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Obertura. El colonialismo científico: nuestros recursos, su ciencia.

 

El 19 de marzo de 2021 la revista Science publicó la descripción de una nueva especie de tiburón fósil encontrado en Vallecillo, Nuevo León. El hallazgo que parecía ser una de las felices noticias para la paleontología del país (ocupando incluso la portada de Science), prendió las alertas de la comunidad científica debido a que, en el material complementario, se explicaba que el fósil del tiburón llamado Aquilolamna milarcae no se encontraba en resguardo en una universidad, centro de investigación o museo, sino en el acervo particular de Mauricio Fernández Garza, un conocido coleccionista del norte de México, expresidente municipal de San Pedro Garza García y exsenador de la República.

Lo que empezó como la noticia de la temporada por describir un tiburón plantívoro parecido a las mantarrayas, continuó como una crítica de la comunidad científica. De acuerdo con un reportaje de Rodrigo Pérez Ortega, también publicado en Science, expertos se mostraron inconformes por las condiciones en las que se dieron a conocer el hallazgo, especialmente porque el museo particular en el que se supone que estaría el fósil ni siquiera había sido terminado al momento de la publicación, lo que imposibilitaría a otros científicos para acceder a él y poder estudiarlo. En el reportaje, Felisa Aguilar Arellano del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), aseguró que «no es ético afirmar la existencia de un museo» que aún no está terminado, y «está totalmente claro que [los fósiles], considerados patrimonio nacional, no son comercializables».

Por si esto fuera poco, según Felisa Aguilar los autores no cumplieron con el protocolo del INAH al describir un espécimen utilizado para describir una nueva especie (holotipo), ya que estos deben almacenarse en una colección pública científica, no en una privada como la de Fernández Garza.

Desafortunadamente este no es un caso aislado. El mismo coleccionista es “dueño” de una nueva especie descrita en 2017 en el Boletín de la Sociedad Geológica Mexicana, el plesiosaurio Mauriciosaurus fernandezi; además de especímenes fósiles de peces, tortugas, y muchas más.

La pregunta es ¿cómo alguien puede ser dueño de fósiles si legalmente no pueden ser comercializados en México? La respuesta es una laguna legal. El propio Mauricio Fernández ha declarado que él no compra fósiles (lo que sería ilegal), sino que compra las piedras de canteras de Vallecillo, conocidas por ser una formación con fósiles (algo totalmente legal). Si esas rocas contienen algún fósil sería una feliz coincidencia.

Además de las irregularidades con la adquisición de los especímenes, que el equipo involucrado en la descripción esté formado por cinco científicos europeos y solo uno mexicano (que no tiene adscripción a ninguna institución académica), parece un “lavado de fósiles”, una de las muchas prácticas poco éticas del llamado colonialismo paleontológico que consiste en incluir a un autor local entre los autores para simular una participación horizontal entre los locales y los extranjeros.

Y es que, justamente, en los Lineamientos para la investigación de vestigios o restos fósiles de interés paleontológico en México, publicado por el INAH, se establece que las investigaciones paleontológicas, además de contar con la autorización de la dependencia, deben realizarse en territorio nacional, y necesitan incluir instituciones mexicanas, con el objetivo de evitar la ciencia paracaídas.

“Ciencia paracaídas”, “investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”, son términos usados en los círculos académicos para describir “una práctica en la que por la cual los investigadores o científicos del hemisferio norte vienen a los países del Sur a recoger muestras, datos o información pero sin reconocer posteriormente el trabajo de los científicos locales que brindaron insumos, conocimientos y tiempo para esa investigación”, explican Meghie Rodrigues, Claudia Mazzeo, Zoraida Portillo y Roberto González en SciDev.net

En el caso de a paleontología el colonialismo científico está más que documentado. En marzo de 2022, un equipo encabezado por Juan Carlos Cisneros de la Universidade Federal do Piauí en Brasil (en X lo encuentran como @PaleoCisneros) publicó un artículo que aborda este preocupante fenómeno en Brasil y México, con dos casos de estudio a través de las publicaciones de los últimos 30 años en las cuencas de Sabinas, La Popa y Parras en el Noreste de México y la cuenca de Araripe en el Noreste de Brasil.

Además de analizar los marcos legales, describir los casos en los que los fósiles se encuentran en colecciones privadas y en los que los autores son mayoritariamente extranjeros (de 200 artículos, la mitad fueron escritos por investigadores que no eran ni de México ni Brasil), el grupo de investigación desmonta mitos que la propia ciencia colonial ha formado. Por ejemplo, que la explotación comercial de fósiles ayuda a la ciencia (cuando en realidad recrudece la brecha de acceso dada por el poder adquisitivo); o que los países de ingresos bajos no tienen ni las instalaciones, ni el interés ni la capacidad científica para “aprovechar” los fósiles, cuando en realidad los países con yacimientos fósiles sí tienen la capacidad para estudiarlos, además que al exportar los especímenes el interés local disminuye.

Tanto México como Brasil tienen abundantes ejemplos de saqueo de fósiles. Uno que alcanzó mucha visibilidad mediática fue el caso del primer dinosaurio no aviar con una estructura parecida a plumas, llamado Ubirajara jubatus. Según un reportaje de 2020 de Michael Greshko en National Geographic, en 1995 un museo alemán adquirió este fósil encontrado en Brasil, que 25 años después fue descrito en la revista Cretaceous Research, sin que participara un solo científico brasileño. Desde esta publicación, la comunidad palenteológica de Brasil inició una fuerte movilización en redes sociales con el hashtag #UbirajaraBelongstoBR, exigiendo que Alemania devuelva el espécimen por haber sido adquirido ilegalmente.

Ante la fuerte controversia en redes sociales suscitada por la publicación, la revista Cretaceous Research decidió retirarlo de la revista con un escueto mensaje que solo dice “Este artículo ha sido retirado a petición del editor. El Editor se disculpa por cualquier inconveniente que esto pueda causar”. Tres años después, para felicidad del sur, Ubijara jubatus volvió a donde perteneció siempre, a Brasil. La ceremonia de repatriación del fósil está disponible en el canal del Ministerio de Ciencia de ese país. Una victoria entre muchas derrotas, ya que se estima que casi la mitad de los fósiles de la cuenca de Araripe en Brasil están en Alemania.

Más allá de la ética, el colonialismo en la paleontología afecta la forma en la comprendemos la biodiversidad del pasado lejano, aseguran Nussaïbah B. Raja y colaboradores en el artículo Colonial history and global economics distort our understanding of deep-time biodiversity, donde muestran, entro otros resultados inquietantes, que alrededor del 97% de la producción científica en paleontología la producen investigadores de países con ingreso altos (América del Norte y Europa occidental), sin la participación de especialistas locales. Esto, aseguran, crea un “desbalance en el poder global en paleontología”, y ocasiona una visión heterogénea de la biodiversidad pasada debido a que algunos países son mejor muestreados que otros.

Esta es apenas una obertura sobre el colonialismo científico, presente en muchas áreas más. Uno de los casos que conozco es el de las cactáceas, en el que la mayoría de las descripciones de nuevas especies están hechas extranjeros, quienes vienen a México y América del Sur con recursos, materiales y de tiempo, para hacer expediciones en busca de nuevos registros; o redefinen las descripciones, adueñándose de la autoría de las especies descubiertas, como el sonado caso de la Digitostigma caput-medusae. Estos ejemplos, junto con los de otras especies de plantas, serán motivo de la siguiente columna.

*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante

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