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El oráculo de la alcantarilla

 

Cuenta Heródoto que Menelao —rey de Esparta y esposo de la legendaria Helena—, después de la guerra de Troya, pasó varios años atrapado en Egipto ya que siempre se enfrentaba a vientos contrarios que le impedían izar velas y abandonar la ciudad africana. Desesperado, el rey decidió preguntarles a los oráculos sobre su destino y ahogó a dos niños para después leer su suerte en sus entrañas aún palpitantes. Este sortilegio bastante macabro, la antropomancia —el arte de la adivinación basada en entrañas humanas—, responde a otras adivinaciones que se realizan con aves o incluso con peces. Porque, finalmente, una gran manera de seguir el consejo del oráculo de Delfos es conocernos a nosotros mismos y a lo que nos rodea desde las entrañas, desde dentro de nosotros. Son las encargadas de procesar nuestros alimentos y sacar aquello que no es de nuestro provecho. Nos alertan cuando estamos a punto de perder cualquier sentido común y lógica ante alguna persona que encontramos cautivadora. Y, aunque Menelao lo ignoraba, se encargan de alojar a todo un ecosistema de microbios de los cuales depende gran parte de nuestra salud. ¿Habrá manera de conocer la suerte de toda una ciudad desde sus entrañas —de preferencia, sin la necesidad del asesinato o el harakiri requerido—?

La investigadora mexicana, Mariana Matus, cursó su doctorado en el Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT por sus siglas en inglés), en Estados Unidos, donde se especializó en biología computacional y análisis de muestras biológicas. Al terminar el posgrado, la ahora doctora sabía —lo sentía en las entrañas— que había una mina de información dentro del desagüe de las ciudades, que el desperdicio de muchas personas se podía convertir en su tesoro, y que solamente necesitaba una manera de poder extraerlo con precisión científica para poder leer la suerte de miles o millones de personas.

Mariana decidió entonces cofundar la compañía Biobot junto con su colega, la arquitecta Newsha Ghaeli. Al principio sonaba un poco descabellado: “tienes mi apoyo” le dijo a Mariana su director de tesis, “pero no creo que vaya a funcionar ¿a quién le vas a vender los datos, al gobierno?”. Esta pregunta desesperanzadora guardaba un poco de adivinación, pues ahora los principales clientes de Biobot son justamente los gobiernos de distintas ciudades en diferentes continentes.

Matus y sus colaboradoras —las cinco personas con las que empezó Biobot, todas con formaciones profesionales distintas— sabían que podían obtener datos muy precisos. Algunos biológicos: qué microbios había en los intestinos de los generadores de aguas residuales, que patógenos los habitaban, de qué estaba enferma la gente de la ciudad; pero también había una información química relevante: cuánta droga se estaba usando, si se estaba elaborando esa droga en la zona, o algún explosivo. Todo esto sabiendo medir los componentes de lo que se va por el lavabo. Mariana bromea sobre cómo podría venderle los datos a algún gobernante: “¿cómo? ¿No sabes cuánta cocaína se consume en tu ciudad?”.

Pero antes de empezar, requerían el apoyo de la ciudad. Massachusetts, en Estados Unidos les proporcionó un mapa de sus alcantarillas para saber cuáles eran las más convenientes para abrir y explorar. Empezaron con dos prototipos de aparatos de muestreo —maravillosamente nombrados en honor de los dos plomeros más famosos y que no le tienen miedo a ninguna tubería: Mario y Luigi—, y decidieron empezar con lo que consideraban más sencillo en ese momento: análisis de drogas mediante espectrometría de masas.

Pero a Mariana, a sus colegas de Biobot y al resto del mundo les cambiaría la vida la pandemia causada por el covid-19. “Eran los primeros meses, no sabíamos cuánto iba a durar, ni qué tan grave podía llegar a ser” cuenta Mariana, “pero decidimos enfocarnos en este nuevo patógeno ¿podríamos identificarlo en el agua residual?”. Con un poco de miedo, finalmente se sabía muy poco del virus, pero con amplia confianza en la ciencia y en los protocolos que desarrollaron —Mariana en ese momento no solo estaba a cargo de los análisis biológicos, sino que también estaba embarazada—, basándose en análisis genéticos derivados de técnicas como la PCR, empezaron a buscar y contabilizar al virus SARS-CoV-2.

Los resultados eran casi perfectos. El conteo que realizaba Biobot arrojaba números muy similares a los de las pruebas COVID que se hacían tan ampliamente al inicio de la pandemia en Estados Unidos. Ahora Biobot colabora con todos los estados del país vecino —y con otros en otros continentes—, pues es el mejor índice de presencia de SARS-CoV-2 con el que se cuenta actualmente.

Biobot, ahora una compañía de más de doscientas personas está contabilizando a otros patógenos como el virus de la influenza, y también ciertos opioides, medición muy útil en medio de una crisis por abuso de fentanilo. Nuestras entrañas nos conocen bien, y por fortuna, ahora podemos leerlas antes de la autopsia.

Mariana Matus y Newsha Ghaeli, directora y presidenta respectivamente de Biobot Analytics. Foto: MIT.