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“Yo, que he conocido la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así. Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxígeno, sin pensarlo, pero conscientes de que existe”.

Juan Carlos Onetti

I

Fue el 27 de julio de 1967 cuando el huraño de Juan Carlos Onetti llegó a Caracas, Venezuela, horas después de un terremoto de 6.5 grados en la escala de Richter, donde 300 personas perdieron la vida. En una entrevista que le hicieron, a propósito de su viaje a este país donde se entregaría por primera vez el Premio Rómulo Gallegos, Onetti declaró: “He tenido dificultades para dormir desde el primer día que llegué a Caracas; respecto al terremoto, me enteré en el aeropuerto cuando llegué, esto me ha quebrantado el espíritu”.

II

Se dice que, fiel a sus hábitos, este narrador uruguayo hizo uso de su detector etílico en busca de territorios para cumplir sus deseos, y no tardó mucho en descubrir esa zona que las malas lenguas definían como “temida”, donde se hallaban tres bares equidistantes, en el Bulevar de Sabana Grande, denominada por los sabios como El Triángulo de las Bermudas. Su guía por esos laberintos fue Miyo Vestrini, poeta, cuentista y periodista nacida en Francia hacia 1938, bajo el nombre de Marie-Jose Fauvelles, y migrante cuando era niña a tierras venezolanas, con su madre, su padrastro (el escultor italiano Renzo Vestrini), y su hermana mayor.

III

Miyo, convertida en compañera de tragos y musa, se entregaba a la vida con Onetti, dejándose seducir por los amaneceres y cantando tangos como el Yira Yira de Enrique Santos Discépolo, cuya amargura era celebrada chocando sus copas con singular amor al presente: “Cuando la suerte qu’es grela / Fallando y fallando / Te largué parao’ / Cuando estés bien en la vía / Sin rumbo, desesperao’ / Cuando no tengas ni fe / Ni yerba de ayer / Secándose al Sol.”

IV

El 30 de julio de ese 1967, Onetti se enteró de otro cataclismo, cuando el jurado del Premio Rómulo Gallegos eligió como ganadora a La casa verde, de Mario Vargas Llosa, y descartó a su novela Juntacadaveres. 23 años más tarde, el periodista español Ramón Chao le recordó ese momento, y Onetti contestó con ingenio que el jurado se había decidido por La casa verde porque en el burdel de esa novela había algo que a la suya le faltaba: una orquesta.

V

Miyo Vestrini cuenta cuentos con sus poemas. En ellos están cifradas historias que abrazan lo cotidiano para retar al mundo y sus costumbres autoritarias. Como Onetti, Miyo era de pocas pulgas. La conjunción que fue su encuentro, seguramente les deparó formas más rabiosas y plenas para retar a la vida. La amargura de no haber ganado el Rómulo Gallegos, estoy seguro que fue mitigado por los tragos que Miyo y Juan Carlos compartieron, en esos amaneceres caraqueños: “Cuando rajes los tamangos / Buscando ese mango / Que te haga morfar / La indiferencia del mundo / Que es sordo y es mudo / Recién sentirás.”

VI

Los paredones de primavera

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra

ni a oler la espiga

ni a cantar himnos.

Sabrá que no hay arroyos cristalinos

ni agua clara que beber.

Su mundo será de aguaceros infernales

y planicies oscuras.

De gritos y gemidos.

de sequedad en los ojos y la garganta.

de martirizados cuerpos que ya no podrán

verlo ni oírlo.

Sabrá que no es bueno oír las voces

de quienes exaltan el color del cielo.

Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.

Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror

y escuchará con pena el pájaro que canta,

la risa de los soldados

los escuadrones de la muerte

los paredones en primavera.

Tendrá la memoria que no tuvimos

y creerá en la violencia

de los que no creen en nada.

Miyo Vestrini

Juan Carlos Onetti

Miyo Vestrini