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Pasado el furor por las campañas electorales y a sabiendas de los resultados hay muchas cuestiones de las cuales debemos ocuparnos e incidir para que las nuevas autoridades tomen cartas en el asunto. Para mi generación, la millenial, uno de los temas centrales en los que deben enfocarse las políticas de los nuevos gobiernos, versan en la precaria situación económica, laboral, de vivienda y de seguridad social en la que nos encontramos.

En la actualidad muchos de los nacidos en los años 90’s tenemos empleos temporales o informales que nos impiden acceder a beneficios laborales que por ley deberíamos tener. Desde vacaciones pagadas, seguro médico o el acceso a un fondo para el retiro por mencionar solo algunos. Aunado a esto, muchos de los trabajos en los que nos desempeñamos se caracterizan por condiciones que exceden las jornadas establecidas en la ley, esta carga extra de trabajo no se ve reflejada en una mayor remuneración económica. Al contar con salarios bajos que no permiten cubrir las necesidades básicas, en muchos casos esto implica que el trabajador tenga que desarrollarse en más de un empleo bajo las mismas precarias condiciones laborales para medio vivir. Esto ha provocado que la inseguridad y precariedad laboral afecten negativamente la salud física y mental de toda una generación.

Hace mucho tiempo que la distinción entre proletariado y clase media se ha ido diluyendo de la conciencia política. Son pocos o casi ninguno quien se considera como proletarios, y cabe mencionar que esa es una de las grandes victorias culturales del neoliberalismo, el desdibujamiento de las clases sociales, la cada vez mayor ausencia de solidaridad y el aumento del individualismo. Hoy en día podemos hablar de una sola y numerosa clase social, aquello que Zigumnt Bauman tuvo a bien denominar como el Precariado. Los millenials encajamos perfectamente dentro del precariado, aquellos que no tenemos ninguna seguridad sobre nuestro futuro, ya no digamos lejano sino el más inmediato.

Aunque muchos de los millenial contamos con niveles educativos superiores a la generación de nuestros padres, la cruda realidad es que el precariado de hoy en día desde la óptica capitalista en que vivimos no cuenta con las habilidades que el mercado laboral exige. Lo anterior limita nuestras oportunidades de empleo, pero por otro lado esa falta de habilidades deviene en la aceptación de empleos mal pagados.

A pesar de que en este sexenio que termina, realizó tímidos avances en materia laboral, aún faltan mucho por hacer y para asegurar que ya no solo una generación, sino para las que viene tras los millenial, tengan y tengamos las misas oportunidades y mejores condiciones de vida. Las políticas públicas de los nuevos gobiernos deben promover la ceración de empleos dignos, la formalización de trabajos bien remunerados, acceso a créditos para una vivienda digna, así como mayores oportunidades en materia educativa. Además de ello poner freno definitivo a la especulación inmobiliaria y poner topes a las rentas. Con políticas adecuadas que incentiven lo anterior, también debe haber un fomento a la generación de empleos formales, así como a la protección laboral, en donde formar parte de un sindicato implique saber que el trabajador cuenta con un apoyo adicional a las políticas públicas y una defensa ante abusos por parte de las empresas.

Las tareas son muy complicadas de realizar, eso nadie lo niega, pero de no empezar a trabajar en ellas, lo que hoy es un problema que afecta principalmente a una generación, se convertirá en una problemática transgeneracional. Me gustaría terminar esta columna señalando que las cosas pronto serán mejores, pero hay que ser realistas y decir que no hay un futuro alentador para el precariado, al menos por el momento.

*Historiador