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La ciudadanía es la ganadora, alguien debe entenderlo

 

Mientras escribimos esta entrega, está la proclamadera de supuestos ganadores de las elecciones en todo el país, demostración de que la clase política nacional no ha entendido absolutamente nada de lo que ocurrió ayer. Cierto que, conocidos todos los resultados, habrá quienes despachen en las oficinas públicas y cobren en las nóminas oficiales con todo y sus equipos. Pero eso es lo práctico, lo que debiera entenderse es que, con una participación ciudadana calculada en más del 60 por ciento aún antes del cierre de las casillas, la verdadera triunfadora del proceso electoral es la ciudadanía, que podría convertir a los próximos gobiernos ya no en feudos poderosos, sino en verdaderos servidores públicos.

La alta participación ciudadana que marcó la jornada del domingo, y la toma pacífica pero abrumadora que la sociedad hizo de los espacios públicos como suyos, bien leída es un mensaje de que las cosas ya no serán iguales al pasado reciente en que esa misma ciudadanía fue desplazada, o se autoexilió, de los espacios que por definición son suyos y de las discusiones que evidentemente le conciernen. El regreso ciudadano tratará de ser ocultado por el discurso triunfalista de quienes resulten ganadores de contiendas que fueron siempre bastante más cerradas de lo que se reconocía; los triunfadores se presentarán como adalides de la democracia, héroes de la política, y asegurarán que van a conducir a la ciudadanía por mejores derroteros. Ilusos, habrán perdido de vista que justamente es la gente quien ha determinado retomar las riendas de la política con muchos mayores niveles de exigencia, porque lo cierto es que la jornada electoral no habrá reparado por sí misma todos los problemas de violencia, inseguridad y crisis recurrentes que padecen el país y el estado.

Y la exigencia iniciará incluso antes de que cada uno de los nuevos mandos políticos tomen posesión, porque la violencia, la pobreza, el magro desarrollo económico, el cambio climático, la falta de oportunidades, el desempleo y subempleo, la corrupción, todos son problemas de urgente resolución y continuarán hoy, 3 de junio, y los días siguientes hasta que desde el gobierno, se tracen las políticas públicas para atenderlos y resolverlos, y eso no pasará sin la exigencia puntual y directa (ya lo hemos visto) de esa ciudadanía que hoy salió a abarrotar las urnas, a gritarle a los políticos que ya basta de no escucharla. Y probablemente nuevamente fallen en la escucha, así que la acción ciudadana podría tomar, muy pronto una forma mucho más activa que el voto.

Así que resulta bastante mezquino cantar una victoria de un partido o grupo político frente a una sociedad que, además de muy despierta, continúa profundamente polarizada respecto a sus políticos, pero ahora se ha reencontrado al dialogar y enterarse de que sus problemas no son individuales sino colectivos, y que es en comunidad como se resuelven. Es decir, la sociedad parece haber dejado de estar enojada entre sus diversos estratos y comenzó a virar su fastidio hacia los políticos eligiendo a quienes le parecen más cercanos, más susceptibles para ser exigidos en la solución de los problemas que aquejan a todos, y cuidado porque seguramente los cómputos finales habrán de demostrar que la ciudadanía bien podría haber tenido otras opciones para entregarles su confianza y exigir resultados reales y rápidos.

La fiesta ciudadana, y esto deben entenderlo los políticos, pero también la sociedad, empezó el dos de junio, pero más allá de los resultados no terminará pronto porque la gente volvió a encontrarse, a reconocerse en las sonrisas, a saber que cuenta con sus vecinos, con sus amigos, con su comunidad para organizarse eficientemente y demandar resultados aun en condiciones de alto riesgo, como desde muchos grupos políticos se había anunciado previo a las elecciones.

Es decir, esa ciudadanía que decidió no acercarse a gente como Cuauhtémoc Blanco y su equipo de trabajo durante seis años ahora está lista para exigirle a la nueva gobernadora que atienda todos y cada uno de los muchísimos pendientes que dejó un mandatario ausente de su función y un gabinete cuya gestión podría considerarse entre las peores en la historia reciente de Morelos.

La reconciliación del nuevo gobierno de Morelos, y del de México, tendrá que hacerse primero con la sociedad que tiene preferencias políticas diferentes, exigencias legítimas y anhelos diferentes al resto. Eso solo podrá hacerse si se reconoce a la ciudadanía como la verdadera ganadora de la elección, a cada ciudadano como un agente legítimo de exigencia, sin importar por quién haya votado.

Siendo francos, muy pocos políticos locales y probablemente sólo unos cuantos nacionales tendrían la capacidad de ese ejercicio de humildad para reconocer la otredad que siempre es más vasta que la minoría que da los triunfos electorales. Esperemos que la gobernadora tenga la generosidad y altura de miras para hacerlo, de forma que no se condene al estado a otros seis años como los que Morelos padeció con Cuauhtémoc Blanco.

@martinellito

martinellito@outlook.com