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La huerta de Cocoyotla en la tinta liberal y romántica de Francisco Zarco

 

“Es sublime ese espectáculo que ofrece la huerta de Cocoyotla; inspira un recogimiento íntimo, enternece el alma de tal manera, que el labio calla, temiendo mezclar nuestra voz á la voz de las selvas y de los vientos”, escribió Joaquín Francisco Zarco Mateos, en 1851, durante su breve visita a la hacienda de Santa Rosa Cocoyotla. Dicho texto fue publicado, al año siguiente, en la antología literaria Presente amistoso dedicado a las señoritas mexicanas.

En el extremo occidental morelense –en las pródigas tierras de Coatlán de Río–, el efímero destino de Zarco se transformó en poética prosa que describió, con intensa cuan amorosa elocuencia, el paisaje del lugar y las sensaciones que provocó le la inolvidable impresión de su naturaleza, los extraños presentimientos que el lugar despertó en él y, particularmente, las fúnebres y dolorosas evocaciones que la exuberante huerta generaba al autor.

En ese destino de la Tierra Caliente que con emoción desbordada describió Zarco, “la tierra no se cansa de ostentar perpetuas galas, y tanto lujo en la naturaleza [en donde] hay una estancia escondida entre desiguales colinas, bañada por un límpido riachuelo y de la que se descubre á lo lejos el sencillo y modesto campanario [de su templo], incitando al viajero cansado de calor a buscar allí hospitalidad y reposo. Esa estancia es Cocoyotla”.

Liberal irreductible, probo servidor público, polémico periodista, impetuoso parlamentario, Zarco tenía un “talento dotado de una flexibilidad maravillosa, tomaba todas las formas, si puedo expresarme así, y ora se elevaba hasta las dulces regiones de la poesía, como penetraba atrevido entre los oscuros huracanes de la política; […]y servía de guía en los caminos de las ciencias y de las bellas letras”, afirmó de él Ignacio Manuel Altamirano Basilio.

La huerta de Cocoyotla es, tal vez, la más elocuente expresión de la vorágine de sentimientos que en Zarco se agolparon en esa compleja y dolorosa etapa de su vida. No sólo eran la divinidad, el arte o el amor que, en la prodigiosa naturaleza del lugar, descubría sino, de manera descarnada, la inevitable asociación con la figura de su madre, María de Jesús Mateos Medina, madre del pensador quien falleció poco después de su estancia en la hacienda.

“Yo sentía que mi espíritu se elevaba hasta Dios y que comprendía y estimaba sus dones; pero allí en medio de los bosques, y al rumor de la naturaleza, me parecía que estaba solo, como el insecto que se perdía olvidado en el polvo… ¡Tal vez, Dios mío, aquellas ideas de amargura eran el vago presentimiento del dolor que ibas a derramar sobre mi mísera existencia! ¡Tal vez era la voz de la tempestad que iba á descargar sobre mi cabeza!”.

La huerta de Cocoyotla; Francisco Zarco; primera edición; Universidad Autónoma del Estado de Morelos; 2024; 40 pp. Investigación e introducción de Jesús Zavaleta Castro.

Imagen: Hacienda de Santa Rosa Cocoyotla (fragmento);

Coatlán del Río, Morelos; 1919. Archivo Adriana Estrada Cajigal Barrera.