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Cuauhtémoc Blanco y el Obispo Castro, de la alianza a la enemistad

 

La Iglesia en México nunca ha sido cómoda para el poder. Si bien ha habido épocas y regiones donde la jerarquía católica ha favorecido y apoyado a regímenes bastante cuestionables, lo cierto es que aún en esos espacios los “padrecitos” eran vistos por el poder con sospecha y algún desdén. No es difícil explicar la difícil relación entre el poder material y el espiritual, la política suele ser práctica, simplista, procurar la efectividad solo para mantenerse; mientras la religión, especialmente la católica promueve la culpa y el sacrificio como mecanismos de control moral, por lo que los choques son frecuentes, aunque no siempre resultan públicos de inmediato, muchas veces se reducen a algunos párrafos en las memorias de políticos o de textos escritos por sacerdotes.

A pesar del jacobinismo recurrente en la política mexicana, integrada por muchísimos “comecuras”, la autoridad espiritual de la Iglesia, especialmente la católica, ha permitido a las diócesis participar en la vida pública, convocar a sus fieles primero, y por extensión a la ciudadanía a hacer oír sus voces en temas tan relevantes como la seguridad pública, la economía y por supuesto la salud sexual y reproductiva, sobre la que el catolicismo tiene las posiciones probablemente más polémicas y con menor respaldo de todas las que abandera.

En Morelos, la postura política de la Iglesia ha tenido dos momentos cruciales, los treinta años del obispado de Sergio Méndez Arceo (de 1952 a 1982), y los casi once que lleva (llegó en 2013) Ramón Castro Castro a cargo de la Diócesis de Cuernavaca, fortalecido desde 2021 con el nombramiento de secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Méndez Arceo fue impulsor de la Teología de la Liberación, inspiró los movimientos sindicales de aquella época cuya importancia estaba en su radicalismo, apoyaba las causas revolucionarias latinoamericanas en Cuba y Nicaragua, creó las comunidades eclesiales de base, todas estas posiciones le valieron la incomodidad y sospecha de los gobiernos locales y federales en la época del poderosísimo Partido Revolucionario Institucional, hoy tan disminuido como sus dirigentes.

Ramón Castro, desde su llegada a la Diócesis de Cuernavaca, ha sido una piedra en el zapato de los dos gobernadores con que ha tenido que convivir, Graco Ramírez y Cuauhtémoc Blanco; aunque éste en un principio aparecía como su aliado. Los pronunciamientos políticos en materia de salud pública han sido muy desafortunados, sin embargo, la postura del actual obispo de Cuernavaca a favor de la pacificación, las víctimas de los delitos y la obligación del Estado de proveer seguridad pública a todos los mexicanos y particularmente en el territorio diocesano, a los morelenses, le han valido convertirse en uno de los líderes sociales relevantes en un Morelos donde la política ha estado ausente por más de una década.

El obispo participó en las caminatas que organizaba el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza Javier Sicilia para pedir justamente eso; luego organizó las propias desde la Diócesis. En el 2016, cuando el Congreso de Morelos, dominado por diputados afines a Graco Ramírez, votó por la remoción del entonces alcalde Cuauhtémoc Blanco por usar documentos apócrifos para registrarse como candidato (un fallo que, coincidiría con el posterior del Instituto Nacional Electoral pero no en el tiempo suficiente para acabar con la carrera política del exfutbolista); la Diócesis de Cuernavaca dio alojamiento Blanco durante las 36 horas que duró la “huelga de hambre” con la que combatió mediáticamente la resolución.

Luego en el 2017, Blanco caminó junto a Javier Sicilia, Ramón Castro, Alejandro Vera y Gerardo Becerra, hasta la Secretaría de Gobernación en la Ciudad de México, para exigir cambios de fondo en Morelos en materia de seguridad y combate a la corrupción (en ese año en Morelos se cometieron 828 asesinatos dolosos; en el 2023, ya bajo el gobierno de Cuauhtémoc Blanco, fueron mil 303, 57% más). La presencia de Blanco, que después de aliaría electoralmente con Becerra y Vera, probablemente dio esperanza a algunos de que, ya candidato a la gubernatura, Cuauhtémoc cumpliría su tarea en pos de la pacificación del estado.

Probablemente los primeros desilusionados por el gobernador fueron quienes, acudieron a esa caminata y no fueron inscritos a la nómina pública; no por la falta de hueso, sino por la colección de omisiones, la fallida estrategia de seguridad en el estado y la permanencia de hechos de corrupción tan graves como los que se cometieron en la administración anterior.

Bien analizado, quien utilizó a la Iglesia Católica como ariete político no fue el obispo, sino Cuauhtémoc Blanco, quien ya gobernador fue sometido por el obispo Castro Castro a la misma crítica y tratamiento que le había dado a Graco Ramírez; una relación institucional que no se guardaba señalamientos sobre omisiones y pifias del gobierno.

Si, como dice Ramón Castro, las declaraciones del comisionado de Seguridad Pública, José Ortiz Guarneros, sobre una no probada conducta licenciosa del obispo Salvador Rangel, provienen de una línea del gobierno del estado porque “no somos buenos amigos”, y con los dichos del presunto responsable de la seguridad pública en Morelos se trata de dañar a la Iglesia Católica, el asunto es muy grave, mucho más en el contexto que Cuauhtémoc Blanco dio a la Diócesis de Cuernavaca en su momento: una mera herramienta de posicionamiento político a la que ahora no sólo desdeña, sino agrede.

@martinellito

martinellito@outlook.com