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A partir del 27 de agosto de 1887, fecha en que se graduara la primera mexicana en la carrera de medicina, Matilde Montoya, muchas mujeres más han seguido por la vía de los estudios formales y de profesionalización. Aunque la entrada masiva de aquellas a las universidades ha sido un camino difícil y lento, hoy podemos decir que, en términos de números (de acuerdo con el INEGI), la paridad de género es más efectiva. Es decir, hoy tenemos una matrícula más equitativa de mujeres que entran a la universidad respecto de los hombres.

Si bien esto desde luego se traduce en un efecto positivo en términos de avance y movilidad social, no por ello podemos dejar de llamar la atención respecto de muchos otros problemas que padecemos o hemos padecido las mujeres en las aulas; máxime en aquellas carreras o profesiones consideradas tradicionalmente para “hombres”.

Ahora, gracias a múltiples investigaciones en el terreno del género y del feminismo, sabemos que debido a que las mujeres han/hemos sido históricamente asociadas con tareas de cuidado, educación en los niveles primarios, es decir, en procuración exclusiva hacia los otros, se ha negado con ello, de manera paralela, la independencia en cuanto a investigación, creación, descubrimiento, etc. Esto mismo ha ocurrido en el camino del pensar, de la generación de ideas y de teorización de nuestra realidad. Es decir, esta brecha ha estado presente, desde hace siglos, en el hacer de la filosofía. Conocemos bien este obstáculo quienes hemos pasado por las aulas en las que se imparten las materias de filosofía, particularmente lo sabemos quiénes hemos pasado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, por poner un caso concreto pero no exclusivo.

Recuerdo que, desde que descubrí la vocación del pensar, de ser feliz en ese mundo de las ideas, asimismo idealicé su estudio y práctica; pero ya dentro de la sociología y la filosofía me di cuenta de que había un espectro negativo a causa del género, una especie de trato desigual visto de formas muy discretas y sutiles; que mientras que mis compañeras, si bien en buen número en presencia, no tomaban la palabra, o bien, la tomaban tímidamente, los compañeros varones poseían una seguridad tal al hablar o defender su argumentación que con esa misma seguridad luego permanecían durante toda la carrera, las conferencias, los posgrados, los diplomados, etc.

Es decir, en el mundo de las ideas los hombres tenían una especie de seguro del que las mujeres adolecíamos y que, para ganárnoslo, debíamos de sacarlo quién sabe de dónde. Porque definitivamente a las mujeres la sociedad no nos educa para vivir del mundo de las ideas y del pensamiento. Hoy encontramos un buen número de colegas mujeres en las aulas, pero la estructura de las instituciones educativas sigue empecinándose en asignar roles profesionalizantes por género.

También recuerdo que, de las profesoras que admiraba y de las que buscaba una especie de referente como filósofas, pocas fueron las que verdaderamente dejaron una honda inspiración en mi quehacer; pues la mayoría había debido amoldarse a una estructura institucional jerarquizada y patriarcal, replicando las mismas prácticas violentas que habían aprendido para ejercer la filosofía en un mundo de hombres. Si lo pensamos bien, ni siquiera es algo que se les deba de reclamar, puesto que fue la manera en que ellas aprendieron a subsistir con tal de ejercer su vocación.

Por fortuna, y muy a pesar de las posturas conservadoras, hoy muchas mujeres hacemos filosofía. Y para noticias más alentadoras, hace algunos pocos años un puñado de mujeres brillantes que entendieron que el hacer filosófico tenía que ir acompañado también de la acción social, fundaron la Red Mexicana de Mujeres Filósofas.

La Red entonces es un espacio de cobijo, de difusión y de aliento para todas aquellas mujeres, a nivel nacional, que hemos decidido apropiarnos de un lugar y tener una voz dentro de la producción de una realidad en donde nuestra perspectiva ha hecho falta desde hace siglos. Y, dado que hemos aprendido que el orden jerárquico y competitivo no se corresponde con la tarea de hacer filosofía, la ReMMUF se ha tornado un espacio que se organiza en nodos y de manera horizontal. El criterio fundamental ahí no son los grados académicos, sino el trabajo desde su modalidad incipiente hasta de los más consolidados por voces femeninas con una mayor trayectoria. Hoy ya no existe solamente El filósofo: hoy somos LAS filósofas.

*El Colegio de Morelos/Red Mexicana de Mujeres Filósofas