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El operativo del Ejército, la Guardia Nacional y tres gobiernos estatales en Huitzilac fue de tal magnitud -solamente el primer día intervinieron 300 efectivos y se usaron helicópteros- que no podía quedar solo en la clausura de cuatro aserraderos clandestinos, como se reportó el martes.

Ayer continuaron las tareas asegurando los aserraderos ya confiscados, sus bienes y mercancía ilegal y cerrando, de paso, otros cuatro aserraderos.

El golpe ya lo resintieron los talamontes que se organizaron y, quizá con la ayuda de algunos vecinos que se benefician también de la actividad ilícita, opusieron la resistencia que las fuerzas del orden no encontraron antes.

Fueron más de cien personas que, armadas con piedras, palos y bombas molotov, quisieron ahuyentar al Ejército. Aunque no lastimaron a nadie, si quemaron varios vehículos. Los efectivos, por su parte, pudieron detener a uno de sus atacantes.

Son lamentables estos hechos que tienen el potencial de causar muertes. Y al respecto hay varias cosas sobre las que cabe reflexionar.

Los operativos en Huitzilac no han sido raros: a principios de año se reportó la clausura de algo así como seis aserraderos que, con los de los últimos días, sumarían catorce. Son muchos para una comunidad de 20 mil habitantes y son establecimientos cuya actividad no es nada discreta, por lo que es difícil creer que nadie sabía en dónde operaban.

También llama la atención que rara vez haya detenidos en tales operativos, aunque se ha dicho que los “halcones” del crimen organizado advierten a los grupos de talamontes cuando llegan las autoridades y las direcciones a las que se dirigen, por lo que cuando las fuerzas llegan al sitio solamente encuentran lo que los criminales no se pudieron llevar y, desde luego, a ninguno de ellos.

Por otro lado, testimonios de “troceros” y talamontes locales desplazados han advertido que desde hace meses arribó a la zona una banda muy poderosa de Michoacán, cuyo sello -y por lo que los talamontes “tradicionales” no les pudieron hacer frente- es que están fuertemente armados y que además usan sofisticados equipos de comunicación y modernos equipos de tala. Por eso, es factible pensar que éstos no se presentaron a la gresca de ayer.

Si en verdad se quiere detener la tala ilegal, estos operativos deberán continuar hasta clausurar todos los aserraderos ilegales y no solo en Huitzilac, sino en Parres y hasta Topilejo, que es en donde, supuestamente, están asentados los talamontes michoacanos. Y episodios como los de ayer podrían repetirse y escalar, pero ese es el costo por haber permitido que la tala ilegal prosperara hasta el grado de convertirse en un genuino cáncer.

Desde luego, también habría que seguir la madera ilegal y cortar sus vías de distribución y comercialización y, en el camino, acabar con las redes de corrupción oficial que cobijan este comercio ilegal. También habría que buscar la forma de detener a los individuos que operan en el bosque, quienes son los responsables de llevar los troncos a los aserraderos que, eventualmente, podrían ser clausurados.

A raíz de los hechos de ayer, la Mesa de Coordinación Estatal para la Construcción de la Paz, refrendó la disposición de las fuerzas de Morelos por continuar el combate a la tala clandestina. Ojalá sea así y ojalá estemos preparados para llegar hasta las “últimas consecuencias”, como lo ofreció también la propia Mesa y así, preparados, quizá no necesitemos la intervención divina, a la que imploró ayer el presidente municipal de Huitzilac.