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Lo que aprendimos de dos aves que invadieron México

Agustín B. Ávila Casanueva*

En 1851, Charles Darwin recibiría en su casa la visita de Charles Lyell, su mentor y amigo. Darwin lo admiraba aún antes de conocerlo por sus estudios sobre geología, que fueron parte de la inspiración de su teoría evolutiva mediada por la selección natural. Previo a la visita, Darwin le escribió una carta a Lyell en la que le advertía, una extraña mezcla de júbilo y seriedad académica: “¡Te mostraré mis palomas! Ver palomas es de los mayores placeres que se le puede ofrecer a un ser humano”. Desconozco si Lyell, más adepto a los accidentes geológicos que a las aves, estaba igualmente emocionado, pero al menos no quedó demasiado espantado ya que se presentó en la residencia Darwin en la fecha acordada.

Criar, entrenar o simplemente observar palomas es un pasatiempo que se puede llevar hasta la profesión, pero que, como cualquier otro entretenimiento, es mucho mejor si se comparte. En una actualidad virtual y muy lejana a las cartas postales de Darwin, distintas personas comparten sus palomas mediante proyectos de ciencia ciudadana. eBird y Naturalista son plataformas en las que cualquier persona con una cámara —así sea la de su teléfono celular— y una conexión a internet puede compartir sus observaciones, ya sea exclusivamente de aves —en el caso de eBird— o de cualquier hongo, planta o animal —como sucede en Naturalista—. Además, no es necesario ser experto. En caso de que se desconozca la especie del organismo en cuestión, la plataforma ofrecerá alguna aproximación que en los días siguientes será validada por algún o alguna experta. Así, una vez definiendo la especie, la ubicación precisa de dónde se observó y la fecha y hora, estos datos pueden ser utilizados por grupos de investigadores e investigadoras para realizar estudios científicos.

Fue así como Rodrigo Pacheco, Adrián Ceja y sus colaboradores —un grupo conformado por investigadores e investigadoras de la CONABIO, el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, el Museo de Zoología de la Facultad de Ciencias y el Posgrado en Ciencias Biológicas de la UNAM—, utilizaron este tipo de avistamientos para mapear y dimensionar cómo dos especies de aves están invadiendo nuestro país.

El estornino europeo (Sturnus vulgaris) obtuvo la segunda parte de su nombre al llegar a Estados Unidos desde Europa —donde su nombre era simplemente estornino o estornino común—, en 1890, cuando cien individuos fueron liberados en Nueva York. Desde ahí y poco a poco, ha logrado habitar cada rincón de nuestro país vecino y partes de Canadá. El primer reporte de su avistamiento en México sucedió en Nuevo León y Tamaulipas en 1938. Para el 2016, según los datos de observaciones generadas por la ciudadanía, el estornino europeo se encuentra en 28 de las 32 entidades federativas del país.

El otro intruso es, para alegría de Darwin, la tórtola turca o paloma turca de collar (Streptopelia decaocto). Llegó a América por las Bahamas a finales de la década de 1970, para migrar a Florida, en Estados Unidos, en la década de los 80 y de ahí al resto de ese país. Su primer registro en México es del 2000 en Tamaulipas. Para el 2016, esta paloma ya se encontraba en todo el territorio nacional.

Las especies invasoras representan un peligro para el resto de las especies nativas del ecosistema al que llegan a invadir, ya que compiten por recursos y espacio dentro de su hábitat. Es por esto que es de suma importancia conocer a fondo los procesos y las variables que tienen una mayor influencia en la capacidad invasiva de una especie ajena al ecosistema. En el artículo publicado el pasado 28 de junio en la revista Anthropocene, Ceja, Pacheco y su grupo de trabajo, analizaron la historia de colonización de estas dos especies de aves en México, llegaron a las siguientes conclusiones.

Tanto el estornino europeo como la paloma turca invadieron México desde el norte y fueron siguiendo los campos de cultivo y los asentamientos humanos, sin embargo, la paloma lo hizo a un ritmo mucho más acelerado y preocupante que el del estornino. Esto probablemente se deba a distintas características propias de cada especie. Mientras que el estornino suele esperar a tener una población establecida en un lugar antes de empezar a migrar a otro, la paloma podía empezar a expandirse sin la necesidad de tener una población establecida. La historia evolutiva de cada especie también influye en sus procesos y estrategias de invasión. El estornino europeo es una especie que se desarrolló en un clima templado, y ha decidido expandirse principalmente a zonas secas y templadas dentro de nuestro país, mientras que la paloma turca, quien evolucionó en climas tropicales, ha logrado llegar a todos los rincones del país sin mayor problema. Esto es importante ya que resalta la importancia de tomar en cuenta los factores abióticos —como el clima— a la hora de predecir el posible éxito o fracaso de una especie invasora. Por último, al parecer la presencia de otras especies cercanas —como las típicas palomas grises citadinas, que podrían competir de manera más directa con las invasoras— no genera una protección a la invasión. Es decir, incluso un país megadiverso como el nuestro, es susceptible a sufrir los estragos de una especie exótica.

Estos resultados y sus posibles aplicaciones a futuro fueron posibles gracias a una ciudadanía atenta y participativa, que realmente piensa —al igual que Darwin— que es un gran placer mostrarle pájaros a los demás. Así que, muchas gracias por pajarear.

Paloma turca en Hermosillo, Sonora. Fotografía de Octavio Telis compartida bajo la licencia CC BY-SA 3.0

Estornino europeo macho cantando sobre un tejado. Fotografía de David Corby, compartida bajo licencia: CC BY 2.5.

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