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La animalidad del duelo

Agustín B. Ávila Casanueva*

¡Qué costumbre tan salvaje, esta de enterrar a los muertos!

Jaime Sabines

“Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten” continúa Sabines en su poema, describiendo un sentimiento compartido por arqueólogos y fanáticos del terror y lo fantástico. Aunque para los segundos es un deseo más literal, los primeros hacen referencia a algo más metafórico para, como describe el poeta, que sus huesos nos hablen de su muerte. Y en estas semanas, la prensa se ha enfocado en huesos elocuentes.

A inicios de este mes, tres nuevos artículosse publicaron en el servidor académico bioRxiv, donde se describe que uno de nuestros hermanos evolutivos, el Homo naledi, —quien vivió en lo que ahora conocemos como Sudáfrica hace entre 335 mil y 236 mil años, medía cerca de metro y medio y su volumen cerebral era bastante pequeño comparado con el nuestro o el de otros Homo— al parecer no solo hacía grabados artísticos en las paredes de las cuevas, sino que también enterraba a sus muertos de manera intencional.

Si bien las declaraciones son bastante sorprendentes —ya que ese tipo de comportamiento sólo se había asociado con Homos de una capacidad cerebral bastante mayor—, han sido criticadas por fallar a la máxima que debe de acompañar a ese tipo de declaraciones: no muestran evidencias sorprendentes. Estas publicaciones no han sido revisadas por pares como para poder ser aceptadas dentro del canon de la ciencia, y diversos antropólogos y medios especializados han notado que sus principales fallas residen en que las cavidades en las que se encuentran los restos son poco profundas y no parecen haber sido excavadas. Tampoco hay un acomodo preciso de los esqueletos en general, ni de las articulaciones en particular —como se suele observar en otros entierros rituales—; estas posiciones en general se conservan porque los restos se cubren con tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonado, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales. Y como último clavo en el ataúd de la hipótesis de los entierros premeditados, ninguno de estos supuestos entierros se ha terminado de excavar y analizar por completo, así que es difícil hacer conclusiones sólo con una parte del rompecabezas.

De encontrar suficiente evidencia, estas declaraciones recorrerían 160 mil años hacia atrás la aparición de los entierros rituales y haría que esta práctica no sea exclusiva de los Homo de cerebros grandes. Pero, la verdadera pregunta, como propone la historiadora de la paleoantropología, Paige Madison, detrás de todo esto es justamente ¿qué es realmente un entierro? ¿realmente somos los únicos en llevar a cabo estas prácticas de duelo? Veamos.

Los elefantes suelen mostrar interés en los restos mortales de sus congéneres e incluso se les ha visto cubriéndolos con hojas y ramas. También se les ha grabado acompañando al cadáver de una matriarcadurante semanas e incluso siendo acompañado por elefantes de otros grupos. Algo que a todas luces podríamos llamar un sepelio.

Los cuervos también han sido observados acompañando cadáveres de miembros de sus grupos, al tiempo que hacen llamados vocales —aunque ninguno parece decir “Nunca más”—. Sin embargo, algunos científicos piensan que este comportamiento está más relacionado con entender una situación de peligro que haya causado la muerte de su compañero, que con un ritual mortuorio.

Y hay situaciones especiales también. Tanto a las madres chimpancés como a las madres orcas se les ha visto acompañando y cargando el cadáver de su cría durante semanas o incluso meses. Un comportamiento que nos arrolla de tanta empatía que resulta casi imposible no abrazar y llorar junto a estas madres. Como lo haríamos en un entierro.

Ante estas evidencias planteo dos preguntas: ¿O antropofizamos el duelo de los animales? ¿o negamos la animalidad de nuestros propios duelos? Esta última se me hace mucho más interesante de explorar. A fin de cuentas, tenía razón Jaime ¡qué costumbre tan salvaje, esta de enterrar a los muertos!

*Coordinador de la Unidad de Divulgación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM y miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.

Cráneo reconstruido de Homo naledi. Fotografía de John Hawks, Universidad Wits

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