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Por Raúl Silva de la Mora

 

En una de sus ensoñaciones preferidas, Melissa Regen imaginó posible redactar un libro que reuniera una especie de diario con sucesos que recordaba vagamente. Sabía muy bien que ese propósito era, en realidad, un absoluto despropósito, un “disparate”, le habría dicho su madre. La memoria, ya se sabe, es lo más frágil y gelatinoso que tiene el ser humano. Aunque, también, es un bastión que nos advierte de lo irresponsable que es meter la pata en el mismo agujero, algo que generalmente sucede una y otra vez. Partir de la vaguedad no está del todo mal, porque cuantas veces no nos ha sucedido que lo incierto se convierte en una certeza. Melissa pensaba que la vaguedad y la intuición podrían hacer migas para cristalizar este proyecto.

La trayectoria literaria de Melissa es modesta, pero consistente. Su vida fue breve, murió a los 37. Su nacimiento ocurrió en la Cordillera del Cáucaso, entre las cuencas del río Kubán, el río Térek y el río Aras, una región a la cual también se le conoce como “la montaña de las lenguas”, por la sencilla y a la vez prodigiosa razón de que en ella conviven una buena cantidad de idiomas. Esta proliferación lingüística ha provocado que sus habitantes opten por comunicarse a señas, o bien mediante la intuición, un método muy eficaz para esos casos. Aunque pareciera casi imposible lograr acuerdos cuando nadie entiende el idioma de los otros, la tranquilidad es pan de cada día en la Cordillera del Cáucaso.

Pero les contaba de la modesta obra literaria de Melissa Regen: 1 libro de poemas, 1 libro de cuentos, 1 novela y 1 compendio de ensayos. Los poemas son una memoria de aquellos primeros años de su vida, y están escritos en una mezcla de sánscrito, ruso y portugués. Su título es un tanto estremecedor: Poemas del fuego fatuo (nebisq’opis leksebi). Para muestra, un botón:

 

“Mi abuela era armenia y por la mañana tejía

Hilvanaba bufandas que al atardecer destejía

Creía que todo tiene que volver a su origen

Porque lo esencial es el gozo entre lo que nace y muere”

 

Esta idea del tejer y destejer es una constante en la obra de Melissa. Se podría decir que constituye una razón de ser en su vida y en su literatura. Los siete cuentos de Hiraeth son como la aguja imantada de una brújula, que va en busca de algo que se quiere encontrar. Todos estamos hechos de pérdidas, eso es algo implacable e inevitable, pero nos queda buscar una sabiduría que nos haga convertir nuestras pérdidas en ceremonias íntimas, tremendo reto. De esa sustancia están hechos los siete cuentos de Hiraeth.

Lunas del Cáucaso (k’avk’asiis mtvareebi) es una novela de apenas 97 páginas, construida a base de pequeños fragmentos que, como piezas de un rompecabezas, construyen el paisaje que Melissa imaginó para su muerte. Extenderse en mayores explicaciones sería un abuso de confianza para quienes aún no han leído esta introspección por los suburbios del nunca jamás. Baste citar el párrafo final de esta inquietante obra:

“Ávida de noticias, corrí sin pensar en el peligro que entrañaba cruzar la cordillera en lo más crudo del invierno. La vida quedó suspendida en mi impulso, como si mi memoria se internara en un magma que todo lo devoraba. No había retorno, sólo un sinfín de chispazos de lo que fui, en un corto circuito que aún me cuesta recordar”.

Los cuatro ensayos reunidos en Sólo la lluvia, la lluvia (mkholod ts’vima, ts’vima) tienen en común una serie de pesquisas sobre la serenidad, la ira, la angustia y el placer, pasadas por el tamiz de una reflexión donde todo el tiempo está presente la lluvia. El paisaje de la cordillera del Cáucaso, sin duda, es una inmensa aula para encarar esa profunda meditación.

Memoria de lo que no fue (mekhsiereba imisa, rats ar iq’o) es el título provisional que Melissa Regen le dio a ese proyecto de libro que ya no alcanzó a crear. Sobreviven algunos apuntes, como invitaciones para que alguien encare esa travesía: “La memoria no sólo es lo que recordamos. Es también lo que olvidamos, esos espejuelos que buscamos afanosamente y descansan sobre nuestra cabeza. La memoria es una pizarra donde podemos, sin miedos, lanzarnos por esos caminos que los sueños nos regalan”.

Edouard Manet: Mujer escribiendo

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