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Nicté Yasmín Luna Medina

Al despertar, Elena y Mauricio se sirven de un termo una taza de agua caliente para preparar su café y lo acompañan con un brownie, después preparan un almuerzo. Alrededor de las dos de la tarde, deleitan el paladar con un banquete que incluye una porción de carne blanca o roja, arroz, verduras y frijoles. Para la hora de la merienda, parten una rebanada de pan blanco al que algunas veces untan un poco de mermelada de mango, y completan los tiempos de comida con alguna cena ligera. A excepción del almuerzo y la cena, sus alimentos del día a día son mayormente cocinados con el sol.

 

La pareja, formada en ingeniería eléctrica,  inició su experiencia en la cocina solar desde el 2011, luego de conocer a los cocedores solares en alguna conferencia impartida por alguien del ahora Instituto de Energías Renovables de la UNAM. Para entonces, se habían mudado a Coatlán del Río, Morelos; con tantos días soleados, la dupla autodidacta comenzó a explorar la construcción de una estufa solar con diferentes materiales, desde cartón hasta madera con espejos, luego de varios prototipos, encontraron los materiales ideales para construir su estufa solar.

“Lo primero que hicimos fue experimentar con una caja de cartón con espejos, ahí vimos que era una maravilla. Hicimos un pan muy bonito, no supimos en cuánto tiempo se coció, era lo de menos, a lo mejor se tardó todo el día, pero estábamos maravillados; ¿cómo es posible?, nos preguntamos con asombro,” compartió con emoción Elena.

Luego de ese primer experimento, exploraron otros materiales que les permitieran contar con un artefacto duradero, así construyeron uno con madera que tenía un reflector muy grande, pero su tamaño, peso y duración no les pareció funcional, así que siguieron explorando otros diseños, hasta llegar al prototipo actual. 

“En realidad este se armó solito con las tinas que veíamos, queríamos utilizar las tinas de lámina galvanizada como molde, para hacer algo con tierra, que fuera más manual, barato y menos efímero. Un día puse un termómetro dentro de la tina y vi que se calentaba, así que le puse otra tina encima y observé que aumentó otros 10 grados, le puse un vidrio para taparlas y aumentó otros diez. Luego, decidí ponerle un aislante y subió otros diez, añadimos el reflector y aumentó 30 (grados), el caso es que tenía en el foco como 150 grados, aproximadamente.  Y así se dio el horno, pero fue después de hacer diferentes modelos”, recuerdan ambos. 

Aprendiendo a cocinar en la dimensión solar

Llegar a su horno solar les llevó 5 años, pero en realidad, el reto más grande ha sido aprender a cocinar con el sol. En su juventud, Elena y Mauricio aprendieron a cocinar a través de los libros y programas de cocina y en esta etapa no fue la excepción, revisaron varios videos en Youtube para aprender de otras experiencias. 

“Cuando empezamos a ver videos, muchos promotores de la tecnología decían: metes todo ahí (en el horno solar), te vas y lo abandonas. Así lo hicimos una vez, dejé pasta, con carne y verduras, pero cuando regresamos la pasta estaba desecha y todo era un desastre. Después fuimos descubriendo estas cosas, la carne no necesita el agua, la pasta se hace por separado, igual que el arroz.  El horno solar es otra dimensión, así empezamos a adaptar todo lo de estufa a horno solar ”, agregó Elena.

Mauricio opina que así como la música es independiente de un instrumento, la cocina lo es de la estufa; pero como aprendemos a cocinar usando ese instrumento no entendemos los procesos de cocción. “La fuente de calor de una estufa está abajo, y es muy alto, son más de 200 grados Celsius. Generalmente usamos atenuadores para no quemar las cosas. Por ejemplo, para cocinar carne, ponemos agua, los cachitos de carne y así la ponemos al fuego. Si la pones sin agua, la carne se quema porque tarda en soltar sus jugos y con el fuego muy alto, estos se evaporan antes de que esté cocida y llega a quemarse. Por eso usamos agua para mejorar el proceso de cocción. En cambio en el horno solar no. El horno trabaja a baja temperatura (…) Hay que ir entendiendo los procesos de cocción, una vez que los entendemos, cambiamos fácilmente el instrumento”, afirmó Mauricio.

De acuerdo con Elena y Mauricio, una vez que comprendes los procesos de cocción a baja temperatura de los alimentos, cocinar con el sol se vuelve una práctica fácil. Con la implementación de su prototipo surgió su emprendimiento, la venta de alimentos solares, que incluye brownies, pay, mermeladas, arroz, verduras, así como carnes blancas y rojas. Incluso, adaptaron una estructura al interior de su cocedor para que funcione como deshidratador solar, con ello preparan tacos, tostadas, tlaxcales y alfajores. Además de sus platillos solares, venden mantelería que elabora Elena, aprovechando los ratos libres que le deja cocinar con el sol. 

Así, desde el 2019, cada domingo son días de demostración y venta solar. 

La ciencia de las estufas solares

La estufa solar es un dispositivo que aprovecha la energía solar directa para cocinar alimentos. Para ello, mediante un reflector concentra la luz del sol en un área pequeña para tener temperaturas lo suficientemente altas para la cocción de alimentos. Una vez que la energía luminosa interactúa con la olla, se convierte en calor. Para minimizar las pérdidas de calor, es importante tapar la estufa con un vidrio para que la olla absorba mejor la energía solar. 

Existen diferentes configuraciones de cocinas solares: las que tienen concentradores solares, de caja, parabólicas e incluso de tubo al vacío. Asimismo, existen propuestas híbridas, es decir, con respaldo eléctrico para garantizar la cocción en días nublados.

De acuerdo con la asociación Solar Cookers International, en el mundo hay más de 4 millones de estufas solares que impactan directamente a 14.3 millones de personas y evitan 5.8 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono al año.

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