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Por Miguel A. Izquierdo S. 

¿Usted tiraría al basurero su único martillo usado, y las tijeras casi romas, de que se ha servido por décadas, sólo porque con cualquiera de ellos se puede matar a una persona? Ni siquiera se me ha ocurrido, aunque sí he escondido las tijeras cuando hay sospechas de que alguien pudiera hacer mal uso de ellas. Eso quiero preguntarles a quienes se quejan de las redes sociales, de internet, de la variedad de servicios en línea disponibles, en renovación constante.

            ​Cierto, tanto el martillo, como las tijeras y las redes sociales, pueden ser usadas para perjudicar a personas, no sólo a infantes, incluso llevarles a la muerte, tras procesos de negociación de la voluntad de quienes serán víctimas de criminales que usan las redes sociales para ello. Sí, hay tales acechantes, y como las tijeras y el martillo, podemos limitar su uso, como tenerlos a buen resguardo, para que no penetren a quienes son potenciales víctimas a falta de criterio o sobra de ambición, como para ceder a las peticiones de sus probables victimarios.

            ​Varias veces me he machucado uno o dos dedos usando el martillo, ¡vaya que duele!, como varias veces me he cortado por falta de destreza en el uso de las tijeras, eso es parte del uso de instrumentos hechos tras millares de años de experiencia humana para hacerse de medios de vida y comodidades. En eso martillo y tijeras son semejantes a internet y las redes sociales: por sí mismas no hacen daño, es el uso intencionado de algunos o la falta de destreza, que hacen daño a otras personas al valerse de ellas.

            ​“Mecanismos de abreviación”, les ha llamado el hermeneuta Wertsh a todos aquellos dispositivos que permiten, gracias al ingenio humano, producto de millares de años de experiencia, acortar la ruta para conseguir algo. Entre esos mecanismos de tales características está el lenguaje, las lenguas, sobradas de ejemplos de abreviaciones, no solo de palabras, sino de ideas, de párrafos completos, que aceleran la comunicación, y lo hacen con suma eficacia. 

Los usamos continuamente, no nos quejamos de hacerlo ni de que alguien los haya desarrollado, sencillamente los usamos sin reflexionar sobre su surgimiento, su implantación por vía de la costumbre y probada eficacia. Nos montamos en esos recursos y corremos a caballo, tanto como nos lo permiten sus características en evolución constante. En el análisis de los procesos comunicativos y semióticos, tales mecanismos, de acuerdo con Vygotsky  y Wertsh, son crisol de actos inteligentes, grandes logros humanos que a la vez nos hominizan.    

            ​A falta de lenguaje oral o escrito, debemos hacer una “traducción”, como la que hacía un pequeño de dos años, Mariano, con un léxico hablado de unas cuantas palabras, del cuento que yo le leía: cada frase de mi parte le llevaba a representarla en el espacio, lo que le tomaba casi un minuto de caminata y señalización de la frase leída y representada a su muy personal manera. A falta de recursos lingüísticos, en este caso el habla, tuvo que dramatizar cada frase. El lenguaje es un poderosísimo mecanismo de abreviación, de comunicación, y no nos quejamos por usarlo, pese a que con él podemos ordenar a una persona hacer grave daño a otra (en complicidad).

            ​Sí, las redes sociales son extensiones de nuestros brazos y piernas, de nuestros cerebros, multiplicando a escala planetaria nuestras posibilidades de acceso a medios y personas, a bajo costo, a velocidad impresionante, y cada vez con traductores que casi nos permiten entender, saber y comprender, a cualquier ser humano y vivo que exista en el universo a nuestro alcance. Nos empoderan, magnifican nuestra diminuta existencia, la potencian inteligentemente, si así lo decidimos.

            ​Mientras tanto, como el uso de las tijeras en Preescolar o del martillo en la Primaria, busquemos un tiempo para que los infantes se beneficien de las redes sociales, supervisados, como cuando aprenden a usar martillo y tijeras. De hecho, no acabamos de machucarnos, aún de adultos…

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