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(Nuestras Raíces)

En la bruma de los sueños antiguos

(Ipan ayahuitl achtotica cochiliztli)

 

Llegué a Cuernavaca en 1983, cuando tenía tres años de edad. En mi memoria solo habitaban imágenes fugaces, casi nulas, de un Distrito Federal que pronto se volvió desconocido. En su lugar, mi nueva ciudad reventó con toda su primavera.

Recuerdo amplios jardines, albercas, árboles, pero sobre todo, calles poco transitadas. ¡Y vacas pastando! Era como si hubiera salido de una película en blanco y negro y hubiera entrado a un cuento de colores. Poco a poco me hice más cuernavacense que defeño, y cada vez que visitaba mi ciudad natal, me sentía en un lugar enorme, extraño, como si fuera otro país.

En Cuernavaca, tierra de eterna primavera,

donde el sol acaricia con su cálido abrazo,

se esconde un encanto que al alma embriaga,

y en cada rincón una historia sincera.

Sus jardines florecen con gracia verdadera,

sus montañas susurran cuentos al ocaso,

y en cada callejón, un misterio se desgrana,

una melodía antigua que el viento espera.

Entre toda la algarabía que experimenté en los primeros años, recuerdo claramente la primera visita que hice a las pirámides de Teopanzolco. Fue una excursión por parte del colegio. Seré sincero, a esa edad yo no entendía el valor que tiene un recinto ancestral ni qué significaba; sin embargo, algo dentro de mí latía, bufaba y me decía (bajo mi infantil entendimiento) que se trataba de algo imponente. Saber que en mi “nueva ciudad” existían ruinas arqueológicas me hizo sentir importante.

En tiempos antiguos, Teopanzolco se alzaba majestuoso como un centro político y religioso de gran importancia, vecino de la ancestral Cuauhnáhuac. Los Tlahuicas, como eran conocidos por las demás tierras, encontraron en este lugar su hogar, llegando a estas tierras en el mágico siglo XIII desde el legendario Aztlán. El imponente basamento que sostenía los templos gemelos de Tláloc y Huitzilopochtli se erigía imponente, reflejando la grandeza del templo mayor de Tenochtitlan. Al norte, el recinto dedicado a Tláloc, dios de la lluvia, se alzaba en humildad. Mientras que, al sur, el templo principal consagrado a Huitzilopochtli, dios de la guerra, emanaba poder y misticismo.

En la bruma de los sueños antiguos,

Teopanzolco es un eco etéreo,

las sombras danzan con hilos místicos

y el pasado teje un velo de misterio.

Sus pirámides, testigos del paso del tiempo,

resguardan los secretos del universo,

cada bloque es un pétalo de sentimiento,

cada escalón, el respiro de los dioses latiendo.

Teopanzolco, tesoro arqueológico del Valle de Morelos, guarda en sus ruinas los vestigios del Posclásico Medio. Sin embargo, las huellas arquitectónicas y cerámicas revelan que el primer asentamiento fue arrasado, dando paso a nuevas construcciones en el Posclásico Tardío. Los antiguos habitantes posiblemente fueron los Tlahuicas, como narran las crónicas del siglo XVI. Con la llegada de los mexicas, nuevos templos y palacios se erigieron en este suelo sagrado. Destacando un imponente basamento coronado por los templos de Tláloc y Huitzilopochtli. Lamentablemente, el crecimiento de la moderna Cuernavaca ha velado muchas evidencias de la grandeza original de Teopanzolco durante su apogeo.

En los alrededores de esta zona arqueológica se descubren vestigios que nos narran la historia olvidada de este sitio en la era prehispánica. Una crónica que abarca desde el Posclásico Medio hasta el Tardío, un viaje en el tiempo que nos conecta con las raíces ancestrales de esta tierra.

“En el templo viejo” escucho las sagradas voces,

balada primigenia de la esencia y el signo,

como un laberinto de espejos en el horizonte,

Teopanzolco invita a perderse en su rito.

Bajo el canto de la noche, mi espíritu suspira,

murmura y grita deseos y temores enterrados,

es un estruendo que cimbra en el alma cautiva,

invocando a los espíritus divinos y olvidados.

Teopanzolco, templo de almas erguidas,

testigo silente de tiempos idos,

en tus muros la historia se ilumina.

*Jonathan Muñoz Ovalle, escritor y poeta, estudió creación literaria en el Centro Morelense de las Artes.