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ADN indígena, razas cósmicas y Xóchitl Gálvez

Agustín B. Ávila Casanueva*

El pasado 30 de junio Rafael Barajas, El Fisgón, publicó un cartón titulado “Xóchitl, la de las gelatinas”, donde, según explicó en un tuit, desea llamar la atención ante lo que él considera una simulación de parte de Xóchitl Gálvez, senadora panista y quien se perfila a ser candidata a la presidencia por parte de la oposición, sobre sus raíces indígenas y mostrarse así como representante de los pueblos originarios. El Fisgón remata el tuit declarando sobre la senadora que “El racismo y el clasismo está en su ADN”.

No fue el único en hacer alusión al ADN. La senadora Beatriz Paredes comentó en entrevista con Carlos Loret de Mola: “Yo también vengo de cuna indígena, lo que pasa es que no lo uso, esto no es una competencia de ADN”. No sé si tenga algo que ver con la estructura de esta molécula, esa doble hélice con tanto espacio entre barandal y barandal, llamándonos a esconder, debajo de alguno de los miles de millones de escalones que componen nuestro genoma, cualquier característica, comportamiento o cualidad que se nos ocurra.

Una de las semillas guardadas dentro de la doble hélice es la del concepto de raza —que germinó y ramificó hasta extremos como los de la raza cósmica que propuso José Vasconcelos (dentro de una ideología profundamente racista y eugenésica)—. Biológicamente hablando, no existen las razas humanas. No hay un conjunto de condiciones genéticas que agrupen de manera exclusiva a alguna población humana. Sin embargo, las razas como construcción social sí que existen y tienen influencias sobre los comportamientos de la sociedad. Y estas construcciones racistas van de la mano con las diferencias de clase.

Bien explica Yásnaya Elena A. Gil, lingüista ayuujk, en su columna de El País, titulada ¿La cuarta transformación del indigenómetro? Yä’äx: «En los censos que siguieron al de 1921, para clasificar a una persona como indígena se preguntaba si andaba descalza, si usaba zapatos o huaraches, si comían trigo o maíz, qué tipo de indumentaria usaban, si dormían en cama o en petate, entre otros criterios. Dentro de esta lógica, comer maíz, usar huaraches y dormir en petates se relacionaban con la pobreza. En este tenor, cuando determinan que Xóchitl Gálvez no es indígena porque “no viene de abajo y no ha sufrido pobreza” o porque usa bolsos caros evidencian que los parámetros del antiguo indigenómetro siguen operando en el imaginario social».

Y ser indígena tampoco es una categoría biológica. No hay genes ni ADN indígenas —ni en México ni en ningún otro país del mundo—. La categoría “indígena” es una categoría política. Fue impuesta por la nación mexicana buscando generar una sola identidad nacional, borrando la diversidad de las culturas que habitan en el territorio al que llamamos México. Como también explica Yásnaya, «La misma palabra “indígena” no tiene un equivalente en la mayoría de las lenguas indígenas del país».

Desde el Censo de Población y Vivienda realizado en el año 2000 el denominarse indígena es una autoadscripción. Si bien esto se ha logrado gracias a una larga lucha por parte del movimiento indígena, no viene sin sus peligros. Ya varios políticos —incluso aquí en Morelos— han intentado utilizar las políticas afirmativas que se han planteado a favor de comunidades indígenas para su beneficio personal, haciéndose pasar como un miembro de estas comunidades.

Estos intentos de validaciones de pertenencia —a comunidades indígenas o a otras poblaciones y culturas—, también atraviesa al ADN. Cada vez más compañías privadas ofrecen pruebas de ADN donde a cambio de un poco de saliva y un pago, te regresarán un análisis genómico donde te muestran una supuesta ancestría con todo y porcentajes. Así uno puede descubrir que uno es ocho por ciento nahua o quince por ciento italiano o nueve por ciento árabe. Sin embargo, que partes de nuestro ADN se asocien a poblaciones que actualmente ocupan algún territorio lejano o sean actualmente una población indígena no significa que nosotros somos parte de dicha comunidad, de sus costumbres, de sus gobiernos ni de sus derechos comunitarios.

Así que dejemos las categorías políticas con la política, la doble hélice dentro de la biología —le podemos dar chance de irse a dar una vuelta al arte, si quiere—, y a la raza nomás para citar al Piporro y preguntar: ¿Qué pasó raza?

*Coordinador de la Unidad de Divulgación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM y miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.

Construcción del Monumento a La Raza.

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