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En la azarosa historia morelense, han existido horas negras, particularmente la presencia en la entidad de Juvencio Robles como comandante militar y gobernador. Oriundo de Juchitán donde nació en 1849 y ostentando para enero de 1914 el grado de general de división en el escalafón general del Ejército Federal, en un inicio Robles tuvo a su favor ser veterano de las guerras contra la intervención y el imperio. Particularmente se distinguió en el asalto y toma de Puebla el 2 de abril de 1867, bajo las órdenes de Porfirio Díaz, ahí también concurrió otro futuro gobernador de Morelos, Carlos Pacheco, quien a diferencia de Robles es de grata memoria para los morelenses.

Juvencio Robles ascendió en el ejército a lo largo del porfiriato, no en vano los juchitecos se han caracterizado siempre por ser buenos soldados, Robles se forjó a su vez una reputación de hombre rudo. Esta fama fue la que le valió ser comisionado primero por Madero y después por Victoriano Huerta para combatir al zapatismo.

Robles para llevar a cabo su misión, utilizó la cruenta práctica de la tierra quemada, que consiste en arrasar poblaciones y tierras de cultivo e internar a la población en campos de concentración. Lo anterior en lugar de abatir el movimiento del Caudillo del Sur, lo alentó, pues los campesinos de Morelos y sus familias prefirieron echarse al monte y unirse a Zapata que ser diezmados o concentrados por Robles.

Huerta ya en el poder mandó a Robles a desaparecer los poderes en Morelos y asumir como gobernador militar, en consecuencia, el juchiteco arrestó al gobernador Tajonar y a los diputados, los envió presos a la Ciudad de México, aquí es donde José Diego Fernández Calderón, cuernavacense y senador de la República defendió la soberanía de su estado desde la tribuna. Las acciones de Robles no fueron cosa menor, redujo a Morelos a la categoría de territorio federal, estatus que perduró hasta 1930 cuando se restableció el orden constitucional a nivel local. En suma, Juvencio Robles ha sido el peor gobernador de Morelos, en 155 años de trayectoria como entidad federativa. Su funesta administración fue el escenario de la hora más obscura que han conocido estás tierras, a las desgracias de la guerra se sumaron la destrucción de la industria azucarera, de todas las actividades económicas y productivas y Cuernavaca quedó saqueada y abandonada.

Hoy sin temor a exagerar y guardando las proporciones con las jornadas revolucionarias, vivimos momentos graves. La inseguridad es un flagelo que nos amenaza en lo más preciado: la vida, la integridad y el patrimonio. Sin seguridad pública, el desarrollo económico y social serán nulos, de ese tamaño es el reto que enfrenta quien sea la próxima gobernadora de Morelos.

Aquí es donde surge, sin ningún apasionamiento la necesidad de afrontar la realidad y no politizar una emergencia. La crisis de inseguridad ha rebasado a las policías estatal y municipales, los centenares de candidatos que compiten en los próximos comicios no son expertos en el tema y Morelos no cuenta con academias donde se garantice la formación profesional y ética de los policías, aunado a lo anterior no quiero pensar en la carencia de adiestramiento, equipo, armamento, vehículos, tecnologías, buenos sueldos y prestaciones para el personal de seguridad pública.

Por todo lo anterior se debe ponderar la única solución certera y eficaz. Reconociendo el extraordinario esfuerzo del Ejército Mexicano, y particularmente de la formación bajo los ejes académico, ético y militar que distinguen a los egresados del Heroico Colegio Militar. La carrera militar es dura, llena de sacrificios, pero en contrapartida quienes sirven bien, tienen la satisfacción de las recompensas en todos los sentidos que se obtienen al ascender y la ventaja de la experiencia de los años de servicio. Es por ello por lo que el próximo titular de seguridad pública debe ser necesariamente un hijo del colegio militar, a lo anterior se añade el beneficio de una Guardia Nacional bajo mando y control castrense. Nuestros policías aún están lejos de alcanzar el nivel de compromiso de los soldados.

Esto no implica militarizar ni a la sociedad ni a sus instituciones, significa en cambio asumir nuestra realidad y trabajar en la solución eficaz y posible a un problema tan grave, en una hora tan obscura que poco tiene que envidiar a las horas que quienes nos antecedieron vivieron hace poco más de cien años, bajo Juvencio Robles.

Juvencio Robles, Archivo Casasola / Cortesía del autor

*Escritor y cronista morelense.