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Toda mi vida me enseñaron que la única manera de avanzar era ser aprobado por alguien más. Que esa mirada ajena a ti constituía quien eras y a menudo su aprobación o su rechazo te iba formando como quien toma un pedazo de mármol y empieza a martillar hasta crear una figura. Toda mi vida me enseñaron que uno merecía cosas en torno a lo que lograba. Si obtienes buenos resultados puedes ir a tal lugar, tener tales permisos. Mi padre vivió bajo ese lema, ser buen estudiante (fue su ticket de salida, cada quién necesita uno) y si me preguntan a la fecha lo sigue siendo, es por eso que él tiene permitido enseñar -una de las profesiones más hermosas. Enseñar no es leer un libro en voz alta en frente de un montón de personas, es mucho más que eso, poca gente valora que esa profesión tiene un peso inmenso en la vida de los estudiantes, y no debería ser permitido a cualquiera, ojalá yo me sintiera un poco más capaz para enseñar, pero me cuesta, es un traje demasiado grande, es un piano que no puedo tocar, al menos no por ahora.

En segundo de secundaría descubrí que no necesitaba mimos ajenos, dejé de ser un estudiante dedicado, (miento mientras escribo esto, todavía los necesito) las maestras del colegio no podían comprender quién era, mandaron a llamar a mi madre infinitas veces, ella nunca me recriminó nada, entendía perfecto que yo sólo quería romper cosas, correr, conocer la vida rápido, entendí más tarde que la prisa siempre mata, pero en ese momento y hasta la universidad quería vivir a prisa, enamorarme, caerme, sangrar, sentir frio en los dedos y aprender a bailar en ese mar de experiencias.

En ese tiempo disfruté quién era, no iba bien en el colegio, pero iba bien en la vida. Crecí siendo una combinación de esas dos personas: El estudiante disciplinado y el tipo que quiere lanzar piedras al mar y gritar de enojo mientras maneja con las ventanas abajo, por pena estúpida a incomodar a alguien.

A veces siento que sólo somos unos niños buscando cosas que no pudimos encontrar de pequeños, canicas que perdimos en el camino. ¿Qué estás buscando? ¿Qué se me perdió? Por momentos creo que me suscribí a ese laberinto tortuoso de si no produces, no eres. Esa trampa capitalista que deja a las personas sin nombre, cada vez intento que eso deje de importarme más, de nuevo, no tener tanta prisa. Sigo cosechando cosas, pero ya no hay un grado que subir, se acabaron los escalones. Es hora de pensar horizontalmente, de esa forma en la que ensanchan las palomitas de maíz en el horno, o de esa forma que se nos abre el pecho cuando respiramos hondo, no ha sido fácil, tuve que hablar con el pequeño estudiante que habita en mi y le di a entender por una buena vez por todas, que lo que hagamos de ahora en adelante, será por satisfacción propia, y por estirar los rincones del alma, ya nadie nos dará permisos, ni calificaciones, basta con aprobarnos a nosotros mismos, ese será la recompensa, no es tarea fácil cuando uno crece toda la vida de manera vertical persiguiendo medallas y grados.

En el 2021 estaba tirado en el sillón, eran tiempos de Covid, miraba una serie en Netflix, The Eddy, cuando la terminé algo gritó en mi cabeza, vete a vivir a París, trate de callar esa voz pero seguía ahí cuando desperté. Así que hice un plan y en el lapso de seis meses estaba listo, tenía donde vivir, algunos ahorros, una visa aprobada y una escuela que era un excusa, yo en ese momento sólo quería correr, vivir de nuevo a prisa en un momento donde el mundo dormía, no tenía sentido, iba a gastar dinero, era algo arriesgado, y sin embargo me fui. Pasé un tiempo increíble, viví en una residencia de estudiantes, hice amigos, trabajé siendo niñero, impartiendo clases a domicilio en francés, y hasta toqué en funerales, volví a sentirme vivo, es una de las mejores cosas que he hecho por mí, ya después encontraría un trabajo para recuperar ese dinero. Yo mismo me di ese permiso.

Es difícil explicarles a las personas porque uno hace ese tipo de cosas. Para mí era comienzo de saberme capaz por mí mismo, saberse ajeno a todas esas miradas que condenan o aprueban, tenía que salir. Se acabaron las medallas, los escalones, se acabó perseguir metas que no son mías, que se queme todo eso en mil hogueras de San Juan.

Seré una palabra que no diga nada, que viaje tranquila sin prisas ni amarras.