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Ismael Eslava*

El pasado 15 de junio se conmemoró el Dia Mundial de toma de conciencia del abuso y maltrato en la vejez por resolución A/66/454 aprobada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, a fin de exhortar a los Estados Miembros a adoptar medidas específicas para aumentar la protección y la asistencia a las personas de edad de conformidad con el Plan de Acción de Madrid 2002, el cual constituye un programa para encarar el reto del envejecimiento en el siglo XXI a partir de tres ejes prioritarios: las personas de edad y el desarrollo, el fomento de la salud y el bienestar en la vejez y la creación de un entorno propicio y favorable. 

Se debe tomar conciencia -para su erradicación- que las personas mayores constituye un colectivo que con frecuencia sufre maltrato, abuso y diversas formas de discriminación, negación o vulneración de sus derechos, así como falta de oportunidades de desarrollo económico y personal. La Organización Mundial de la Salud (OMS) a propósito del maltrato de las personas mayores lo describe en los siguientes términos: “…es un acto único o repetido que causa daño o sufrimiento a una persona de edad, o la falta de medidas apropiadas para evitarlo, que se produce en una relación basada en la confianza. Este tipo de violencia constituye una violación de los derechos humanos e incluye el maltrato físico, sexual, psicológico o emocional; la violencia por razones económicas o materiales; el abandono; la negligencia; y el menoscabo grave de dignidad y la falta de respeto”.

Los orígenes de esas transgresiones son diversos, entre ellos se pueden identificar dos determinantes: una percepción social negativa sobre el envejecimiento y la falta de acceso a los derechos a lo largo del ciclo vital; factores que, por lo general, suelen acumularse y desembocar en un estatus de vulnerabilidad múltiple durante la vejez. Tales causas se sustentan en creencias o estereotipos tales como la asociación entre la edad y el declive progresivo de las capacidades físicas y cognitivas, la condición de dependencia respecto a otras personas, y la pérdida de autonomía para la toma de decisiones; ideas que son reforzadas, muchas veces, por los medios de comunicación y por la economía de mercado que exaltan la juventud, la vitalidad inagotable, la individualidad y la independencia como características de gran valor social, mientras que crean un vínculo ficticio entre vejez e inactividad, incapacidad, cansancio, enfermedad, deficiencia, entre otros factores que se califican como negativos y, por tanto, indeseables.

Lo anterior ocasiona que, con frecuencia, las personas mayores sean excluidas, aisladas y marginadas de las dinámicas familiares, sociales, económicas y políticas, y que su opinión, experiencia y conocimientos no sean aprovechados ni tomados en cuenta suficientemente.En este sentido, la falta de una cultura del envejecimiento en la sociedad, abona a las dificultades para identificar y denunciar actos u omisiones que atentan contra la integridad física, emocional, psicológica, sexual y patrimonial de quienes viven la etapa de vejez, lo que conduce al ocultamiento o minimización de situaciones de abandono, violencia e injusticia en su contra.

Frente a este contexto negativo y de acuerdo con los principios de la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, es necesario diseñar e implementar políticas públicas integrales que atiendan a la valorización de la persona mayor, el reconocimiento de su dignidad, independencia, protagonismo y autonomía; la participación, integración e inclusión plena y efectiva en la sociedad; la autorrealización, la igualdad de género, los enfoques de curso de vida para el goce efectivo de sus derechos; la responsabilidad del Estado y la participación de las familias y de la comunidad en la integración productiva en la sociedad, así́ como en su cuidado y atención.

Lo anterior permitirá a los gobiernos, a las organizaciones sociales y a otros agentes interesadosla posibilidad de reorientar la manera en que sus sociedades perciben y se relacionan con las personas de edad y vincular las cuestiones del envejecimiento con el desarrollo social, económico y de derechos humanos, sin soslayar que el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimientoestablece, entre otras prioridades, la participación de las personas de edad en la sociedad; la representación política e inclusión social; la solidaridad entre las generaciones; la protección para las personas de edad en contra de los malos tratos y la violencia; la mayor atención a personas de edad de zonas rurales y pertenecientes a grupos étnicos minoritarios y la promoción de planes a lo largo de toda la vida, para mejorar la salud y el bienestar en edades avanzadas.

Todas y todos tenemos un compromiso ético y moral de tomar conciencia y sensibilizarnos de las necesidades de las personas de edad, a fin entender e interactuar con quienes viven esa etapa de la vida. Promovamos la toma de conciencia, solidaridad y convivencia social entre las generaciones.

Profesor universitario y especialista en derechos humanos

Para resaltar: 

“…la falta de una cultura del envejecimiento en la sociedad, abona a las dificultades para identificar y denunciar actos u omisiones que atentan contra la integridad física, emocional, psicológica, sexual y patrimonial de quienes viven la etapa de vejez, lo que conduce al ocultamiento o minimización de situaciones de abandono, violencia e injusticia en su contra”.

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