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Una entrevista onírica

Raúl Silva de la Mora

Yo no fui amigo de Roberto Bolaño. Digo esto como una medida precautoria, ahora que por todo el planeta salen a relucir una cantidad infinita de “amigos” y “amigas” de Roberto Bolaño, como si la muerte fuera una hechicera que cumpliera los antojos de esa petulante impostura no menos infinita que habita en tantos terrícolas. Nuestra relación, si acaso, se limitó a unos cuantos intercambios a través de Internet. En el 2000 le mandé un primer mensaje para invitarlo a publicar un fragmento de su poema “El Burro”, donde relata el viaje onírico que hace por el norte de México con Mario Santiago en una moto robada. Su respuesta fue más bien una bravata, en la cual me prohibía publicar ese fragmento, argumentado que la poesía no podía ser fragmentada sin coartar su sentido. Aunque su postura era convincente, mi razón para publicar sólo un fragmento de ese poema era muy sencilla y no tenía que ver con el afán de mutilación: el poema excedía el espacio que teníamos en el suplemento donde colaboraba. Su respuesta me dejó frío y le respondí que por que no tenía ese tipo de consideraciones cuando incluía fragmentos de poemas como epígrafes de algunos de sus textos. A los pocos días recibí una respuesta suya, bastante divertida, donde ironizaba con respecto a mi comentario, replicando que los epígrafes eran actos flagrantes que la licencia que daba una buena novela permitía utilizar. A partir de esa respuesta seguimos intercambiando mensajes y eventualmente lo invité a contestar un cuestionario. Originalmente, sus respuestas aparecerían en Zona de Liebres, una revista de Zaragoza, España, que estaba preparando un especial sobre Bolaño. Sin embargo, Zona de liebres terminó haciéndole honor a su nombre y se fugó a toda prisa del mundo editorial por razones financieras. Esa circunstancia permite que ahora se publique por primera vez esta brevísima entrevista.

 

  • Roberto, dime ¿cómo fue que tu familia decidió emigrar a México?

Esto pasó en 1968. Los problemas de salud de mi madre fueron la causa de esa emigración. Su médico le advirtió que sus pulmones y su corazón necesitaban de tierra Azteca. Como ella había visitado Tenochtitlan un año antes y se había enamorado de sus pirámides en ese viaje, fue casi automática su elección de ese lugar para migrar. Yo tenía quince años y aunque en un principio me costó la idea de abandonar a Zafarrancho, mi caballo, después de todo no fue algo traumático. Para mí, Chile no era un sitio mitológico ni una cuna de mi identidad ni cualquiera de esas huevadas. Esencialmente Chile era mi caballo y Patricia Pons, una niña tres años menor que yo a la que recuerdo bailando en un camino de grava: Ella aparta las hojas y me sonríe.

  • ¿Cómo te sentiste al llegar a México?

Me sentí magnifico. Yo creo que fue la curiosidad quien se encargó de borrar todo amago de nostalgia.

  • En México fundaste el Infrarrealismo junto con tu amigo Mario Santiago.

Sí, el Movimiento Infrarrealista lo fundamos Mario Santiago y yo. Fue una consecuencia natural de nuestra manera de ver al mundo, de nuestras lecturas, pero sobre todo fue consecuencia de ese espíritu iconoclasta que el ser joven tiene a flor de piel. Pero si lo veo desde un ángulo literario, pues te diría que allí se concentran nuestros hallazgos culturales: allí está el Surrealismo, las vanguardias poéticas latinoamericanas, el Estridentismo, Trostky, Roberto Matta, la ciencia ficción rusa y, sobre todo, nuestras caminatas nocturnas por la Ciudad de México. El signo de esta rebelión fue la irreverencia, una irreverencia que bien puede expresarse con esa maravillosa frase mexicana: chinga quedito. Éramos unos chinga quedito para ciertos sectores de la cultura mexicana. En un ambiente donde dominaba la figura de Octavio Paz, ataviado por un séquito de aduladores profesionales y la mayoría escritores mediocres, entretenidos en los actos serviles para ganarse canonjías, para ser tocados por la mano del “Midas” Paz. Pero no sólo estábamos contra esos exquisitos, sino también contra esa izquierda trasnochada, estalinista y sin ideas, que de haber llegado al poder seguro que nos habría exterminado en alguno de sus Gulags.

Ahora, en cuanto a la influencia del Infrarrealismo en mi obra, eso más bien se lo dejo a los arqueólogos. En todo caso no creo que el Infrarrealismo me influyó directamente. Si algo ha influido en mi obra literaria es esa visión de la vida que me viene de la manera en que están organizados los cromosomas en mi ser. Pero en esa aventura infra, te diré, tuve la inmensa fortuna de que a mi lado estuviera uno de los seres más extraños y hermosos que me ha tocado conocer: mi amigo Mario Santiago.

Roberto Bolaño

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