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Quien leyó el libro “Los cazadores de microbios” escrito por Paul de Kruif en 1926, posiblemente se queda con la idea de un mundo microbiano amenazador para la vida del hombre. Las biografías de los microbiólogos del siglo XIX, narradas estupendamente por de Kruif, nos transportan a los laboratorios de Luis Pasteur y Roberto Koch y otros más, que casi podemos imaginar el olor de sus laboratorios y nos hace cómplices de sus afanes. Quizá desde entonces, con cierta justicia, la idea de los microbios “malos” se instaló en nuestra cultura.

Curiosamente, en el mismo período, pero en otro no muy lejano lugar, Martinus Beijerinck y Sergei Winogradski descubrían microbios “buenos”. Se trató de bacterias del suelo que hacen simbiosis con las leguminosas como el frijol, capturando el nitrógeno atmosférico y convirtiéndolo en amonio benéfico para el crecimiento de las plantas. Estos grandes personajes son reconocidos fundadores de la microbiología médica dedicada a la prevención y combate de microrganismos patógenos, de la ecología microbiana con la que tanto tiene que ver la vida en el planeta, y del uso biotecnológico de los microorganismos en productos de consumo humano como el pan, la cerveza y el vino.

Para la microbiología moderna la frontera entre los microbios buenos y malos no existe. Las enfermedades infecciosas se deben sobre todo a las oportunidades de ocupación de un nicho ecológico, que a veces está desprotegido. Un sistema inmunológico débil, la mala nutrición y la abundancia de un germen, son la combinación perfecta para producir una infección. Esto, añadido a los sofisticados modos de colonización e invasión de las bacterias hacia los órganos humanos, nos hacen parecer víctimas de un mundo invisible. Lo cierto es que vivimos inmersos en un mundo microscópico apenas conocido sin darnos cuenta cabal.

Recientemente, un grupo de investigadores de la Universidad Tecnológica de Graz en Austria descubrió que en una manzana viven un poco mas de 100 millones de bacterias. Las manzanas, son uno de los frutos más consumidos en el mundo. Seguramente, muchos de nosotros dibujamos una manzana roja y casi brillante en nuestras clases de primaria, o recordamos esa manzana que nos llevamos para el recreo. Dibujamos, tal vez, una manzana pendiente de un árbol y, como no, también su anatomía: pedúnculo, endocarpio o corazón, semilla, cáliz, mesocarpio o pulpa y epicarpio o piel. Pues bien, todas estas partes están colonizadas abundantemente por diferentes comunidades microbianas. Contrario al sentido común que haría pensar que en la cáscara hay más microbios, sorprendentemente hay muchísimos más en la pulpa y en la semilla.

Los investigadores Austriacos, estudiaron las comunidades de microbios con una técnica llamada metagenómica. Con este método pudieron leer millones de segmentos de ADN -pedazos pequeños de genes- que al compararlos con microbios conocidos pudieron deducir la especie a la que pertenecen, y calcular su abundancia. Encontraron que, a pesar de tener la misma cantidad millonaria de microbios, las manzanas de origen orgánico tienen una mezcla mucho más diversa de bacterias de especies distintas, comparadas con aquellas manzanas cultivadas bajo la agricultura convencional. En las manzanas orgánicas encontraron bacterias relacionadas con la actividad probiótica como Lactobacillus, y otras como Methylobacterium, que es una habitante común de las plantas caracterizada por producir sustancias anti-oxidantes como los flavonoides. Diariamente ingerimos una enorme cantidad de microorganismos que nos benefician en diversos aspectos. Podemos decir, que una mordida a una manzana es también una mordida al universo de los microbios, que por supuesto no es equivalente al contenido microbiano de un taco de la calle.

 

vgonzal@live.com

Foto: IStock