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Lu Schaffer*

“En tus omoplatos y en tus pies y puños te acompaña un tiburón. A tu madre le gustaban los tiburones y el océano. Ella fue quien te hizo amarlos hasta el punto de traerlos en la piel para que, como ella en tu mente y corazón, te acompañaran en medio de la oscuridad, en medio de la guerra que no es tuya, pero que te cobija con sus garras”.

A los dieciséis años la guerra era una criatura que estudiar en clases. Diversos conflictos bélicos en la historia, diferentes pieles para cada uno. Algunos más lejanos y notorios, otros más cercanos e invisibles.

Recuerdo el cadáver de un hombre abandonado cerca de la escuela. Un taxista asesinado por un cártel. En clases le pregunté a José María si eso era parte de la guerra. Quisimos hablar con los profesores al respecto, soltar en sus manos nuestro vendaval de preguntas. Algunos prefirieron evadir la conversación. Con José María mastiqué el tema un rato. Algún día podríamos escribir sobre esas guerras, concluimos.

“Su carne no se pudre como la tuya, que llevas días escondido aquí abajo. Ellos no necesitan comida. El frío no les perfora la piel con furia. A ellos no se los comen las ratas”.

Diez años después, llega a mis manos Resistir y morder*, escrito por Boar (José María). El autor me comenta que la raíz de estos textos fue dibujar “una advertencia de la crueldad y destrucción que hay detrás de las guerras, conflictos que dejan huellas imborrables en el alma de los, obligados, combatientes”.

Al principio parece que este libro muerde los bordes de un tema bastante masticado. Primera y Segunda Guerra Mundial. Al avanzar me sorprendo. Los relatos cortos me permiten presenciar batalla tras batalla desde los ojos de castores, salamandras, topos, murciélagos. Soldados que se convierten en animales, animales que se trasforman en soldados para sobrevivir.

“Veteranos: regeneren sus viejas heridas y martillen los fusiles. Las alarmas ya suenan, el enemigo ya viene. Veteranos, regeneren su valor. Los disparos ya suenan. El enemigo está aquí. Veteranos: marchen otra vez a la guerra. Reaprendan lo olvidado. Restituyan su memoria ¿Aún recuerdan cómo sostener un arma?”.

Recuerdo que a los dieciséis años José María y yo repasamos la definición de fábula en la escuela: relato ficticio breve, por lo general protagonizado por animales, que contiene una enseñanza en forma de moraleja. Recuerdo que a veces preferíamos hablar sobre las guerras que encontrábamos en libros y películas, en lugar de memorizar definiciones en clases. Los relatos de Resistir y morder construyen una fábula híbrida. Un alebrije de la memoria. Al final, encontramos una moraleja que más bien es una pregunta: ¿qué pasa con nosotros después de la destrucción?

“Aquí descansan. Aquí caen los hombres que sólo tenían hambre”.

Los protagonistas animales no aparecen al azahar. Llevan sobre sus hombros metáforas poderosas. Los soldados a cargo de intoxicar a una ciudad entera se convierten en ranas venenosas. Los veteranos de guerra se transforman en salamandras, conocidas por su extraordinaria capacidad de regenerar tejidos después de perderlos. Incluso las luces y los gases venenosos se transforman en criaturas acechantes.

“El veneno que vertimos desde las afueras no tardó en apoderarse de cada grifo de cocina, de cada plantío de patatas, de cada hielo usado en una cerveza o en un vaso de whisky para el último brindis de diciembre. ¿Soldados o inocentes? Ya no importaba. Al salir el sol de enero, nadie despertó”.

Este recurso brinda un eco diferente a los relatos de José María, porque los animales en la guerra son un símbolo poderosamente arraigado en el inconsciente colectivo. Los guerreros águila y jaguar que enfrentaron a los españoles, el nahualismo que brinda el poder de la transformación para aquellos que tienen un fuerte lazo con su “gemelo animal”, los tótems que otorgaron su fuerza a clanes enteros, el “wayjel” (el poder animal del alma) que según los mayas podía ayudarte tanto en la guerra como en la sanación.

Resistir y morder nace en un momento histórico donde los conflictos bélicos se transforman en diferentes animales según los intereses de quienes los patrocinan. A veces la guerra es una serpiente silenciosa y subterránea, que despliega ondulaciones hipnóticas para distraernos del verdadero ataque. A veces es una picadura que destruye el sistema inmune de la presa, o una inundación de insectos carnívoros que se apodera de las tierras y desplaza a los habitantes originarios del lugar.

“Moriremos hoy para que viva alguien que nos recuerde”.

Escribir sobre la memoria es también un recuerdo del futuro. Donde reunir el pasado ayuda a no olvidar que mañana enfrentaremos de nuevo los fantasmas de ayer, y que nuestra mayor arma será la memoria que cada día construimos. En ese sentido, Resistir y morder invita a continuar la escritura, el dibujo, la música, para aprender de nuestro pasado.

“Los escritores podemos ser canales de concientización para que nuestros lectores conozcan una determinada situación que nos preocupe o bien, para que se aventuren a darle una pequeña probada a aquellos que los escritores tenemos en el fondo de nuestra mente, corazón, conciencia y, por qué no, hasta de nuestro inconsciente”, dice José María sobre el trabajo del escritor.

*Resistir y morder

57 pp. SAMSARA, 2022

José María Álvarez Icaza Vital (BOAR)

Ciudad de México 1995