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Mañana, tarde y noche y yo feliz los 7 días de la semana

(Segunda parte)

Lya Gutiérrez Quintanilla

En este breve repaso de lo que fue mi vida como periodista, me ayudó el tener oriundez morelense. En una ocasión busqué en su casa de Cuautla a don Mateo Zapata y lo encontré. Hijo menor del Caudillo del Sur, era un gran viejo, emanaba dignidad y fuerte personalidad. Al solicitarle una entreviste, me preguntó: “¿quiénes fueron tus abuelos? Cuando le dije, me respondió: “sí eres de aquí, pasa y platicamos”.

Y así fueron pasando los años. Pocas veces pude asistir a festivales en las escuelas de mis hijos, siempre trabajando ya sea en giras estatales, federales o presidenciales, así es que cuando mis hijos en patines o a pie bajaban por mí al periódico en las tardes y al llegar me veían inmersa escribiendo a máquina, entendían por qué no podía ir a sus escuelas. José Luis “El Negro” Rojas, entonces jefe de redacción del Diario, eficiente e implacable me decía de manera correcta pero delante de ellos para que no les quedara ninguna duda: “todavía le falta una nota señora”. Trabajaba yo los siete días de la semana.

En esos tiempos seguía reporteando para dos periódicos y era tal mi compromiso por cumplir que al escuchar una sirena de bomberos a medianoche, en pants y tenis subía a mi coche y seguía el ulular hasta dar con el incendio. Lo pasaba aunque fuera para la 2ª. edición de Excélsior. Mientras tanto, volví a ver en Cuernavaca a viejos, grandes y queridos personajes algunos cercanos a mi familia. Con todos ellos, me reencontré feliz y fueron grandes amigos míos hasta su muerte.

Entre ellos, el gran escritor Ricardo Garibay, qué maravilla escucharlo hablar, fue maestro y amigo que al dedicarme su libro “La Casa que arde de noche”, al despedirse al final de su última clase -el cáncer ya no le permitió seguir- me dijo: “Lya se escribe con i, no con y”, por cierto al escribir su dedicatoria, cerró el libro y me dijo lo lees en tu casa y créanme ha sido una de las dos mejores dedicatorias que me han escrito en mi vida.

Vlady el gran pintor hijo del último trotskysta en México, él sabía que se moría, un día me llama para despedirse de mí. De pronto me preguntó: “¿has visto a Jorge?” (Carrillo Olea) –Poco-, le respondí. -Vive en la CDMX-. “No lo dejes de ver, es un hombre bueno y ha sufrido” y desde estas líneas les confieso que he cumplido feliz su recomendación con mucho cariño, respeto y amistad; el embajador don Gustavo Petricioli, amigo desde su juventud de mi padre. Y el gran escultor Víctor Manuel Contreras que fue muy cercano a mi tío Antonio hermano de mi mamá, pasó un día a la redacción del Diario y sin preguntar, me tomó de la mano y me dijo: “Vamos a Chilpancingo, ya le avisé a tu director que vienes conmigo están destruyendo allá una obra mía. Acompáñame por favor”. Pude así ver su dolor al contemplar como abrían con soplete el rostro de su escultura. En fin, todos me hacían partícipe a su manera de importantes reportajes. Otro día, platicando en su estudio con el gran navegante y antropólogo Santiago Genovés, sin decirme nada, marca un teléfono y lo escucho decir: “Santiaguito” (Ramírez, el Padre del Psicoanálisis en México y autor del libro Infancia es destino, entre otros), “aquí frente a mí está mi buena amiga Lya, sobrina de Jacqueline González Quintanilla que conocimos en la Embajada de México en Francia. ¿Te acuerdas? Es periodista y si estás de acuerdo, va para allá a conversar contigo.” Colgó y yo salí rumbo a su casa.

Ya estaba muy enfermo. Pasamos a su despacho, él recostado en el diván de sus pacientes respondía, yo preguntando desde su sillón: “todos portamos máscaras Lya, todos, menos los locos y cuando soñamos, de otra manera no podríamos vivir en sociedad”. Al despedirme posó de pie con su bata escocesa para que yo lo fotografiara, de frente y de perfil. Me platicó de su hija Elisa, una de las esposas del gran pintor Francisco Toledo y de su nieta Laureana Toledo, así que cuando poco después falleció y Proceso sacó el día domingo, “su última entrevista concedida a un medio 14 años antes”, yo los sorprendí publicando, el lunes, un día después, en El Universal del que ya era yo corresponsal en Morelos su reciente entrevista con las dos fotos que le tomé.

Años después, en un encuentro con el gran periodista don Julio Scherer, al saludarlo le pregunté con respeto y admiración: -Qué tal don Julio, ¿se acuerda de mí?- él, con una espléndida sonrisa me contestó: “Quisiera no acordarme doña Lya”. Luego añadió: “Bien por esa entrevista”. Y qué decir de mi encuentro con doña Elena Garro tan pronto llegó a Cuernavaca, ayudada por Paco su sobrino, y por la cual luego de publicarla en El Universal obtuve un premio estatal. Fue una delicia escucharla con su hermana Deva platicar. Comentarios muy de Elena. “Si Stalin hubiera vivido, jamás habría permitido la traición de Gorbachov, mira que acabar con la Unión Soviética”, fueron momentos deliciosos que me pasearon por su querida Iguala y su vida en París. Y seguimos después.

Foto en blanco y negro de un grupo de personas alrededor de una mesa

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Mi entrevista a Elena Garro. Foto: Francisco Gómez (El Universal)