loader image

Cuitláhuac Alfonso Galaviz Miranda*

El populismo es un fenómeno político especialmente complejo. Es transversal a las dos grandes corrientes que han dominado las discusiones políticas en la modernidad: por un lado, el paradigma liberal que mantiene que el Estado debe ser acotado y eficiente para permitir libertad a los mercados; por otro, la teoría socialista, la cual defiende que los Estados deben ser robustos y los principales actores de las políticas económicas y sociales. Han existido regímenes populistas que defienden el libre mercado y otros que optan por la centralización de la política y la economía.

Una pregunta se vuelve relevante: ¿los populismos destruyen o complementan las democracias? En la literatura especializada, no hay una respuesta clara al respecto. Por una parte, hay argumentos que mencionan que se centraliza el poder en una persona o en un grupo reducido, teniendo efectos negativos para las sociedades al limitar la distribución del poder político. La democracia liberal no es la única forma de vida democrática posible, pero, para este grupo de autores, aún sigue siendo el mejor paradigma de organización social y de ahí vienen sus críticas al populismo.

Por otra parte, también hay quienes señalan que los regímenes populistas pueden robustecer las instituciones democráticas al incluir sectores sociales regularmente excluidos (sobre todo los populares) en las decisionespúblicas. Desde esta interpretación, los populismos tienen el potencial de refrescar las instituciones políticas tradicionales mediante la inclusión de sectores regularmente excluidos.

Personalmente, me inclino por una tercera postura, una que tome en cuenta la complejidad inherente del populismo y concluya que, bajo ciertos contextos, puede ser tanto perjudicial como benéfico para las democracias. Un ejemplo de este tipo de argumentación lo encontramos en Francisco Panizza, quien —en un artículo titulado “Fisuras entre Populismo y Democracia en América Latina” — señala lo siguiente:

“Las relaciones entre populismo y democracia no se puedenresolver en términos abstractos. Quienes sostienen que, por dar voz a los excluidos y reivindicar la soberanía popular, el populismo es fundamentalmente democrático, deberían considerar todos los casos en que los movimientos y regímenes populistas no lo han sido. Por otra parte, quienes sostienen que se trata de una degeneración de la democracia, deberían considerar el genuino soporte popular que gozan los líderes populistas y dejar de apelar a argumentos antidemocráticos sobre la ignorancia del pueblo o la sinrazón de las masas”.

Después de analizar distintas perspectivas sobre la relación entre populismo y democracias (aquí hago un repaso breve; estoy trabajando para exponer reflexiones más elaboradas en un artículo de investigación), me parece que posturas como las de Panizza expresan argumentos más sólidos. En general, existe una interpretación más bien negativa sobre el populismo; se suele creer que necesariamente implica un deterioro en la distribución del poder. Sin embargo, las conclusiones sobre las relaciones entre el populismo y la democracia deben ser más complejas. 

De entrada, hay que reconocer que un aspecto de los populismos tiene el potencial de ser altamente renovador: poner en el centro de los debates públicos a las grandes mayorías, regularmente excluidas y desprotegidas. De hecho, eso sería regresar a la justificación original de las democracias modernas. No digo nada nuevo si señalo que esta justificación es, en muchas ocasiones, olímpicamente olvidada; de ahí el valor de traerla de nuevo, como lo hacen algunos populismos bajo ciertas circunstancias.

Apoyado en Pierre Rosanvallon (véase su libro El siglo del populismo), mantengo que los populismos tienen sus propias lógicas democráticas (con sus problemas, claro; igual que los tiene la versión liberal de la democracia). Regularmente es mejor cuando los aspectos centrales de los regímenes populistas vienen “desde abajo”, porque sí existe el problema de manipulación y engaño por parte de líderes populistas. Creo que este debería ser un aspecto central en los estudios sobre la temática: ¿quiénes son los actores que definen los discursos y las prácticas populistas?, ¿los líderes o las bases de apoyo? Seguramente no se trate de una cuestión cerrada o definitiva, sino de disputas constantes y de momentos cambiantes a lo largo de experiencias populistas. 

Si los intereses de las grandes mayorías (hoy violentadas y excluidas sistemáticamente) son determinantes, las oportunidades de mejorar la democracia son más amplias. De hecho, más allá del fenómeno del populismo, siempre hay posibilidades positivas cuando las clases populares se convierten en actores protagónicos en la definición de políticas públicas.

* Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *