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Suelo subir a mis redes sociales, videos o fotos de infantes practicando artes de todo género, cuantos más peques, mejor, tratando de convencer a madres y padres de que pueden y deben contribuir al desarrollo de sus hijos/as, no sólo allegándoles los típicos lenguajes, sino que aunque ellos no manejen o dominen las artes, sus hijos podrán alguna vez conseguirlo, teniendo los instrumentos, los medios necesarios para practicarlas, sea o no su camino profesional en la vida.

Hay sobradas evidencias y estudios de las enormes bondades de tocar un instrumento, pintar o esculpir en cualquier material, danzar cualquier ritmo, hacer teatro y cine/video, por parte de infantes y jóvenes. Algunos de esos estudios han mostrado cómo quienes practican las artes o el deporte, serán menos proclives a hacerse adictos de todo tipo, y su desarrollo será más sano. Pero las escuelas aún tienen escasas opciones para que su alumnado las practique, y estimo que cuando en los programas educativos las incluyen, no les dedican el suficiente tiempo en la educación básica, y en la media superior y superior, son casi inexistentes. Eso es no sólo injusto, sino que limita y nos impide, que millares de nuestros infantes y jóvenes, descubran vocaciones que al mundo entero pueden enriquecer.

Vuelvo a este tema, pues esta tarde, en la escuela Waldorf El Fresno, de Cuernavaca, en un bazar navideño convocaron a músicas/os a interpretar sus repertorios, unos de ellos fueron Aldo Tabone y Francesco Taboada (también estuvieron Keiko y Raúl, de Magatama), quienes llevaron su marimba e interpretaron varias piezas para quienes ahí asistimos. El punto es que, iniciado su concierto, una pequeña menor de cuatro años, espontáneamente, se fue a colocar frente a ellos, viendo al público, y dio por danzar, creando su propia coreografía, al ritmo de la música, libremente, intentando interpretar a su modo.

Lo hacía concentrada, sin pena alguna. Con su vista nos atravesaba, pues estaba en lo suyo, preparando cada paso, seguramente lo que está aprendiendo en ballet. Si algo sentía que no ejecutaba como ella deseaba, lo repetía (autocorrección), hacía uso del espacio en varios niveles y direcciones, dinámicamente, llegó a tenderse en el suelo, en la tierra propiamente, y como si fuera duela, siguió ejecutando desde ahí movimientos de danza contemporánea. Una y otra vez, volvía a una posición de cuerpo erguido y cuello elevando su cabecita para así mejor mirar hacia el cielo. Los brazos iban de un lado a otro, armónicamente combinados con el movimiento de sus piernas. Cada cierre (interpretó tres piezas al menos), lo hizo conforme a ciertos estándares estudiados, que merecieron nuestro merecido aplauso por su gran regalo.

Su padre me lo ha dicho: aunque ella se desarrolla en un medio artístico, su interés y acción va más allá. En mis palabras: tiene un interés y compromiso personal con la danza, su danza ¡y aún es tan pequeña! Pero el ejemplo cunde, otra niña, mayor que ella, se animó a bailar a su lado y llegado el momento, la pequeña sugirió pasos que ejecutaron juntas, lo que les celebramos con aplausos. No se distrajeron, siguieron la función, complacidas, dominando el escenario y debo decirlo, a nosotros, su público.

¡Ah qué bello día cuando algún gesto artístico genuino, nos humaniza, nos alegra el día, nos da esperanza, como esta pequeña nos la ha dado!