loader image

 

A Ximena se le ocurrió salir a tomar una cerveza con Apolo, su compañero del seminario de Freud, en una de esas tardes en que se sentía estresada por estar en medio de la temporada de exámenes finales. La reunión transcurrió entre risas y cierto coqueteo por parte de ambos. Una vez que se despidieron, la cuestión para Ximena fue que, ya en la noche, en la calidez de su cuarto, en su espacio de cobijo, les daba vuelta a algunos “detalles” que, le pareció, eran reveladores de la personalidad y trato de Apolo. El que más llamó su atención fue aquel donde, por accidente, mencionó que su anterior pareja lo había “difamado” con una acusación en redes sociales. Solo eso dijo, pues cuando Ximena intentó indagar, él se limitó a decir que había sido una tontería y no tocó más el tema.

Luego de aquella tarde, a la chica le llegaban mensajes a su celular cada cinco minutos, diario, en las madrugadas incluso. En todos alcanzaba a ver el mismo destinatario: Apolo. Apolo en WhatsApp, Apolo en Telegram, Apolo en Instagram, Apolo en MSM, Apolo mostrando fotografías de su miembro erecto, Apolo romántico, Apolo amigable, Apolo extrañado, Apolo insistente, Apolo triste, Apolo deprimido, Apolo enojado, Apolo llorando, Apolo amenazante, Apolo suicida, Apolo chantajista, Apolo acosando, Apolo Apolo Apolo.

Ximena nunca respondió comunicación alguna y, por lo contrario, acusó los hechos con una de sus profesoras, a la que habían designado como encargada del protocolo de violencia de género; y quien en un primer momento había dicho con todas sus letras que se trataba de un caso, en efecto, de violencia de género. Aunque cuando le preguntó a Ximena si había tenido un contacto mayor con el chico, ella respondió que solo habían salido una tarde de exámenes por una cerveza. Eso bastó para que la profesora desestimara todo lo dicho acerca del protocolo y le recomendó solamente que no hiciera caso de los mensajes. A partir de entonces los señalamientos del resto de compañeros hacia Ximena se hicieron frecuentes. Se trataba de luchar contra la versión de Apolo y, además, de insistir con rabia ante comentarios incriminatorios que solo se había limitado a salir, pero que nunca sucedió algo más como para que su compañero llegara a sembrarle ese terror psicológico y a hacerla sentir en peligro dentro de su propia escuela.

Ximena terminó por cambiarse de institución. Apolo no. Eso sí, él sigue en la búsqueda de pareja sentimental. Lo han constatado varias mujeres a quienes les llegan por Facebook decenas de solicitudes de amistad con diferentes nombres, pero que, una vez aceptadas y entablado el diálogo, se enteran de que se trata de Apolo. Un pobre chico que ha lastimado a sus exparejas, porque, dice, tiene algunos pequeños y espaciados, ocasionales, arranques de ira cuando lo provocan.

La concesión de credibilidad a un testimonio en casos de intimidación y violencia contra las mujeres es crucial para el ulterior desenvolvimiento de la situación. No creerle a quien denuncia estar viviendo una situación de acoso sexual, por citar un ejemplo de entre los múltiples tipos de violencia, es ser parte del problema estructural que disminuye y desestima la violencia contra las mujeres. Es no considerar que, aparte del terror que le propina el agresor y los actos intimidatorios por los hoy diversos medios, debe lidiar con una estructura social que siempre va a encontrar la manera, el resquicio o detalle que la culpabilice o la haga cómplice de su propio suplicio. La víctima entra en una especie de shock, de incertidumbre emocional, o en términos psicológicos, de hiperestimulación que le incapacita en un primer momento ver que la sociedad le está estigmatizando; que su entorno y que las instancias que debieran procurarle justicia no le creen. Es remitirla a un lugar no solo de víctima, sino de loca, exagerada, buscona, lo que se traduce en un profundo daño en su autoestima; en su propia capacidad de defensa, y muy probablemente en traumas que desembocarán en una merma en su vida afectiva y psicosocial.

La disminución de la credibilidad hacia ciertos sujetos se llama violencia epistémica e injusticia testimonial, ya lo dijo la filósofa de Oxford, Miranda Fricker, cuando analizó por qué se producen situaciones de injusticia que le otorgan fe ciega a unos testimonios (generalmente en posesión de masculinidades hegemónicas) por encima de otros (históricamente silenciados, como mujeres, indígenas, migrantes, etc.).

*El Colegio de Morelos/Red Mexicana de Mujeres Filósofas