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Al parecer, las candidatas y el candidato a la presidencia de la República coinciden en que se debe desarrollar la ciencia, la tecnología y la innovación en el país. Al menos, eso es lo que se puede inferir de las escasas referencias públicas que han hecho sobre un asunto de tal importancia social y económica. Quizá porque prometer más ciencia electoralmente no vende, o tal vez porque al pueblo poco le interesa y entiende de esas cosas, aunque es sabio. Lo cierto es que la ciencia no ha penetrado en los conceptos de la mayoría de nuestros políticos, y la llamada “sociedad del conocimiento” sirve solo para adornar discursos.

La ciencia tampoco es un trabajo ampliamente conocido y apreciado por la sociedad, que aún se vale de explicaciones mágicas y religiosas para cuidar su salud y para que le vaya bien en la vida. Ruy Pérez Tamayo, estimado científico y pensador de los nexos entre la ciencia y la sociedad, escribió en el lejano 1989, “la ciencia está fuera de la cultura mexicana”. Con gran sentido nacionalista, la cultura mexicana integra la admiración por las pirámides y la pintura de Rivera, se enorgullece de Rulfo y de Fuentes, y de la artesanía popular, presume nuestra comida a los extranjeros, y a los voladores de Papantla retando la gravedad. Según Don Ruy, “a lo más que hemos llegado es a concebir la ciencia en su contexto utilitario, como un instrumento para resolver los grandes problemas nacionales”, que tenemos muchos. Sin duda, hay quienes así piensan. Argumentan que a los científicos nos falta pueblo, que debemos salir de nuestros cubículos y ensuciarnos las manos con la tierra del campo y broncearnos como verdaderos hombres de campo. Por eso no entendemos lo que aqueja al pueblo, y preferimos trabajar para la ciencia internacional, capitalista y neoliberal, fuente de males y demonios.

Estas aseveraciones carecen de fundamento. No veo cómo una de las maravillas biológicas de México se haya construido sentado en una oficina. El gran Herbario Nacional MEXU, custodiado por el Instituto de Biología de la UNAM, tiene un millón trescientos mil ejemplares de plantas, algas, hongos, briofitas, y semillas colectadas en su mayoría en México, pero también en el extranjero. No es un almacén de plantas, sino un lugar de estudio y de memoria cultural de nuestros pueblos, como lo dice acertadamente el destacado botánico Alfonso Delgado en sus conferencias. Sería largo citar ejemplos similares.

Los científicos mexicanos son altamente competentes y meten sus narices en los llamados problemas nacionales de muchas formas, aunque no los llamen desde el gobierno. Muchos de esos problemas nacionales son también grandes problemas científicos. Cuestiones de salud como los virus emergentes, las sequías –por cierto, ¿dónde sembrarán nuestros futuros campesinos? –, y el agua, la contaminación del aire y del agua, ¿por qué no habrían de investigarse? Los científicos trabajan en estos problemas, pero necesitan tener apoyo para desarrollar una investigación profunda, productiva, exitosa y benéfica para la sociedad.

La formación del científico en nuestro país es larga y, a veces, hasta penosa. A la mayoría los apoya el gobierno a través de una beca de manutención que dura de 4 a 5 años. Es una beca, pero también es un trabajo peculiar, que no cuenta con un fondo de retiro para una eventual jubilación. Un científico comienza a cotizar en el IMSS o en el ISSSTE una vez que tiene un contrato de investigador o profesor en la universidad, en el sector público o en el privado. Pero no hay mucha oferta de plazas de investigación en las instituciones del país, y son muchos los graduados. Muchos optan por buscar uno o más contratos de investigadores postdoctorales en México y en el extranjero donde, si bien adquieren experiencia y maduran como científicos, son solamente sucedáneos para una realidad donde la competencia por las escasas plazas de investigación es feroz. El déficit económico en el que incurren los doctorantes generalmente posterga las aspiraciones personales de vivir en pareja, tener un hijo o comprar una casa.

Quien resulte presidente podría proponer retirar la nueva ley de ciencia y tecnología, sin esperar la decisión de la Suprema Corte, reconfigurar el sistema científico nacional, y apoyar decididamente el trabajo científico desde la educación de los niños hasta la creación de plazas de trabajo de investigación, y, sobre todo, dejar de estigmatizar a la ciencia y a los científicos.

vgonzal@live.com