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(Nuestras raíces)

A la sombra de Mayahuel

(In cehualli nica tetech Mayahuel)

 

«In achtopa quittac tlahchiquiliztli, itoca mayahuel, ca cihuatl»

Michel Launey, Literatura Náhuatl.

La voz de una mujer se abre sobre la tierra, lenta, constante y poderosa. Se trata de Mayahuel. Su cuerpo como ofrenda divina se hace uno con la tierra, mientras tanto la tierra se vuelve fértil y la lengua náhuatl, como una lluvia, inunda el espacio y los objetos. Se decía que su constancia, su disciplina y su cuidado entretejen el universo, esta deidad morena, determina el destino de los hombres con la fibra que otorga desde su corazón: ipan inelhuayotl tehuan tiquixtiah nochtin tocemanahuac. La temporada de lluvias nos recuerda la figura de esta deidad y nos muestra el legado profundo de nuestro estado con respecto al México antiguo.

La diosa del licor que embriaga a los hombres y los lleva hasta el éxtasis, Mayahuel está más activa cuando la noche cubre el orbe y el líquido que desborda la luna baña la tierra, se esfuerza para hacerla fértil, para permitir que todo crezca, muera y se renueve. Este ciclo está descrito en su nombre: Ma yehualli es la que da vuelta, la que transforma todo y es, por sí misma, la manifestación del ciclo de la naturaleza. Efectivamente, Mayahuel se compone de las palabras metl que significa maguey y yehualtic, palabra que hace referencia a lo redondo y cíclico. En este sentido, vivimos un aspecto de la felicidad bajo la sombra de Mayahuel, pero también a la vida y la muerte, a lo seco y lo húmedo, a la alegría y la tristeza, finalmente, al éxtasis y la calma.

Una de las descripciones más elocuentes durante el s. XVI es la que nos ha legado Fray Toribio de Benavente Motolinia, quien señala en su Historia de las indias de la Nueva España que, a partir de “…este methl o maguey hacia la raíz se crían unos gusanos blanquecinos, tan gruesos como un cañón de una avutarda y tan largos como medio dedo, los cuales tostados y con sal son muy buenos de comer; yo los he comido muchas veces, en días de ayuno a falta de peces. Con el vino de este methl se hacen muy buenas cernadas para los caballos, y es más fuerte y más cálido y más apropiado para esto que no el vino que los españoles hacen de uvas».

Como parte del cortejo de esta diosa, los tzentzon totochtin, es decir, los cuatrocientos conejos, brincaban y bailaban demostrando el paso titubeante del borracho (huintineme), de su vida que se mueve entre el sueño y la vigilia, entre la ofuscación y la lucidez. Los colores de estos conejos (tliltic ihuan chichiltic) y sus nombres (Cuatlapanqui, Izquitecatl, Ometochtli, etc.) han dejado huella en nuestros registros y han quedado asociados a la belleza de la vida y a los banquetes que la acompañan.

En el extremo, la inmolación de Mayahuel implica un sacrificio que abre la tierra y que recupera, transformado, todo lo que nos brinda. El simbolismo sigue estando vigente hasta nuestros días, pues la planta se sacrifica para entregar su líquido vital, dejando expuesto su meyolotl (corazón del maguey) para nutrir a los hombres.

Los vestigios encontrados recientemente en Cacaxtla-Xochitecatl, dan cuenta del conocimiento y del uso ritual del mezcalli en el altiplano central mexicano, así lo documentan Jesús Carlos Lazcano Arce y Mari Carmen Serra Puche, lo cual ya había sido indicado por el antropólogo Carl Lumholtz (México desconocido). Estos investigadores señalan que el mezcalli era parte integrante de la vida ritual del Anahuac desde el siglo V a.C. y de la vida cotidiana de todos sus habitantes.

La planta que domina los paisajes del altiplano central mexicano es portadora de la feminidad de la diosa, estableciendo una relación hombre-divinidad, desde el corazón de la diosa, hasta el éxtasis de la máxima alegría en el corazón del hombre (yolpaquiliztli). Desde la riqueza de sus frutos, el maguey proyecta todo un entramado cultural que reconocemos, hasta nuestros días, como uno de los elementos principales de la identidad del mexicano.

*Profesor de Tiempo Completo de El Colegio de Morelos