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Gustavo Yitzaack Garibay L.

La marginalidad en el acceso a bienes y servicios culturales en las municipalidades fue provocada por el centralismo cultural que el gobierno de Estado y los ayuntamientos ejercieron durante décadas por diversas causas: algunas veces por falta de presupuesto o de voluntad política, pero casi siempre por la conveniente ignorancia de quienes han ocupado y ejercido de manera improvisada la titularidad de las áreas e instituciones culturales en Morelos.

Hay excepciones, pero la constante en la historia de la función pública relacionada con la administración cultural ha sido la incompetencia, la negligencia, el nepotismo, el dispendio, la corrupción y, en consecuencia, la impunidad.

Sin embargo, el proceso electoral de Morelos 2024 es una oportunidad para que quienes se dedican a las actividades culturales (sector cuaternario), manifieste su agenda de cambio, es decir aquellas propuestas y necesidades que se conviertan en un proyecto cultural participativo que se traduzca en políticas públicas orientadas no sólo en beneficio de las y los artistas o agentes culturales, sino de los pueblos de Morelos, esa geografía cultural suriana conformada por por poblaciones migrantes, comunidades indígenas y afrodescendientes.

Para ello será necesario que el sector cultural se reorganice y dialogue con las y los aspirantes a la gubernatura de Morelos. Existe un antecedente. El 6 de junio de 2018, en el Auditorio Ilhuicalli de Tepoztlán, el Movimiento Cultura 33 se reunió con un par de candidatos, o sus representantes, para conocer su visión y propuesta en materia de arte, cultura y patrimonio, pero sobre todo para comprometerse con una necesaria Reforma Cultural, iniciativa impulsada en el ámbito federal por el Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (Grecu).

En perspectiva, para el caso estatal, los resultados de ese ejercicio establecieron las bases para el diálogo posterior, no sin sobresaltos y diferencias, entre integrantes y agrupaciones de la comunidad y las nuevas autoridades de la recientemente creada y controvertida Secretaría de Turismo y Cultura.

Para quien esto escribe -dado que participé de ese proceso-, es innegable que el resultado de esa cordialidad política con la entonces secretaria, Margarita González Saravia, derivó en la revisión del proyecto inconcluso de iniciativa de Ley de Cultura, que había sido impulsado por Cultura 33 con un tímido apoyo de Cristina Faesler secretaria de Cultura del graquismo, y de la diputada Erika Hernández Gordillo, quien como integrante de la LII había presentado una iniciativa que era un plagio de la Ley de Cultura para el Estado y Municipios de San Luis Potosí.

Gracias los buenos oficios de González Saravia y a la persistencia de Cultura 33, se construyó un sólido puente de gestión con el Congreso estatal, primero con la diputada Alejandra Flores Espinoza, y que después Cultura 33 continuó con Edi Margarita Soriano Barrera, ambas integrantes del partido Movimiento de Regeneración Nacional.y presidentas de la Comisión de Educación y Cultura de las LIV y LV legislaturas. Finalmente, el 8 de diciembre de 2021, el Congreso de Morelos aprobó la Ley de Cultura y Derechos Culturales para el Estado de Morelos, aún sin publicarse en el Periódico Oficial Tierra y Libertad.

Los ayuntamientos, en cambio, han corrido con otra suerte. Como ya lo hemos analizado en este mismo espacio: el narcotráfico, el sismo, la pandemia, la consecuente precarización del sector, y el cierre de centros culturales han minado la energía y capital social de un sector vital para cualquier proceso de transformación.

El modelo cultural imperante de alcaldes, regidores, y titulares de cultura, patrimonio y casas de cultura gestiona un locus excluyente, un no lugar exclusivamente para el ejercicio de la cultura del poder y no del poder de la cultura, que ejerce presupuestos a modo para favorecer a unos, para acallarlos, y asedia a otros para marginarlos, ambas formas de intimidación. replica el modelo y visión de la industria cultural imperante, como instrumento de congregación de las masas y como vehículo y plataforma ideológica, una muy vacía, la que instaura el gusto colectivo y la teatralidad del entretenimiento en la sociedad del espectáculo.

Insisto, la batalla también es cultural. Y no sólo de pan viven las personas. Si no es cultural, no es transformación.

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