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Vicente Arredondo Ramírez *

El uso común del concepto utopía se refiere a una condición deseable para la sociedad, pero imposible de hacerla realidad. Sin embargo, hay quienes nos empeñamos en señalar que la utopía es algo que en efecto no existe ahora, pero que sí es posible que suceda, si nos empeñamos en construirla.

La necesidad del pensamiento utópico es más que evidente. En los últimos cincuenta años, se promulgó una doctrina económica llamada neoliberalismo, cuya esencia es hacernos creer que el dinero es el eje articulador de todas las relaciones e intercambios entre los humanos. Esta idea ha lesionado profundamente el ser y el sentir de las personas, frente a sí mismas, y frente a los demás. Entre otros muchos males, ha destruido la capacidad de imaginar mundos en donde todas las personas pueden desarrollar sus potencialidades e intercambiarlas con los demás, bajo unalógica de beneficio comunitario generalizado, y no de beneficio egoísta individualizado.

Para hacer esto posible, obligó a los gobiernos a hacer unareingeniería del aparato del Estado/nación benefactor, para convertirlo en instrumento ancilar de la acumulación del capital internacional. Su fórmula para la desnacionalización de los bienes colectivos fue muy simple: debilitarlos, desprestigiarlos, y finalmente, desaparecerlos o venderlos baratos al mejor postor.

Como narrativa justificatoria de esa privatización desmedida de los bienes y servicios públicos, se planteó que, en el ámbito de lo económico, debería privar la tesis del libre mercado, mientras que, en el ámbito de lo político, el sustento era la tesis de la democracia liberal representativa. Este “paquete ideológico”, incluía desde luego, la defensa ilimitada de la propiedad privada, de la irrestricta libertad de expresión y del derecho a la información.

Hablando en específico de la mal entendida y practicadalibertad de expresión, y del complicado ejercicio del derecho a la información, el neoliberalismo y sus promotores han desvirtuado el sentido y propósito de esos valores sociales.

El escritor y periodista argentino, Tomás Eloy Martínez, en un discurso que ofreció en el Taller-Seminario Situaciones de crisis en medios impresos, en el mes de marzo de 1996, ya señalaba que “Es en el orden de la cultura donde el neoliberalismo ha resultado más pernicioso en América Latina. Esperábamos que las consignas de libertad sirvieran para derribar muros, fronteras, y para fortalecer la unidad de nuestras naciones a la sombra de un proyecto de bien común. Por lo contrario, estamos más divididos que nunca: hemos dejado de leernos los unos a los otros, porque las incesantes convulsiones de la realidad y la necesidad imperiosa de sobrevivir en un afuera siempre hostil nos consumen las energías y los sueños. Hemos dejado de vernos, de oírnos, de conocernos”. Desde entonces a la fecha, no ha cambiado mucho el diagnóstico.

Peor aún, la libertad de expresión se ha confundido con la libertad de decir lo que sea, verdadero o falso, sin que haya realmente mecanismos de validación, ni de contenidos, ni de intenciones en el ejercicio de ese derecho. Por su parte, el derecho a la información sufre de la misma enfermedad, cuando son unos cuantos los que deciden qué debemos saber de todo lo que pasa en el mundo, y cómo contarlo.

Si hacemos el esfuerzo de ponernos encima de los múltiples, contradictorios e irrelevantes mensajes a los que estamos sujetos día a día enviados por los medios de comunicación convencionales o modernos, abriremos el espacio para pensar y perfilar formas deseables de convivencia humana que no se articulen alrededor del dinero y de lo que se puede hacer con él. 

Citando de nuevo a Tomás Eloy Martínez: “Hacia dónde nos están llevando los vientos de la historia es algo difícil de ver o predecir ahora. Sólo sé que, en este confuso filo del milenio, tenemos que ponernos a pensar juntos. Es preciso renovar las utopías que languidecen en el cansado corazón del hombre. Una de las peores afrentas a la inteligencia humana es que sigamos siendo incapaces la libertad y en la justicia”.

La cultura en su sentido amplio, y el arte en su sentido propio, son fuentes inspiradoras de utopías. El modelo es la precondición necesaria para hacer la obra de arte. La libertad, la equidad y la justicia son los elementos esenciales para un modelo deseable de sociedad.

 

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.

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