabas tan normal y cotidiano, se vuelve de pronto hermoso? Pregunta Ze Fran.

Levanté la mano.

Otra cosa que ha llamado mi atención aquí son los gatos. Los gatos en Turquía tienen una historia interesante, la ciudad de Estambul (antiguamente Constantinopla), estaba estratégicamente ubicada entre el Mar Mármara y el Mar Negro. Históricamente era una ciudad portuaria, punto de llegada de cientos de embarcaciones mercantes. En las épocas del Imperio, los gatos formaban parte de las tripulaciones y eran los responsables de controlar la existencia de ratas y ratones a bordo de los barcos. Una vez llegaban a Estambul bajaban de los barcos y se quedaban a vivir en esa ciudad.

Para los musulmanes, los gatos son prácticamente sagrados. Se cree que Mahoma predicaba siempre con un gato a su lado. Según la creencia religiosa, en una ocasión, su mascota le salvó la vida al pegarle un manotazo a una serpiente venenosa que estaba a punto de morder al profeta mientras rezaba arrodillado. A partir de entonces Mahoma decidió darle protección a todos los gatos que aparecieran por su camino, siendo los animales favoritos del profeta.

“Si le haces daño un gato tendrás que construir una mezquita para que Dios te perdone”, dice una frase popular.

En Estambul puedes ver a los gatos caminar sin miedo, son parte de la ciudad, y la gente que habita en ella los cobija, los alimenta y cuida. Pienso en los gatos en México, la mayoría de ellos camina con prisa, se esconden en cuanto te ven, no confían de los humanos, no tienen razón para ello. En cambio veo cómo la gente turca los quiere, y ellos a cambio les devuelven compañía. Es algo tan sencillo y aun así no logramos comprenderlo. No sabemos que el cuidado de un gato, o de una planta, esconde también el cuidado de Dios y lo divino.

A veces dios pone a prueba a las personas, nos acerca a él de diversas formas, puede ser el cuidado de un gato, o un momento de silencio que nos haga echar un vistazo al pozo de lo que somos.

Foto: ElTiempo.com