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López Obrador no les vino a hacer la tarea

 

Las crisis suelen provocar comportamientos cíclicos en las personas y como para demostrar que la política en Morelos vive uno de sus peores momentos, los grillos locales parecen dispuestos a repetir una y otra vez las pifias que los llevaron y los mantienen en la terrible colección de episodios que sería divertida de no reflejarse en terribles indicadores de desempeño social y económico en el estado.

El viernes estuvo nuevamente el presidente, Andrés Manuel López Obrador en Morelos y los partidarios de él y su movimiento, y algunos incautos observadores, quisieron adivinar que el líder moral de Morena hiciera por lo menos algún amago para solucionar la crisis por la que atraviesa el partido con las nominaciones de candidatos; una señal para disciplinarlos a todos o decantarse finalmente por alguno de los grupos en pugna; un movimiento, aunque fuera simbólico, que permitiera interpretar el palomeo o tachadura de quienes quieren el poder sin tener idea de para qué sirve.

Se quedaron esperando. Fiel al guion que ha establecido desde el principio de su administración, López Obrador no se metió en el tema político local que, dicen sus partidarios, le queda muy chico para su investidura y talento; y juzgan, quienes no le tienen gran afecto, que francamente le vale un comino. Por las razones que hayan sido, no hubo una señal visible que pudiera poner orden en Morena Morelos, incluso, cuando el gobernador recibió el abucheo del público en la plaza de armas de Cuernavaca (que no es una población que le tenga especial aprecio al mandatario), López Obrador los dejó desahogarse y luego de más de cuarenta minutos de discursos, dijo “Cuauhtémoc Blanco es un gran gobernador”.

En efecto, lo dijo. Aclaró, eso sí que se trata de su opinión, y luego argumentó que lo cree así porque, básicamente, no le ha estorbado como han hecho otros mandatarios en otros estados. No fue entonces un “espaldarazo” como se decía el siglo pasado a las palabras de apoyo de un superior jerárquico, sino una expresión acotada de respaldo a alguien que no ha significado mayores problemas al gobierno federal.

El problema es que los partidarios de Morena creen fervientemente en el presidencialismo caudillista, ese que en el siglo pasado otorgaba a una sola persona el poder de resolver todos los problemas. Ése de “les vamos a construir su puente (pero, señor, aquí no hay río), pues primero les vamos a poner el río”. Así que consideran que la palabra del presidente es tan poderosa que debe aguardarse a que sea pronunciada para tomar las decisiones que convengan. Ese fragmento de la clase política que ignora el funcionamiento de la democracia, de la política, es el que actualmente domina la escena en Morelos. Algo que no deja de llamar la atención considerando la rica tradición democrática del estado, abundante en alternancias, en equilibrios, en construcción de acuerdos.

Convendría preguntarse cómo es que llegaron ahí los que esperan que todas las soluciones vengan del centro o del poder presidencial. La respuesta no es sencilla, pero parte básicamente del embelesamiento de la clase política con su propio reflejo (en efecto, como Narciso). Los políticos morelenses de las generaciones anteriores no se amaban a sí mismos, sino a un reflejo, a eso que creían ser. También cayeron y se ahogaron en el río y hoy son hermosa y preocupantemente ridículos por creer que lo perdido fue su reflejo y no ellos mismos.

Pero lo que llegó no es mejor. Los de ahora creen que son porque se parecen a quien sí es, y así lo imitan en todo, discurso, figuras literarias, pleitos, ocurrencias. Se publicitan en fotografías con López Obrador y no en las obras y acciones que deberían realizar en beneficio social, para ellos, las fotos con el presidente sonriendo es mucho más valiosa que cualquier acción a favor de la ciudadanía, y a lo mejor por ello hacen tan pocas de éstas y buscan tanto aquellas.

López Obrador no vino a reparar nada, nadie en la política morelense actual tiene la relevancia suficiente como para que un presidente venga a ponerlo en paz o a encumbrarlo. Pero tampoco es que haya faltado a alguna obligación no escrita. En todo caso, fueron los políticos morelenses los que se metieron en el embrollo que hoy los tiene atorados y a punto de veinte mil rupturas; y tendrían que ser ellos quienes encontraran cómo salir del problema.

Pero apostar a que el presidente afloje todo lo atorado como si su palabra fuera una suerte de WD40, ayuda a los grillos locales a desentenderse de su obligación política. “No hay diálogo porque el presidente no nos ha dicho por dónde o a favor de quién”, parece ser la justificación para mantener el conflicto abierto y no ceder, nadie un ápice de espacio en el simbólico escenario de la política.

Culpar al presidente por no resolver una crisis derivada de la indolencia y la falta de talento de los políticos locales es absurdo. Pero sirve a todos quienes operan desde la mezquindad política y de eso muy pocos se salvan en Morelos. A la oposición le ayuda a señalar que Morelos está en el abandono federal, a sus partidarios les permite reforzar sus posiciones (porque no dijo que se hiciera otra cosa). A quien no sirve para mucho es a la ciudadanía que, por otra parte, ya debió acostumbrarse a que los políticos locales son campeones en no resolver casi nada.

Por lo pronto, en la semana seguramente veremos más rupturas y conflictos internos en Morena cuando finalmente se definan las candidaturas. El suspenso no está, por cierto, tanto en quiénes serán los designados, sino en cómo se habrá de justificar cada una de las candidaturas para lograr la legitimidad que requieren como abanderados de un partido que, hasta ahora, es el que más peros tiene para cada una de sus determinaciones. Habrá algunas ausencias muy costosas, pero las presencias podrían convertirse en injustificables.

@martinellito

dmartinez@outlook.com