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Un encuentro inesperado con el baloncesto
Uma conversação de dois diodos barridos na beira do mar

 


Para Guillermo Fadanelli quien sabía botar ese balón

En estos días de octubre, mientras disfrutaba unas vacaciones con Laura en Playa Blanca cerca de la barra de Potosí en el estado de Guerrero, ocurrió este encuentro con el deporte ráfaga- como lo bautizó poéticamente un cronista deportivo mexicano de antaño.
Al día siguiente a nuestra llegada, mientras nadaba en solitario en la alberca, al dar una bocana de oxígeno después de una poderosa brazada, vi pasar caminando a un hombre enorme y esbelto que llamó mi atención por su estatura. Las Palmas Luxury Villas es el nombre de hotel que se ha convertido en nuestro lugar favorito para vacacionar: por la atención, por su belleza y privacidad, por su buena comida y la espectacular vista de su playa kilométrica al mar abierto. En ese prodigioso lugar es fácil conversar, si uno lo desea, con los demás huéspedes. En esta ocasión, en una de las caminatas de Laura por la playa, se encontró con ese hombre espigado y su esposa, con quienes converso brevemente; entonces se enteró que él era brasileño y su mujer venezolana.


Esa tarde a la hora de la comida nos sentamos en una mesa contigua a la de esa pareja, como una provocación para iniciar un acercamiento. Con mi trastocado portugués, bromeando, le dije: Falando sério, ¿como você se chama? Evaristo é o meu nome, me contestó, con una sonrisa amplia y franca. A la hora de los postres nos invitaron a su mesa, donde conversamos de música y literatura brasileña. Cuando llegamos a los deportes, le toqué el tema del futbol; volvió a sonreír y, mostrando sus manos, dijo: nunca fui jugador de futebol, a minha vida deportiva aconteceu nas cuadras de basquete. En ese momento hice una pausa y fui a mi cuarto por mi libreta de notas. Con ella en mano, como periodista deportivo, le pedí que me contara su historia.


Estimados aficionados, ¡les presento a Evaristo Soares! Medallista panamericano por Brasil en 1979. De mi libreta pude deducir, a pesar de mi pésima letra, que a sus trece años, ya insaculado por el gusanillo del básquet, se acercó por las calles del barrio de Laranjeriras al deportivo Fluminense. Ese era el club favorito de su padre, pero el entrenador le dijo que el equipo juvenil ya estaba completo. Ante esa frustración, tuvo que optar por acercarse al Flamengo, a pesar de ser el rival acérrimo de su padre en todas las disciplinas deportivas, pues un amigo de la escuela le había confiado que ese equipo necesitaba basquetbolistas. Ayudado por el valor adolescente, se presentó a la práctica de prueba; con sólo verlo lanzar el balón le dieron la bienvenida, y ahí empezó su formación como basquetbolista. Así de caprichoso puede ser el destino de un deportista.


Evaristo demostrada su calidad en cada entrenamiento y, sobre todo, en cada juego, lo que llamó la atención de buscadores norteamericanos de talento juvenil. Uno de ellos le ofreció una beca para seguir sus estudios de enseñanza media superior en Estados Unidos. Y fue así que llegó al sur de California, a la Universidad de Pepperdine, donde terminó su High School. Su camino deportivo lo llevó a obtener otra beca, ahora en Utah, Hoy recuerda con humor, que ahí vivió su estancia en un pueblo mormón, no fue nada fácil: imaginen a un joven de dos metros cuatro centímetros, nacido en Copacabana, caminar junto a esos hombres rubios y barbones por las calles. Sin embargo, sus triunfos colocaron a ese pueblo llamado Lehi en el mapa deportivo, al hacerlos campeones estatales después de los largos cincuenta años en que lo habían intentado sin conseguirlo.


Después de esa hazaña que todavía se recuerda en ese pueblo, regresó a California a continuar sus estudios de Economía en la universidad. Durante los meses de vacaciones regreso a Río de Janeiro, donde se estaba seleccionando al equipo que representaría a su país en los juegos panamericanos de Puerto Rico. La competencia no era sencilla; había que escoger al final del proceso de selección, de entre 30 jugadores a solo 12 que compondrían el equipo verde -amarelo. Evaristo nos comparte en esta conversación, los nervios que sentía, ya que fue hasta solamente 24 horas antes de su conformación, que su nombre apareció en la lista definitiva.

Evaristo tuvo el privilegio de haber acompañado a leyendas brasileñas del baloncesto, pisó la duela en esos juegos junto Óscar Smith, Marcel, Marquinhos, Elio, Rubem y Adilson, hasta ganar el juego que le permitió obtener la medalla de bronce en esos panamericanos.

Con su medalla colgado en el pecho regreso a sus estudios, en donde los buscadores no le quitaban el ojo, y al terminar su carrera académica le ofrecieron ir a jugar a un país mediterráneo de habla portuguesa. Fue contratado por el equipo profesional de Porto, en el que jugó dos años como estrella que brillaba, sobre todo, cuando jugaba el clásico contra el Benfica, partidos que eran muy duros y con una la rivalidad extrema, Evaristo recuerda que, en varios de ese enfrentamiento, no solo recibía insultos, sino proyectiles lanzados contra su talento, pero su espíritu carioca no le permitia sentirse menos, por el contrario, com coragem e peito aberto, lo hacía crecerse y anotar más puntos. Recuerda que todavía es esa época algunos jugadores, como él, lanzaban la pelota de ‘’gancho», lo que hacía enfurecer aún más al público de Lisboa, y donde le recordaban nada cariñosamente a su querida progenitora.

Después de esas temporadas, se retiró del basquetbol para anotar en otros tableros. Hoy es un empresario muy exitoso que vive en Florida, y que puede darse su tiempo para visitar el Pacífico mexicano. Donde a pesar de su humildad, ante la insistencia de un biólogo doido lo hizo contar las historias de un basquetbolista. Compartió, con inteligencia, calidez y sencillez sus andanzas, como si fueran tiros lejanos a una canasta imaginaria, que en estos tiempos valdrían tres puntos, y algunas de sus travesías, como si desde su altura las rematara con fuerza sobre el aro de sus recuerdos para hacer retumbar el tablero de su memoria.


*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad

Imagen cortesía del autor