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Cuando era estudiante universitario tomé cursos de matemáticas con un profesor populista quien, en lugar de enseñarnos matemáticas, la mayor parte del tiempo nos hablaba sobre cómo el sistema capitalista neoliberal había oprimido a los hijos de campesinos y obreros negándoles el acceso a la educación. En sus clases constantemente revivía heridas sociales abiertas (como la matanza del 68 o la falta de medicinas contra el SIDA en África), y culpaba sin descanso a las autoridades universitarias de todos los males habidos y por haber. Nos quería convencer de que el Rector y todas las autoridades de la UNAM estaban coludidas con el capitalismo salvaje en un plan perverso cuyo objetivo era privatizar la Universidad y evitar que los pobres estudiaran (¡como si algún empresario quisiera comprar a la UNAM!). Nos hablaba de estos temas con una elocuencia al borde de las lágrimas, dejándonos llenos de rabia e indignación a tal grado que odiábamos a las autoridades universitarias incluso sin conocerlas o saber quiénes eran.

Un día, en el auditorio de la Facultad, el séquito de alumnos incondicionales de este profesor organizó una asamblea estudiantil para discutir si debíamos iniciar un paro de actividades y cerrar salones con el objetivo de hacer justicia a todas las “víctimas del sistema”. El mencionado profesor estaba sentado a la mitad del auditorio, con la pierna cruzada, el dedo pulgar sosteniendo su barbilla y el dedo índice cubriendo sus labios. A la asamblea asistimos menos de 50 personas, siendo que en la Facultad había más de 5000 estudiantes activos y más de 400 profesores impartiendo cursos. Aun así, menos de cincuenta personas íbamos a decidir, por votación, si cerrábamos o no la Facultad, dejando sin actividades a miles de estudiantes y cientos de profesores. De pronto, un estudiante ingenuo y con nula experiencia en movimientos sociales dijo que el número de personas presentes en la asamblea no era representativo para decidir sobre el destino de toda la Facultad. ¡Grave error! Los estudiantes fanáticos se le fueron al cuello, lo insultaron, le dijeron corrupto, vendido, neoliberal, antidemocrático. Lo acusaron de ser el responsable de todos los males del país (“por gente como tú México está como está”) y lo expulsaron de la asamblea, mientras el profesor observaba en absoluto silencio con su pierna cruzada y su dedo índice sobre los labios.

Sin embargo, el comentario de ese estudiante había sembrado dudas en varios participantes sobre si teníamos la representatividad suficiente como para decidir o no respecto a las actividades de toda la Facultad. Al ver que la duda había sido sembrada, el profesor de matemáticas pidió el micrófono, se levantó y lanzó su discurso. Habló nuevamente sobre la matanza del 68, la huelga del 72, las vejaciones de la Policía Federal en contra de ciudadanos comunes y corrientes, la pobreza de México provocada por Salinas de Gortari y los abusos de la CIA cometidos en contra de países subdesarrollados. Desde luego, volvió a hablar mal de las autoridades universitarias culpándolas de querer privatizar la educación pública. Después de este discurso delirante en el que se revivieron (e inventaron) heridas sociales, el profesor desafió a los no más de 50 participantes a decidir si eran capaces o no de votar por el destino de la UNAM y del país. Palabras más o palabras menos, dijo algo así como: “Nos acaban de decir que no somos representativos como para votar por nuestro futuro. ¿Ustedes qué opinan? ¿Podemos o no podemos votar? ¿Podemos o no podemos elegir un país mejor? ¿Nuestra opinión cuenta o no cuenta?”

Se hizo una primera votación para decidir si los presentes eran capaces de votar o no y si su voto era representativo o no. Claro que todos, sin excepción, votaron a favor de que su opinión sí contaba creyendo que eran la encarnación misma de la democracia. Después, resuelto el asunto de la representatividad, votaron a favor de llevar a cabo el paro de actividades. Salieron a cerrar salones impidiendo que todos (incluyendo los pobres) tuviéramos clases por varios días. Pintarrajearon los pasillos de la Facultad y pusieron cadenas en las puertas de entrada. Esto último lo estoy narrando en tercera persona porque yo fui el estudiante al que expulsaron de la asamblea, pero sé exactamente lo que ocurrió después de que me sacaron (con muchos recuerdos a mi madre) porque me quedé escuchando atrasito de la puerta del auditorio sin que nadie me viera.

Los otros cinco mil estudiantes y cuatrocientos profesores de la Facultad que no participaron en la asamblea (porque estaban trabajando o estudiando), simplemente obedecieron la decisión de “la mayoría” asambleísta. No hicieron nada para romper el paro de actividades que un grupo de menos de 50 estudiantes, guiados por su profesor, había organizado para terminar con los supuestos abusos de las autoridades universitarias en contra de los hijos de obreros y campesinos (y probablemente con los males de África).

Ahora, cuando veo en las noticias que uno de los proyectos principales de la 4T es elegir a los ministros de la Suprema Corte democráticamente por voto popular, no puedo dejar de pensar en esa asamblea de la que fui expulsado ya que la estrategia populista del profesor de matemáticas es exactamente la misma, treinta años después, que la utilizada por AMLO al preguntarle al “pueblo sabio” si se considera o no capaz de votar y decidir sobre el destino de la Suprema Corte. Por supuesto que todos se sienten capaces de votar y decidir sobre cualquier tema. Esto es populismo puro en su máxima expresión. Sin embargo, los mexicanos no necesitamos ministros populares sino profesionales, que no plagien sus tesis, que no estén al servicio de ningún partido político o de algún líder delirante, que no sean elegidos por ser guapos o “fosfo-fosfo”. Necesitamos ministros que sean juristas, eruditos, íntegros y que hagan valer la ley, que respeten y defiendan las garantías constitucionales y los derechos humanos de todos y cada uno de los ciudadanos sin ningún compromiso populista. Si no hacemos nada por defender a la Suprema Corte, si solamente nos quedamos mirando “atrasito de la puerta”, entonces un puñado de fanáticos, abanderándose con el voto popular, podrían destruir las garantías y derechos que cada uno de nosotros tenemos. Nuestra Constitución ha sido reconocida internacionalmente como una de las mejores del mundo. No necesitamos cambiarla, sino hacerla valer.

*Instituto de Ciencias Físicas, UNAM.

Centro de Ciencias de la Complejidad, UNAM.

Imagen en blanco y negro de un edificio

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