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La urgente reconciliación en Morelos

 

A menos de dos semanas de las elecciones y con los enconos y suspicacias subiendo de tono (si uno pensaba que no se podría más, siempre hay alguien que sorprenda), algunas de las proyecciones serias sobre los resultados parecen irse concretando. La más importante, dado que Morelos seguirá vivo el tres de julio es que, si bien para muy pocos cargos tres o más tienen oportunidad de ganar la contienda, en casi ninguna de las posiciones en disputa la mayoría de los electores no habrá votado por los candidatos que triunfen. Es decir, Morelos tendrá gobernadora electa con menos de la mitad de los posibles votantes, igual ocurrirá a la mayor parte de quienes resulten seleccionados en los ayuntamientos y diputaciones locales y federales.

No es tal difícil la proyección, entre al abstencionismo, que oscilaría entre el 36 y el 40% de los posibles electores, y lo cerradas que parecen ponerse la mayoría de las contiendas, quienes resulten ganadores en la contienda enfrentarán, además de los problemas que todos sabemos padece el estado, los nuevos servidores públicos y representantes populares electos tendrán el urgente y vital reto de la reconciliación con otras fuerzas políticas y con los grupos sociales que las apoyaron para evitar que el estado pase otros seis años en las mismas condiciones que originaron la ruptura política que llevó al enfrentamiento interno en los poderes públicos y el que han tenido entre sí por lo menos durante toda la administración de Cuauhtémoc Blanco.

Será una labor difícil, para la mayoría de los candidatos el mundo “se acabará” la noche del 2 de junio o la madrugada del tres, según la velocidad a la que vayan los conteos; algunos de ellos podrían ver, incluso, que su carrera política ha concluido (hay una máxima en política que dice que las derrotas no son eternas, pero refiere más a los partidos y a escasas figuras de la vida pública, el resto del tiempo se utiliza como frase para inspirar consuelo o resignación al francamente derrotado).

De esa sensación de urgencia de los políticos provienen ese conjunto de disfunciones de la comunicación que, ya en racimo, se han identificado como “guerra sucia”; y que ha provocado el crecimiento de los enconos y los rencores hasta niveles que parecen irreconciliables. Aunque se diga que en política nada es personal, lo cierto es que la confusión que tiene esa gente entre lo que es, con lo que dice, hace o deja de hacer, hace que cualquier señalamiento se vuelva extraordinariamente personal. Así que no habría que confundirse, en política todo es personal.

Así que la primera tarea de quienes en solo dos semanas amanecerán como gobernadora, diputados, presidentes y síndicos municipales y regidores electos, será tejer en un muy difícil proceso de reconciliación, una dificultad que podría haberse evitado de haber construido campañas propositivas, en lugar de dedicar la tercera parte o hasta la mitad del tiempo en medios y gente a denostar rivales.

Y claro, si alguien ganara con mayoría arrolladora, eso de la reconciliación podría pasar a segundo término, pero lo cierto es que no se percibe, por lo menos hasta ahora, alguna contienda tan mayoritariamente aplastante que pueda prescindir de las débiles minorías a las que eventualmente derrotara, algo que, en la política moderna, por cierto, es realmente imposible aún en regímenes autoritarios donde, por cierto, las minorías suelen ser mucho más incómodas para los gobernantes.

La reconciliación es una tarea que idealmente tendría que empezar previo a la jornada electoral, con llamados a la civilidad, a la defensa del voto ciudadano, al respaldo a la autoridad comicial, e idealmente tales posicionamientos tendrían que venir, en principio, de las candidatas más relevantes, en el caso de Morelos, las tres postuladas a la gubernatura. Pero lo cerrada que parece estar la contienda ha pospuesto tales llamados y en cambio, el discurso de distanciamiento, la arenga y el señalamiento al adversario continúan y probablemente, si se judicializa la elección, seguirán por lo menos hasta agosto, lo que podría detener la labor de planeación de la futura gobernadora, un trabajo que, dadas las condiciones del estado, tendría que empezar la misma noche del dos de junio, cuando (idealmente), dos de las candidatas tendrían que reconocer “que los números no las favorecen”, y se pongan a disposición de la ganadora. Un escenario que, por el momento, no aparece en el imaginario de ninguno de los equipos de campaña.

Lo cierto es que hasta donde todo apunta, ninguna de las coaliciones podía presumir de carro completo, por lo menos dos de los partidos minoritarios (PT y Nueva Alianza), tendrán suficientes votos para meter por lo menos un diputado plurinominal cada uno, las coaliciones “Sigamos Haciendo Historia” y “Dignidad y Seguridad por Morelos, Vamos Todos”, tendrán cada una por lo menos tres diputaciones de mayoría y se repartirán las alcaldías más importantes, y que nuevamente, los cabildos y el Congreso local tendrán representaciones multipartidistas, fenómenos todos que volverán extraordinariamente relevantes las habilidades conciliadoras de gobernadora y alcaldes. Así que, probablemente la proclividad y experiencia en el diálogo y negociación deberían considerarse como virtudes al momento de definir el voto para cada una de las posiciones en disputa.

Claro que Morelos no se acaba el 2 de junio, pero también es necesario que la ciudadanía tenga claro que seis son muchos años para soportar otro gobierno omiso, peleonero, indolente y lejano de la ciudadanía. Seis años es una primaria o una carrera universitaria completa. Seis años son muchos más de los que duran muchos matrimonios. Seis años son el lapso entre el iPhone XS y el iPhone15, entre el Galaxy Note9 y el Galaxy S24 Ultra. En seis años pueden pasar muchas cosas, y Morelos no puede seguir esperando.

@martinellito

martinellito@outlook.com