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(Primera parte)

 

El turismo se caracteriza por ser una actividad la cual en muchos territorios constituye en clave económica un sector cada vez en crecimiento. También es cierto que muchos países y sobre todo ciudades son cada vez más víctimas de un turismo depredador, mal planificado, que sólo acarrea contaminación, y que termina siendo perjudicial tanto para el patrimonio como para las comunidades locales. Más aumenta el turismo más liberación de dióxido de carbono, arrojo de desechos, alteración del entorno. Por otra parte, genera además empleos la mayor de las veces mal remunerados. Sin duda, es como un vector del capitalismo que contribuye a privatizar espacios públicos y a generar extractivismo, convirtiendo lugares en mercancía al servicio de la reproducción del capital.

Ahora bien, también somos conscientes que el turismo es una de las maneras de satisfacer necesidades como la recreación, la desconexión, el aprendizaje o el crecimiento personal dentro de tantas.

¿Podemos pensar alternativas a ese modelo negativo que va adquiriendo entonces el turismo? ¿De qué otras maneras podríamos satisfacer las necesidades enunciadas? ¿Es posible promover y planificar iniciativas turísticas en clave de la economía social y solidaria?

El primer punto que suscitan estos interrogantes es entonces el consumo responsable, ya que nos permite tener en cuenta precisamente los impactos negativos que genera el turismo en los territorios y en las sociedades. Ser coherentes con los principios de la economía social y solidaria implica desarrollar iniciativas comunitarias con propuestas de la gente que habita en el lugar, hasta la gestión de impactos y la redistribución de los beneficios con la misma comunidad. Este último punto, por lo general es ignorado ya que, si bien se invoca siempre llevar el desarrollo a las comunidades de los lugares, por lo general ese derrame nunca se produce, y sólo se verifica despojo y aumento de la pobreza.

Cuando nos referimos a turismo comunitario recuperamos la idea de (Higgins-Desbiolles & Bigny,2023) de que un territorio no es un destino al que llegan los turistas, sino, ante todo, es el lugar dónde viven muchas personas. Advertencia por demás evidente ya que nos pone de manifiesto la necesidad de tener en cuenta si se desarrolla turismo, de partir de los recursos y necesidades identificados por las comunidades. Es decir, el turismo comunitario propuesto debe constituir una herramienta al servicio de sus derechos y necesidades capaces de generar bienestar.

Otro de los principios fundamentales que invocamos desde la economía social y solidaria es reivindicar lo común, y utilizar el turismo entonces para explicar el valor de los espacios y de los bienes comunes en los que se apoyan. La comunidad crea constantemente comunes que la consolidan, por eso administrar, mantener y producir recursos materiales e inmateriales sostienen la vida y el bienestar. Y eso tanto para el turismo comunitario como rural mantener ese eje de resistencia defensa de los espacios comunes con propuestas alternativas y estrecha vigilancia a los intentos de privatización o elitización. No olvidemos que son común también las semillas nativas, las hierbas medicinales, las recetas culinarias, los bordados y muchas artesanías, en otros. Recuerdo haber leído una frase de una artista colombiana que conecta con todo esto, “uno es parte de la tierra, no su dueño”. Seguimos pensando en la próxima nota algo más sobre el turismo comunitario desde la economía social y solidaria.

*Integrante del NODESS Morelos Solidario y Cooperativo.

c.girardo@hotmail.com